jueves, 25 de enero de 2007

LA VERDAD ESTA AHÍ AFUERA

Líneas aéreas
VV.AA.
Madrid, Ediciones Lengua de Trapo, 1999 (641 pp.)

“Ni Macondo ni McOndo”

Enorme, completa y reveladora antología la que Ediciones Lengua de Trapo presenta con 70 autores e igual número de relatos, de los 20 países de habla española en América Latina, incluyendo a los chicanos de Estados Unidos, como si quisiera detentar, de una vez por todas, el control central de las no pocas compilaciones en torno al tema: La Nueva Generación de Autores (post)latinoboomericanos, logrando lo que quizás ninguna otra había hecho hasta entonces: poseer, al completo, al grupo de naciones que conforman ese “pueblo al sur de Estados Unidos”.

El proyecto “Líneas Aéreas”, hermano de “Páginas Amarillas” (reunión del presente y futuro de la nueva ola de escritores contemporáneos españoles), reúne al hoy y (posible) mañana de la literatura latina, nieta directa de aquel fenómeno de los años sesenta conocido bajo el nombre de “boom”, pero también nieta e hija de diversas situaciones encarnadas por una historia de dictaduras, atropellos, silencios, guerrillas, desapariciones y numerosos interrogantes sin respuesta, que sirvieron como caldo de cultivo, incluso desde la cuna, para una generación nacida a partir de 1960 y que, al tener una relación indirecta, ausente y lejana con sus abuelos, no vivieron el pesado y sombrío pasaje que construyeron aquellos héroes latinos a partir de la década prodigiosa, y que ocultó a unos cuantos representantes –por no decir a la mayoría- de la familia de las letras que, en este cuento, ejercerían de buenos pero (casi) invisibles padres.

Editado y prologado por el profesor español Eduardo Becerra, la idea promovía no solo un relato de un autor que tuviera cierta trayectoria en su país de origen, sino que invitaba a cada uno de los participantes a incluir un comentario acerca del estado actual de la literatura latinoamericana, lo que a seis años de dicha idea(la edición del libro es de 1999), aún presenta una total vigencia, convertida en un manto para entender el capítulo presente de esta necesaria literatura, obteniendo dos puntos comunes para la gran mayoría de convocados: por una parte, el interés y apoyo de la empresa editorial tanto aquí: América, como allá: España. Y por otra parte, el afán por lograr un ejemplo que traspase cualquier barrera temporal y llegue a convertirse en el hijo a mostrar, en la obra universal que reúna a dicha generación y que justifique tanta tinta derramada, tantos sacrificios, tantas mentes perdidas y consumidas y tantos debates, discursos, explicaciones y excusas en torno al tema. Y Becerra, en su prólogo, tranquiliza a los lectores con un “esa obra llegará”, y embadurnado de un optimismo demasiado poderoso y riesgoso, profetiza que el o la autora elegida por el destino, puede estar dentro de estas páginas…(641 para ser exactos).

Leyendo este libro en 2005, y tomando en cuenta esas serias aspiraciones del siglo pasado, se pueden ver unos resultados parciales y que en ningún caso pueden ser puestos como definitivos o finales:

Uno) La mayoría de participantes de esta antología han continuado su carrera literaria contando con un nutrido apoyo editorial, y una relación cada vez más cercana con el público no especializado.

Dos) Aún no hay un representante o una obra que sirva de muestra para la Historia.

Pero me voy a extender un poco más en este segundo punto, porque sin existir una cabeza visible de un movimiento que no existe pero que esta ahí, sí son muchos los emisarios de una generación que va madurando lenta y seguramente: Fresán, Martínez, Paz, Fuguet, Gamboa, Maturana, Volpi, Thays…Nombres que aún no llegan al brillo, tamaño, fuerza y temor que inspiraban sus abuelos, pero que son conocidos por un amplio reducido grupo de adictos a las letras latinoamericanas, pertenecientes a un ghetto o a un círculo cúltico y harto misterioso que girando, saltando, rezando y predicando, se preparan para la llegada de la Gran Obra por venir.

Pero regresemos a 1999 y repasemos a los escritores de “Líneas Aéreas”, extraña reunión en la que no hay un protagonista, en la que todos tienen el mismo nivel de participación y en el que la única forma de clasificarlos, es a través de su producto creativo.

Méndez Guédez y Barrera Tyszka, de Venezuela. Escanlar, de Uruguay. Santos, de Puerto Rico. Iwasaki, de Perú. Delgado Aburto, de Nicaragua. Yehya, de México. Cabrera y Valle Ojeda, de Cuba. Badrán Padauí, de Colombia. Gómez y Costamagna, de Chile. Bruzonic, de Bolivia. Nielsen y Civale, de Argentina. Nombres que sin estar en el coágulo cerebral de cultura general de la gran mayoría de latinos ajenos al círculo poderoso de las letras, están, desde la sombra, comunicando algunos elementos vitales para construir la gran máquina compacta e informe en que se está transformando esta completa generación de narradores que empieza, a su vez, a cobijar a una generación menor de autores nacidos en los finales de los 70 y comienzos de los 80, que sólo la hace ser –teóricamente- indestructible.

Cansados de tanto magicismo y heroica imaginación, los padres de estos nietos, en voz del chileno Skármeta, anunciaban su fuente principal de inspiración en la vida cotidiana y en aquella realidad que no sobrepasaba las narices: el día común y corriente. Mendoza, el escritor español, se excusaba diciendo que los hechos que podrían considerarse épicos y externos se habían acabado y sólo bastaba el sí mismo para cubrir los vastos espacios en blanco que la creación presentaba.

