Ciudad De Niebla
Johann Rodríguez-Bravo
Instituto Cultural Iberoamericano. Lima. 2006. 181 pp.
“Cuéntame, ¡oh musa!, la historia
incompleta de esta ciudad…”
I. LIMINAR
“No me detengo nunca.
Tengo prisa”
Prisa-O. Paz
Cada generación parece ser bendecida por un fallecimiento. Quizás una suerte de sacrificio que colme las ansías de los dioses, para que la lluvia y la abundancia de las palabras, caigan sobre los terrenos mentales y viscerales de los escogidos por el destino como escribas, figuras de claro corte heroico que deben, a lo largo de sus vidas, luchar contra la locura para extraer las voces invisibles que dictan las nostalgias que más adelante, en la summa del Tiempo, servirán como puertas de entrada a una casta, aquella a la que dicho escritor perteneció.
Los casos colombianos: Andrés Caicedo (1951-1977), Rafael Chaparro Madiedo (1963-1995) y Fernando Molano Vargas (1961-1997), por nombrar los más recientes, pueden servir como ejemplos palpables de lo que cada uno de ellos significó a cada uno de los límites generacionales a los cuales perteneció, y lo más importante, lo que empezó a (re)producirse en los siguientes e inmediatos descendientes.
¿Son los ídolos inmolados por el destino los verdaderos salvadores de las generaciones a las cuáles pertenecen? Es decir, ¿hubo algún muerto literario de consideración para que el tótem García Márquez se irguiera? Por favor, si alguien tiene la respuesta, agradecería que me la enviara; aclaro que no vale la respuesta Jorge E. Gaitán; aunque me llevaría a provocar otra clase de pregunta: ¿será que la caída de un ídolo popular implica la puesta en escena total para que un genio salga de la caja de sorpresas de las calles centrales de un país pequeño y haga de las suyas?
El primero de enero de 2006 moría, en la ciudad de Cali, el joven narrador Johann Rodríguez-Bravo, a causa de un aneurisma, dejando publicado, amén de múltiples reseñas críticas sobre una pequeña parte de las cantidades industriales que leía, y uno que otro artículo en publicaciones ocultas de corte académico o de rastreo dispendioso en la red, el libro (secreto, también) “Vida de mago y otros relatos”, publicado en su ciudad natal por la bella editorial fantasma Axis Mundi, en 2004, sabiendo, a su vez, que el Instituto Cultural Iberoamericano, le publicaría la novela “Ciudad de niebla”, al ser ganador de la convocatoria anual en su versión 2005, entre escritores nativos de América, capítulo español.
Johann, ipso facto, tomaría el impulso infinito que lo llevaría a ser catalogado por sus congéneres, como el capítulo a rendirle culto, puesto que su vida había puesto dentro del mapa orgiástico y literario de una nación, de una comunidad, a sus radicales contemporáneos. Los nacidos a partir de 1980, entonces, ya tenían su sitio asegurado dentro del mausoleo de la literatura colombiana, y les correspondería a ellos mismos mantener ese honor en alto, gracias a los resultados literarios que mostrasen, a partir de la inmolación, al fugaz público lector colombiano.
Tras dejar en remojo algún par de títulos: “Seis versiones sobre Ernesto Varona” y “Teoría de la muerte”, sus familiares tiene en sus manos la posibilidad de seguir alimentando al mito.
II. LAS HISTORIAS (O cómo contar la historia: “¿como la de una generación neblina, brumosa, fantasmal, de Comala?”)
“Dejó de recordar lo que había hecho la madrugada anterior.
Se sentó en el escritorio y encendió el computador. Era
una mañana de 1995, la ciudad estaba nublada,
oscura como si ese fuera el presagio del
fin del mundo.”
“Nunca será fácil narrar la historia de una generación, y menos de una como la mía. Ya otros lo han intentado y basta con decir que sólo llegaron a cifrar algunos fragmentos de ese intrincado laberinto del pasado.”
La curiosidad lleva a Rodríguez-Bravo a buscar el centro exacto de todas las cosas donde se juntan los diferentes vectores temporales, y así darle libertad a su pavorosa pasión por desenmarañar los restos de una vida que cubrían la fuente a la que él, el autor, debía llegar para hacer las paces consigo mismo; y no halló otra forma más convencional que dejarse tentar por las múltiples cualidades de una novela, que por cierto, nació como cuento, pero que, a dios gracias, se le desbordó de sus propias manos. La historia de una juventud especial, de una pavorosa juventud que ya nace dentro de los inverosímiles e infinitos límites del vacío contemporáneo.
