viernes, 25 de julio de 2014

Soledad criminal

(Ulrika, 2014)

Se lee cruzado con una esperanza por el dolor. Anhelando sentir que el vivir deja trizas en el simpático corredor al que se reduce la vida. Sumando cada paso más cerca a un símil de temporada acústica que no es más que el desgano en la vejez, consumido por mil millones de dientes que jamás permitirán aceptar un sueño en paz. 
"estas llagas gimientes de mi espíritu/no me dejan dormir"
Excava la palabra el hueso de sombra. Ya ni apenas la penumbra. Allende los fantasmas. La crüeldad.
Ya desde la amplia y poco amarga misteriosa tristeza de sus canciones, la coherente sospecha del amparo ante la palabra, esa suerte de Doctor Greg Graffin de la escena subterránea bogotana, que así como en el caso dramático casi también de Edson Velandia, con un cancionero basta para salvar el proceso de abrevar en dichas canciones. 
¿Pero cómo gritar hasta el llanto con el trasvelo de ralentización en tales ofrendas?
¿Y si se solicita el tiempo suficiente para procesar cada uno de los tiempos que a modo de capítulos cruzan décadas de sospechosa composición, y si no alcanza la vida para recrear un bloque, y si?
El trabajo, exquisitamente presentado y pensado para los fans de la banda en cuestión, simula un CD, que a su vez, interviene desde La Residencia -diciembre, 2008- en una versión algo inédita como antesala a la ofrenda hecha desde la misma voz del autor, vocalista, letrista, poeta, melancólico, anciano zombie eléctrico en su mutable escafandra de ángel que lo hace habitable al infierno.
Así que para qué lecturas en público cuando basta con darle click al aura.
"como si no fuera a llegar nunca el mañana
con su costal desbordado de miserias”
¿ “!Alegría¡”? 
(Después de tanto visaje incómodo y agradable en tal recreación de sospechas ante la impasible compañía en muerte)

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