Los nietos, vistos como unos condenados transgresores, tomaron las enseñanzas que sus padres les transmitieron, enfilándose a toda velocidad – muy de acuerdo a los tiempos que corrían- hacia el aparentemente sacro e intocable palacio del imperio del realismo mágico, chocando con sus puertas y causando el ruido suficiente como para que el público se dignara a leerlos.

Los ejemplos son tan variados, impredecibles y ondulantes, que vale la pena mencionar algunos de ellos como especie de pasabocas para lo que será el plato principal:

Méndez Guédez, en “Vecinos”, ve morir a una enana en la ducha quemándose con el agua caliente mientras él se masturba pensando en su cuerpito.

Barrera Tyszka, en “¿A quién no le gustan las historias de amor?”, sólo se queda con la mano cortada del amor de su vida (después de un suceso oscuro y agreste), por lo que trata, con la ayuda de una espiritista, de hallar al resto de la dama.

Escanlar, en “Una fiesta popular”, no tiene ningún reparo en acudir al travestismo para robar a turistas brasileños ebrios.

Gamboa, en “Urnas”, a través de las cenizas de una marroquí de 19 años, que murió de sobredosis, hace las paces con un París maligno, oscuro y traicionero.

Peveroni, en “El agujero”, confiesa que no tiene nada que decir, que sólo resta ocupar el espacio vacío de la hoja en blanco con recuerdos de infancia y adolescencia mientras se fuma un último cigarrillo

Pero es en los rincones de esta mansión donde se encuentran los más exquisitos ejemplos de una vocación que merece ser conocida por un público más amplio:

Yeyha, en “El tibio atajo de la paz”, busca desesperadamente mutilar sus órganos genitales para descansar del agobiante deseo sexual.

Perdomo, en “La yerba atrae a los tiburones”, muestra una versión poco comentada del intento de huida de los cubanos de su isla hacia ”la tierra de la libertad”.

Y Nielsen, en “Marvin, aquella tarde”, recuerda que toda desventura –aún ocurrida dentro de las crueles arenas de la escuela- tiene una segunda oportunidad sobre la tierra.

Historias que nacen desde lo cotidiano, desde el ámbito perfectamente enmarcado de lo real, incluso cuando algunos se aventuran a través de los desiertos del legado histórico o del imaginario alucinado y loco; pero con la nefasta y vital inclusión de lo que significa vivir a finales del siglo más caótico de la historia de la humanidad: violencias, soledades, suicidios, necrofilias, atentados, mutilaciones, autodesmembramientos, asesinatos, transfusiones, cambios de sexos, esquizofrenias, autismos, remembranzas de tiempos pasados y mucho más tranquilos, misticismos, desolaciones, abandonos, sobredosis, enfermedades de inmuno deficiencia adquiridas, exilios, imaginaciones producto de sustancias psicotrópicas, relaciones carnales desesperadas epilépticas y fugaces, magias, dolores, desvaríos, confusiones, duelos, viajes interdimensionales, infidelidades…Por lo que “Líneas Aéreas”, así como cualquier antología de autores que siguen el prototipo aquí expuesto, serán las voces congeladas de los extraños días que estamos viviendo sin ninguna posibilidad de regreso, sosteniendo unas armas obsoletas, caseras y caducas a manera de única y última defensa hacia el futuro, en la lucha que, cerca al final, se constituye como el camino más real: el conocimiento ecléctico de sí mismo.

“Líneas Aéreas” así, se constituye en un punto obligado de lectura con unos resultados, obviamente, bastante disparejos. En este sentido, la antología vale más por lo que representa y por quienes reúne, que por el contenido de sus cuentos, que el lector sabrá catalogar según su propio recorrido, logrando además, crear mentalmente una lista de autores dignos de conformar el selecto grupo de “nuevos héroes de la actual literatura latinoamericana”, y así convertirse en voceros de una idea que aún necesita de una amplia y aguerrida difusión.

Se abren los ojos y hay muchas estrellas agitando sus alas en el cielo desnudo y negro, tratando de hallar su lugar en el mapa estelar que servirá de guía a los habitantes venideros.

Nosotros, contemporáneos afortunados de presenciar tan ambicioso fenómeno, a través del papel activo de lectores curiosos, cruzamos una estepa larga y levemente monótona que de vez en cuando, presenta un destello de riesgo y fervor, convirtiéndose así, casi de inmediato, en una figura exótica que hará parte de un selecto grupo de obras destinadas a la colección, es decir, a la salvación Histórica de una generación nacida a partir de 1960.

P.D.

No sobra nombrar una antología clásica como “McOndo”, pero si se quiere ahondar en la búsqueda de inquietos y jóvenes autores, existen algunos títulos que recopilan a dichos especimenes: “El fin de la nostalgia”, “Dispersión multitudinaria”, “Antología del cuento latinoamericano para el siglo XXI”, “El ojo de la noche”, “Cuentos caníbales” (capítulo Colombia); y dos antologías que cubren los géneros de ensayo y conferencia, muy recomendados para hallar en ellos un mapa bastante preciso de lo que nos ocupa: “Palabra de América” y “Ciudad y literatura”, ambas, reuniones de lúcidos exponentes de esa inclasificable generación que aún trata de hallar ese lugar que vibre mejor.


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