sábado, 24 de septiembre de 2016

Adeptus Exemptus

NOCHE SIN FORTUNA

Andrés Caicedo
Editorial La Ovjea Negra. Bogotá. 1988. página 209 a la 326

Hasta éste momento, al correr el velo, empiezo a darme cuenta de qué es aquello que tengo al frente

No voy a concluir; no tras el significado aerolito de la dicliplinada coherencia; pero sí la necesidad de seguir ahuyentándome, caminando; can o cansado o sin sincado

Lo creado por fuera de tal contexto no deja de entenderse como la proclama mestiza de un punto nuevo

Menos vacío que el miedo -del otro ajeno- a declararse biografiado

Ante la crítica situación del yo; más que colonizar colecciones en órdenes occidentales, la participación caleidoscópica para que la revolución sea micróscópica, es cierto, pero auténtica y durable

No quiero que mi nombre aparezca junto a mi selfie; qué mis libros hablen por mí;

Deshaciente desde la palabra; la circunstancia

La historia el recoveco; el anexo no solicitado; sin invitación

El asco de amar limpio

Irlo perdiendo a medida que se va leyendo

Pre angustia por darle voz a lo nacional

Son los recuerdos de lo leído lo que queda en la mente como plan (futuro) del lector

Leer con la confianza despiadada de que lo que leemos es algo claudicante y regional; una bobadita ahí, no más

Cuando murió el mundo en Altamont, esa nueva generación, que nació con todo ya perdido, ofreció su monogamía al altar

La mezcolanza de lecturas, imágenes pervertidas de su pareja en celo tumbada en la cama, entra las colchas recién enjabonadas, dándole tapiz a que la esperanza de verla de nuevo acreciente la llama pálida de la melancolía

El miedo al enredo

Aquella necesidad perdida en el misterio

Hemos sido invitados a recorrer lo incierto, initestiguable

¿Es AC nuestro Kafka al poder recorrer, a pie, su obra en espacio real?

¿No que se creía que de Cali ¡y eso! no saldría?

¿Es su perpetuo amateurismo la base consolidada de ese porvenir escrito que permearía en el primer cuarto del XXI?

¿Seguir la estela de los Rolling Stones lo iría a poner en un lugar privilegiado para saber evadir la vergüenza de la vejez?

¿Y tras tantas lecturas osadas queer de momento, no es mejor sentir que no tiene pertenencia alguna, justo ahora que empiezan a morir ya sus seres más próximos y únicamente a él como autor le corresponderá enfrentarse al monumental tiempo?

¿Cuántas veces se habrá podido, por ejemplo, vender "La música"?

¿Cómo vivir ocho años en Cali y terminar evadiendo cualquier responsabilidad de llevar su apellido?

¿A qué sabe la carne humana cuando ya se ha dejado de ser humano ya?

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