En una ciudad en la que “a las seis, los habitantes recuerdan que el tiempo es una invención extraña que a ellos no compete, Ciudad de Niebla se convierte en un microscópico punto”, y todas las historias son unidas en el transcurso del minuto que va desde las 6 p.m. a las 6:01. Quizás, en el momento en que los habitantes de la ciudad se empiezan a transformar en fantasmas: encuentros para duelos electrónicos; muestras de afecto entre parejas; sacrificios animales como una especie de constancia genética de que el cerro sagrado, para los antiguos habitantes de la zona, exige su cuota sangrante; televisión peruana; películas en cinemas; visitas a domicilio de maduras prostitutas; confesiones de fantasías sexuales que no siempre van a culminar en el orgasmo. El repaso es, sencillamente, exacto. La lucha librada entre el Tiempo, el Viento, la Niebla y el Autor, deja como resultados unos hilos entrañables que van tomando sus propias rutas, evitando someras contaminaciones que sólo harían entorpecer el desarrollo de la historia, pero esta obra necesitaba, como de culto que es, tener a su favor a los dioses que conducen las manos en los momentos más peligrosos, cuando se sabe que se va a llegar a otro puerto, a uno nuevo, a aquel donde la lejanía es por ventura, para bien.
Sanín Cano dice: “En esa ciudad riñen batalla cotidiana el pasado, el presente y el porvenir”, lo sé, porque Johann utilizó esa frase como epígrafe de la novela; y Rodríguez-Bravo lo repito, es el seleccionado para entrar a la lucha temporal y sacar de allí una historia, La Historia, aquella que marca a una generación y que se proyecta en el tiempo, como una suerte de delirio afortunado, porque esa generación ya obtuvo su placa conmemorativa en la fábula infinita del tiempo que nosotros, como humanos y simples lectores, conocemos y atravesamos.
Los límites de Johann, son los límites de un riesgo voluntario que culminó con su propia vida, y qué pena por entrometer aspectos personales con los de la novela, pero cuando un autor es de culto, no le queda más que formar parte indisoluble de su obra, de su única obra completa que ha dejado, como aquellos que forman parte del listado colombiano que puse en la primera parte de esta reseña, y que…………………………………………………….
Lo interesante no son los resultados mostrados tras introducirse en los laberintos del tiempo, lo más importante aquí es la soledad que marca cada una de las historias y el reflejo perpetúo que se asemeja a un vacío cargado de miedo que gobierna, como otro nuevo dios, a los contemporáneos. La solidez del autor lleva a mostrar, con aparentes visos de levedad la vida de cada uno de los protagonistas. La tradición dentro de aquella ciudad es la levedad, la quietud, la condición natural de convertirse en fantasmas, y así no permitirse un giro exagerado dentro de sus vidas. Toda muestra de acción, es sólo un requisito para la quietud futura. Todos los nombres resultan la identificación segura de un muerto. ¿Realmente han muerto? O simplemente fueron devorados por esa tradición, sin nada más que hacer que caminar hacía las catacumbas expuestas en las calles blancas de una ciudad que carga con el signo de la quietud.
La urgencia de encontrar respuestas: “Todo en el pasado es más grande, querámoslo o no, el futuro es una proyección en perspectiva que apequeña la vida gota a gota”, lo lleva a acompañarse de Agatha Christie: “El pasado es a veces un sitio muy bueno en que vivir”, y luego deslizarse hacia Montaigne: “No hay más poder en el pasado que el del olvido”. Tras esta incursión en territorio vivido, Rodríguez-Bravo puede hacer entrega de su férrea voluntad. Ha cumplido algo. Ha dejado para la posteridad una obra que, singularmente, cumple con todos los requisitos para hacerla inmortal, es decir, necesaria; el afán por escarbar en el tiempo, es para encontrar ese lugar único para plantar la semilla de su voz escrita, y lo hace. Nosotros, en nuestras manos, tenemos ese árbol, invisible algunas veces, pero definitivamente existente.
