jueves, 25 de enero de 2007

LA INÚTIL EVASIÓN DEL VACÍO

ESPERANTO.
Rodrigo Fresán. Tusquets editores. 1997. 220 pp.

“Nadie me entiende”

La que llegaría a ser conocida como la primera novela del escritor argentino Rodrigo Fresán, “Esperanto”, ofrecía una visión bastante desesperada de la mitad de la década de los noventa, vista desde la óptica de una persona que ya a sus 35 años, está demasiado lejos de su fuente natural de hedonismo, para vivir con la intensidad que se requiere, una gran explosión.

Porque Fresán, lo que logra con una obra redonda y dividida en siete actos – los días de la semana- , es mostrar el lado inconfesable de una realidad que empezó a mutar en algo desconocido, traducido en la imposibilidad de asir un conocimiento que traía una generación que ya nunca más pudo conectar comunicativamente con sus mayores, a no ser a través de programas de televisión, centros comerciales infinitos, tragedias de tipo personal, o las imprescindibles(?) drogas.

Esperanto, nombre del protagonista que traduce esperanza, en el intento de idioma universal que se inventó el filólogo polaco Zamenhof, no es una burla al tiempo al cual se refiere el autor en su novela; es un aviso o una especie de grito codificado para que alguien, en este o en otro tiempo, anterior o posterior, lo oiga y nos salve. Porque no es solamente el protagonista el que sufre con los avatares de la época, son todos quienes rodean el tiempo los que de alguna u otra forma están inmiscuidos en la agotadora desesperanza dueña de este pavoroso destino que como seres humanos, acostumbramos a disfrazar con colores, marcas, diseños, pantallas, y cualquier clase de objeto artificial que reemplace aquello natural que ya no estamos acostumbrados a admirar ni a admitir.

Esperanto huye. Se despierta asustado en el yate de su amigo La Montaña García, recordando algo que no le causa más que dolor, molestia y angustia. Pero se reconforta al saber que el destino al cual se dirige es lejano, muy mucho más allá de esa ciudad llamada Buenos Aires que ahora odia con todo su pasado encima.

Es así como empieza la reconstrucción de la última semana de Esperanto, atravesando caminos que bordean aquello que a los críticos les produce tantísimo placer y es conocido bajo el nombre de hipertexto, lo que no es más que la inclusión de una serie de elementos aparentemente ajenos a la novela en sí, capaces de conectar a unos puntos que se simulan alejados del núcleo de la obra, pero que resultan tan necesarios como innegables para comprenderla a cabalidad.

Fresán, hasta ese momento cuentista y columnista cultural, prueba en su primera novela a introducir algunas claves en formato cuento que perfectamente podrían ser extirpadas de la obra grande, y funcionar como un ente autónomo, aunque quizás, un poco disfuncional – sólo un poco- ; referidos más que nada, a recuerdos explicativos de la vida de Federico Esperanto: su pasado musical como líder de una agrupación de rock, su pasado militar mas no militante en una guarnición del sur del país donde conocería a su hermano del alma La Montaña García, el par de dolorosos recuerdos de las perdidas del par de mujeres que más cerca estuvieron de su corazón.

Pero el mundo sigue girando.

Esperanto, considerado en algún momento el Flautista de Hamelin de la publicidad, ha perdido todo contacto con su creatividad, y las vacaciones virtuales a las que se ha acoplado, ya se están expandiendo más de lo permitido.

El dolor no es sólo por ausencias físicas o irreales, el dolor lo captura todo: soledad, vacío, distancias personales y familiares, pérdida de cualquier conexión con una nueva época que se vino encima con todo el peso que podría tener la incomunicación consigo mismo. Si crecer duele, entrar en la madurez y reconocerse como tal lo es mucho más.

La madre no lo soporta, su hermano escasamente puede pronunciar frente a él un monosílabo, el psicoanalista poco puede hacer con ese sueño repetitivo que lo lleva a estar frente a un auditorio vacío con la boca llena de elementos filudos, su ex esposa esta recluida en una prestigiosa clínica psiquiátrica después de un intento de suicidio…

Pero son los recuerdos los que más lo persiguen, los que más lo agobian de manera insoportable, y que se convierten en un elemento esclarecedor de toda una generación de escritores que se reconocen por su poca actividad política.

