COSQUILLAS EN LA LENGUA
Pilar Quintana
Editorial Planeta Colombiana. Bogotá. Noviembre de 2003. 137 pp.
I. LADO A
Pretendí, lo confieso, organizar una trilogía sobre una ciudad que me acogió durante ocho años –un poco más, un poco menos- quizás, pero no es este el espacio para presentar esas cifras exactas.
La idea, como casi todas mis ideas, se presentó sobre la marcha: algunos autores repasados, algunos autores conocidos, algunos autores desenterrados de la niebla del olvido.
Pilar Quintana, el ejemplo que nos convoca en esta oportunidad, tuvo sus quince segundos de fama a mediados de 2003, cuando publicó esta novela, cuyo título, podría hacer presagiar su vida completa ligada a la actividad creativa literaria, como único libro escrito.
Pero para sorpresa mía, y admito que dentro del asombro se podían oír dulces palabras cercanas a la esperanza, 4 años más tarde, una tarde de 2007, hallé no sólo el segundo título de la escritora caleña, en una librería: “Coleccionista de polvos raros” (Norma, 2007), sino también unas cuantas, pero necesarias, entrevistas y/o reseñas en algunas respetables publicaciones periódicas de carácter literario.
Era la señal que esperaba para acometer aquella obra que tanta curiosidad me causó en su tiempo. Y para continuar con la seguidilla de sorpresas, la versión de “Cosquillas en la lengua” que detenía entre mis manos, ¡era la segunda!
Me desnudé, para evitar los prejuicios, e empecé el etéreo ejercicio lectúrico.
Pero antes, un par de datos biográficos de la joven escritora.
Quintana fue publicista, y se hartó de tal manera de dicho oficio, que abandonó todo lo conocido para darle un nuevo destino a su vida: viajó por el mundo, ejerció algunos trabajos impensables, tuvo algunas epifanías –verdaderas, falsas- que le permitieron acercarse más a su propio ser, etc, etc, etc…
De algo referido a esa historia, trata la novela que nos ocupa hoy.
II. MEZZANINE –“Mi historia se trata de mandarlo todo para la mierda”-
Tras un primer capítulo prometedor llamado “Fiebre de jueves por la noche”, en el que la autora muestra, por lo leído, apresuradamente sus cartas, más que la obra en sí, y un poco el estilo + la pretensión de lograr una novela, y (sí) con mucha responsabilidad por parte de la influencia (Bukowski, Caicedo), “Cosquillas en la lengua” pronto empieza a disolverse en el turbio ambiente que se aspira dentro del bar al que la protagonista asiste –sagradamente- cada fin de semana para disolver una parte de la presión que la agobia como publicista de una –más- agencia de la ciudad de Cali.
“..una ciudad tramposa (..) un cliché. Recargada, chillona, grotesca, ridícula (..) Pornográfica, lasciva (..) una ciudad que se complace en negarte lo que con más ganas querés.”
Es esa la razón por la que, después de no poder tomar por los cuernos la historia que pretende escribir en una noche de jueves, toma la decisión de largarse de la ciudad.
La historia, entonces, se confunde con la vida real de la autora, y ese es el (lamentable) resultado.
Hay algo curioso en la intención que da como resultado final las 137 páginas de la obra, y es la necesidad que tienen –autora & protagonista- de huir de la civilización más inmediata. Y a pesar de no tener a la mano los datos exactos del periplo que la chica siguió, se puede intuir cómo la gira sudamericana, la estación neoyorquina y la dupla asiática-australiana, podría ser la continuación natural de su ópera prima.
III. LADO B
“Cosquillas en la lengua” pues, se me antoja válida desde el punto de vista editorial, como una obra escrita por una mujer en medio de un torrencial aguacero de autores masculinos. ¿Pero es éticamente valedera esta razón?
Furiosa, veloz, “desenfrenada y auténtica” (la llaman en la contraportada), la primera excursión narrativa pública de Quintana, la muestra sugerentemente atraída por ese sol asesino llamado Charles Bukowski, que le provoca orgasmos mentales múltiples, impidiéndole el seguimiento natural de un destino en busca del estilo, labor de todo aquel ser que aspire –medianamente- a considerarse escritor.
De esa “novela (..) grito de auxilio ahogado en ginebra, música, marihuana y sexo en una noche sin esperanzas”, se debe rescatar algo:
uno) Cali como el escenario de fondo, como el personaje sin rostro que atosiga a los protagonistas, como la ciudad llama de alto calibre que es.
dos) Pilar Quintana, una víctima más del espíritu de ese otro caleño que no deja dormir a quienes creen que siguen sus pasos, el (fan)fatal A. Caicedo.
¿Debo incluirla en algún apartado de ese mapa literario que voy construyendo con cada una de las lecturas que hago (y sufro)?
No. Por lo menos, no con esta obra.
Démosle la oportunidad con el título (¿versión?) 2007 y ya veremos.
Por el momento, cerremos el libro y guardémoslo en algún lugar seguro, no sea que venga alguien y lo descubra.
1 comentario:
publicado originalmente el "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
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