III. LA HISTORIA (El silencio)
“Silencio
tan poco querido”
Madredeus
Sí para el poeta payanés, Rafael Maya, su ciudad natal era “el encantado caserón materno” o “el espacio espiritual protegido de la amenaza del mundo cotidiano” (García Quintero, 1998, 13), no queda más remedio que atenerse a la visión actual que un joven nacido justo en el año del fallecimiento de tan renombrado poeta colombiano, le da a su ciudad. Rodríguez-Bravo entra a romper las puertas, sin necesidad de tocarlas. Él no ve la necesidad cuando todos son unos espectros que han preferido olvidar cualquier conexión con el tiempo, por lo que esa delicia transgresora de atravesar, se le convierte en una suerte de rutina u obligación para sus propósitos.
¿Puede existir un lugar que brinde refugio a toda una generación?
Ni siquiera los personajes que corren por entre las páginas de “ciudad de niebla” tienen claro qué hacer, hacia dónde ir; todos están a punto de ser consignados por medio de un cheque en blanco que la muerte tiene entre sus manos, y todos, irremisiblemente, llegan hasta ella para dar sus nombres, para estar en la lista.
Si antes era la violencia la que asesinaba a generaciones enteras, aquí parece que todo forma parte de un plan malévolo creado por un enemigo más sutil, el vacío.
Todos tienen la sabiduría para saber que no hay posibilidad de futuro, sencillamente, porque no existe nada que vaya más allá de sus narices, de sus mismas sombras.
Maya, el poeta, estaría lamentándose frente a la escisión que marcó a las generaciones que llegarían tras su partida de la ciudad colonial, sus habitantes ya no necesitaban los lazos con aquel rincón maternal, necesitaban hallar desesperadamente la salida para salvarse, o de lo contrario, permanecer y esperar a que la neblina aguda del tiempo llegara para convertirlos en zombis.
Los anuncios de la muerte son tan variados y repetidos, que la novela parece una travesía por un campo en el cual se despliegan las conexiones latentes entre alguien y la parca.
Kafka, por ejemplo, decía que la muerte esta tan cerca de nosotros mismos, como una estampa de colores en un salón de clases de primaria.
Lo más sorprendente es que Johann, como si supiera que era su última oportunidad sobre la tierra, se atrevió a recorrer los senderos ya andados para hallar un motivo que le hiciera caminar hacia ese otro barrio, y lo logró. Johann necesitaba recordar absolutamente todo, para que pudiera dejar de olvidar y así, por siempre liviano, diera el siguiente paso, aquel que un verdadero guerrero da sin temor al vuelo. “Salta”, dice un antiguo poema navajo, “ya aparecerá el piso”.
Lo mismo, y con mayor significado, se le puede aplicar a alguien que sabe, con la certeza del inconsciente, que va a dejar este plano y se va a introducir en márgenes más vastas, a otros niveles más lúcidos, lúdicos y mágicos.
Ingrávido, saltó. Y parte de su ser terrestre, alcanzó a mirar por la rejilla del tiempo inmortal y escribió: “Por los siglos de los siglos, la vida espulgará lo ocurrido en las cuatro paredes blancas que rodean las dimensiones del pueblo y yo, artífice indirecto de los personajes, tendré que pagar con la resurrección eterna”.
¿Alguna duda?
Por supuesto, todas…pero cuando a cada uno de nosotros nos corresponda dar ese paso, lograremos acatar algunas de las recomendaciones que este escritor nos legó.
IV. LITERATURA MENOR (Estrambote)
“La muerte no es el fin”
B. Dylan
¿Qué hace que una obra se convierta en una acción de culto? Aunque no pretendo oficiar como vate, lo más seguro es que ya esté corriendo dentro de los archivos burocráticos del destino, la petición para que “Ciudad de niebla” se vuelva una obra de peregrinación.
En Colombia, por ejemplo, el hecho de involucrar la música es casi una obligación tácita, que marca muy bien lo que se oyó y deja el soundtrack dispuesto para que cualquier habitante del futuro lo inicie y se divierta con lo que oye.
¿Caicedo?, la salsa vs el rock; ¿Chaparro?, el rock a través de la noche; ¿Molano?, los éxitos del pop dentro de las emisoras moribundas de una capital como la colombiana; ¿Rodríguez?, la contemplación de una paleta musical que se antoja inabarcable para un ser humano normal.
Pero hay una clave que aporta Johann y que no puede dejarse ir por nada del mundo.