En algún momento, Esperanto tiene una banda de rock llamada Cuentos Cortos, la cuál tiene un éxito llamada Playas Blancas, que sacan en un e.p. de siete pulgadas de color verde manzana. Sus integrantes son Federico Esperanto, Pedro Feijóo Pearson (quien se suicida), Lisa D’Ester (quien desaparece sin dejar rastro) y Roberto Zimmerman -Fresán es un consumado activista bobdylaniano- (quien se convierte en un fugaz guerrillero conocido bajo el nombre de Capitán Hendrix, y es asesinado por los militares argentinos)

Federico Esperanto carga con un imborrable y doloroso recuerdo que tiene que ver con su anterior banda: una vez muerto el Capitán Hendrix, su compañera Lisa y su pequeña hija Ana, aparecen en la casa donde Esperanto, quien esta en el ejército, pasa los fines de semana. Se les ofrece refugio, pero el coronel jefe de la guarnición militar descubre a la peligrosa ideóloga izquierdista y luego de un simulado operativo, donde desarticulan a la “célula guerrillera”, Esperanto ve desde un camión del ejército, como el coronel se lleva a Lisa y a su hija, para nunca más volver a verlas. Lo que a la postre se convierte, más adelante, en el núcleo necesario para lograr el cierre definitivo del círculo perfecto de esta novela de apariencia lenta, pero de naturaleza desbocada.

Curioso, porque unos años más tarde, cuando Esperanto esta casado con Claudia, tiene el segundo percance referido a las perdidas de su vida, cuando en un viaje psicotrópico en una playa brasileña, deja ahogar a su pequeña hija en un incidente tan sórdidamente absurdo como real.

Pero es la primera desaparición la que más duele y más se recuerda. Siendo también la que Rodrigo Fresán aprovecha para darle un tópico político a su novela lo suficientemente fuerte como para destrozar aquella idea generalizada de que los destructores de Macondo, van flotando por el aire rodeados de sus auras que no logran conectar del todo con la realidad de sus países de origen.

¿Pero qué más político que una desaparición forzada en medio de la dictadura argentina?

Fresán no hace alarde de su posición política. Dice en una entrevista: “el último cuento de Historia Argentina, el del chico secuestrado por los servicios que luego es canjeado por sus padres, es absolutamente autobiográfico. Por eso, cuando me reprochan mi escasa participación política, yo digo que a mi me secuestraron a los 10 años y me canjearon por mi madre y con eso ya cumplí”, y sin embargo, aquí sigue catarsisando una incomodidad colectiva: “Las dos peores cosas que ocurrieron en la biografía reciente de este país de mierda fueron el llamado Proceso de Reorganización Nacional seguido muy de cerca por el conocido boom psicoanalítico de los años setenta”, boom que los militares aprovecharon para hacerse un seguimiento de manera personal, creyendo que tal ciencia era un medio factible de enviar mensajes codificados y ultrasecretos capaces de atentar contra la “democracia” y las buenas costumbres de los argentinos. Resultado que Fresán traduce así en la novela: “todo eso sirvió para que todo un país, para que todas esas personas curadas, aprendieran a decir sin problemas, dudas o tartamudeo alguno la palabra desaparecido en lugar de la palabra asesinado…o, por lo menos, la palabra muerto…”

¿Doloroso? Sí, y mucho. Pero frente a este estado de desolación emocional colectiva, sólo queda aplicarle la ironía: “Los argentinos son expertos consumados a la hora de hacer desaparecer cosas. El problema es que los argentinos tan sólo conocen la primera parte del truco. Los argentinos, en cambio, no tienen la menor idea de cómo hacer que vuelva todo aquello que hicieron desaparecer(..)¿No le parece formidable? Si lo piensa un poco, se trata de la más fina y acabada expresión del realismo mágico que se conozca……”

Realismo Mágico que ha mutado al Irrealismo Lógico, “apariciones de lógica en esta irrealidad en la que vivimos”, dice el argentino en una entrevista, y convierte tal título, en un reflejo bizarro de lo que existió en la Latinoamérica de mediados de los años sesenta.