Tras contar las historias en la primera parte de la novela, llamada precisamente “Las Historias”, vuelca toda su experiencia en la segunda parte de la obra: “La Historia”, en la que, con el sugestivo subtítulo de “(A quién pueda interesar)”, expone con inusitado atrevimiento, las bases paradigmáticas para la literatura por venir, justo cuando los actuales creadores atosigan el panorama con su aburrida, egótica y lastimera presencia enmarcándose, por ejemplo, entre la clásica y ya seca dualidad: escritor-periodista o periodista-escritor.
Rodríguez-Bravo va más allá y propone una nueva (sic) fórmula: el retorno a la academia. ¿Porqué que era Johann si no un académico? Expresando sus voluntades en la novela, confesando sus propios demonios hallados y presentidos tras los escalones eternos y enfermos de un abismo propio que se antojaba infinito. Basten dos tipos de muestra, el primero, en el que el autor se confiesa un lector consumado y atento: “He leído varios libros sobre ciudades y ninguno me ha convencido a lo más como para que no intente narrar estas ficciones de otra forma”.
Cuando en este preciso momento, la más jóvenes generaciones, que se hallan en todo su esplendor, no optan por otro camino que el de la identificación con un autor, entregándole su alma por el respeto que le brindan, por más que él ya haya muerto (Bolaño, p.ej.), abandonando cualquier intento parricida, homicida o como lo quieran llamar, de lanzarse en contra de todas esas fatuas influencias que no otorgan más al espíritu que la furia incontenible y necesaria para llevar a cabo una obra digna de ser recordada, Johann manda a la mierda a Fresán, a Medina Reyes, a Auster, a Fonseca, a Cortázar, a Caicedo, a Fadanelli, a Lemebel, y de ahí, a cualquiera que se le atraviese. Si no sobrevive el más fuerte, lo hace el más arriesgado, riesgo que muchas veces marca la diferencia entre la absolución o la desaparición, y Johann que se fue sólo por su camino, oyendo, seguramente, las voces que le indicaban qué y cómo, abrió las puertas para la redención de quién tenga el valor suficiente para asumirse a sí mismo.
La segunda muestra ejemplarizante, es la claridad por medio de un diálogo entre algunos de sus personajes, sobre el papel que va a cumplir la ciudad en la novela: “La ciudad se presta, como dice Felipe, para una ambientación gótica. Yo me iría por ese lado, pero, sin caer en el lugar común de mencionar la ciudad a la fuerza para que parezca un cuento urbano”, y termina con esta joya: “Ah, y otra cosa, yo, al menos, no ubicaría mi cuento en el pasado. Ya es tiempo de exorcizar ese temita tan chimbo”. Todo un manifiesto. Toda una declaración de principios en una época que ya no cree en ellos, quizás para cualquier temerario colombiano que se quiera atrever a entrar al cummum de la literatura por medio de la áspera creación de historias, sumergiéndose, como no, dentro del delirio mismo para convertirlo en algo místico, misterioso y sublime.
La “enfermedad literaria” que padecía Rodríguez-Bravo, sólo le sirvió para seguir de largo por esos “extraños y peligrosos meandros”, y para convencerse de “la imposibilidad de un acuerdo”.
¿Qué hace a un escritor un autor de culto? Uno, que muera joven; Dos, que sea homicida y si es de sus más inmediatos congéneres, mejor; Tres, que sea furioso y arriesgado por igual; y Cuatro, que como el, en esta oportunidad, malogrado Fresán, considere a la “literatura como un deporte peligroso después de todo”, y así se atreva a decirle a cualquier otro pretendiente de escritor: “Las novelas no tienen reglas, el supuesto es que todos conocen el objetivo: publicar, y para alcanzarlo no debemos cerrar los ojos ni utilizar mucho el freno”.
Si para Bataille, la literatura es una “fuerza esencialmente devastadora”, y para Schlegel, el artista es aquel que tiene su propio punto de vista acerca del infinito, Rodríguez-Bravo nos dice, simplemente, que para cumplir con un destino dentro de las letras, solo nos basta entregar alma, espíritu, mente, deseos y cuerpo, y luego, todo, todo lo que ha de llegar, será donado al cúmulo existencial de un tiempo que ya no veremos, porque la literatura, como una extraña diosa, lo ha devorado todo, los ha convertido en seres esencialmente invisibles, pero necesarios para esa legión de lectores que no temen estrellarse de placer y emoción frente a una obra como por ejemplo,”Ciudad de niebla”.
1 comentario:
Anónimo dijo...
ExCELENTE ARTÍCULO CRÍTICO SOBRE JOHANN.
FELICITACIONES
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