Macondo, definitivamente, esta muerto. Y no por su ausencia de cercanía generacional, porque todos los escritores profesan una admiración limitada por sus protagonistas, está muerto porque el paso impecable del tiempo- dictaduras incluidas- hace cambiar cualquier atisbo de esperanza que una generación completa puede llegar a albergar en sus vidas, tornándola, quizás con un poco de suerte, a una obra cargada de burla hacia todo lo conocido y por conocer, guardando – lo repito- las suficientes ganas de descripción real que hacen que tal cotidianidad, tan absurda y despiadada, no deje de ser tomada como un simple chiste inventado por la misma realidad.

Fresán es un gran autor que tiene una virtud poco mostrada por sus compañeros generacionales: es un virtuoso del freestyle, como si le dieran un micrófono, y con una pista sampleada atrás como única compañía, llenara los espacios con una maravillosa como desbordante lírica sugestiva capaz de desenganchar la conciencia y llevarla a los caminos que bien pueden ser accesibles por otro tipo de medios y sustancias, mucho más reales, conocidas y utilizadas para tal fin, llegando a emplearse (¿samplearse?) él mismo como fantasma breve, débil y sugestivo, en apartes más bien bizarros, que pueden ubicarse desde un televisor, una columna de algún suplemento o un encuentro casual en un bar, donde todo terminará de forma trágica,(casi).

Sí el escritor uruguayo, Gabriel Peveroni, en su cuento “El Agujero”, empezaba de la siguiente manera: “Me queda un cigarrillo, uno solo, por eso decidí escribir este relato. No lo voy a fumar hasta llenar una buena cantidad de páginas, aunque tampoco tenga nada interesante que contar. ¿Lo primero que se me pasa por la cabeza?”, Fresán no es sólo escritor por llenar páginas.

El argentino empieza, con esta novela escrita en 1995, a darle paso a un mundo suyo muy propio y personal, lo suficientemente fuerte, capaz de comunicar al mundo lector su barroquismo alucinado que desde aquí, empieza a lanzar hilos que irán conectando con sus siguientes pasos, y que le darán, a su aparentemente débil y volada creatividad, un peso majestuoso a la hora de revisar los nombres que representarán esta generación de autores que tuvieron la suficiente fuerza, atrevimiento y riesgo como para sepultar a Macondo en un acuario inmenso de un museo donde seguirá vivo para siempre, pero donde estará separado de las nuevas mentes brillantes que llenan el espacio de una Obra que empieza a tener ya arrugas y las primeras canas, porque el tiempo vacío de esta era es mucho más veloz que cualquier época pretérita que se tenga memoria en esta inolvidable y miserable historia de la humanidad.

A veces, para acceder al Fresanworld, es necesario tener el humor suficiente que puede detentar un real y anormal -como todos- fanático de la música, hallada ésta, entre las grietas más profundas y ocultas del oficialismo comercial, donde, cosa curiosa, se hallan las verdaderas joyas del género en cuestión: Fresán no es más que un escritor genial del lado B de la literatura latinoamericana actual, por lo que sólo me resta hacer una acotación a manera de advertencia, pecando al contar el chiste del final: Fresán es un empedernido musicólogo que lleva su barroquismo psicotrópico a las columnas musicales que acostumbra a escribir “usando frases larguísimas, la mitad de ellas en inglés”. El anexo del libro, como si de una biografía musical se tratara, contiene la discografía escasa pero completa de Federico Esperanto, incluyendo el álbum titulado “Canciones Fugitivas” (Cima Records, 1996) -edición limitada en vinilo-, y cuyos títulos, a manera de flashbacks congelados y consecutivos – como si se tratara de la exposición de créditos finales de una película o algún programa de televisión- recuerdan todos y cada uno de los pasos reales, soñados e imaginados por el protagonista a lo largo de las 220 páginas de historia.

Era 1995, y una desbocada e infernal obra empezaba a ser escrita y a dejar regados en el camino, como si de títeres descabezados y fantasmales se tratara, a lectores que no podían conectar del todo con una obra cuya función social, no era otra que hallar el valor de una era que aparentaba pasar sin pena ni gloria como la exagerada representación de una vacuidad momentáneamente suspendida de manera eterna en el centro de la época.


P.D. “¿Qué aspecto tenía la luz cuando estaba en un estado de absoluta soledad? (..) Esperanto sólo vio tinieblas impenetrables. Sí, en la nada, la luz era invisible, oscura. La luz sólo existía como tal ante la presencia de personas, de objetos, de paisajes.”


No hay comentarios: