sábado, 26 de mayo de 2007

ANTOLOGÍA PERSONAL

OTRO DOCUMENTO
Fernell Franco con María Iovino
Catálogo de la exposición retrospectiva. Cali.
La exposición “Otro Documento”, se realizó conjuntamente en seis salas de la ciudad de Cali en el año 2004. Era, quizás, el reconocimiento a la obra de un fotógrafo que, aunque conocido por diferentes facetas suyas, había optado por no hacerle fuerza a su pasión artística, un tanto incomprendida, un poco relegada por diversas causas que no viene al caso nombrar en este espacio.
El catálogo de la exposición corrió por cuenta de María Iovino, y se basó en una serie de entrevistas realizadas en el estudio del artista, en la ciudad de Cali, entre los años de 2001 y 2004.
Tal vez, hasta aquí lo comentado no reviste mayor importancia; es decir, diariamente, desde hace unos poquísimos años, los homenajes a toda una vida han sido recurrentes, y bien o mal, los elegidos, tienen la posibilidad de recibir algunos centavos de atención en los epílogos de sus vidas.
Lo llamativo de este documento, aparte –por obviedad- de las fotografías, es el testimonio que el artista vallecaucano abona a nuestra Historia más reciente, y dentro de esa macabra importancia, son los vacíos que marca para atender desde el presente, para que pueda, a su vez, apuntar hacía el futuro más inmediato y haga eco en algunos de los cuerpos que protagonizan la realidad colombiana, que, intuyo, semos todos. Al fin y al cabo, aunque en esta sociedad actual sea visto como un sospechoso y diferente individuo, Fernell Franco era un artista, y como tal, tenía –más que la obligación-, la función natural de ver entre los telones de un paraíso oscuro, húmedo y sanguinario que se nos dio como muestra de la buena voluntad de un Dios con un sentido del humor bastante pesado. Y eso que vio, es lo que relata en su, editado, monólogo.
Primer Detalle: Franco es el primer desplazado en Colombia que se convierte en artista reconocido como tal. La violencia de la época de la Violencia lo lleva a salir de su natal Versalles, en 1950, cuando tiene apenas ocho años de edad, por la acción que la banda de conservadores tiene planeado efectuar con su padre, liberal y ex – notario de dicha localidad.
“En ese entonces nunca me cupo la pregunta de si existía otra forma de vida. Simplemente creía que todo lo que sucedía era lo normal, que simplemente la vida era así. No me la podía imaginar de otra manera porque no conocía más que eso.”
Llegaría a un popular barrio caleño, donde cada mañana, para ir al colegio, tenía que atravesar el barrio de tolerancia, “con una luz plana que hacia que todo se viera limpio”, eran, claro, otras épocas.
El relato de Franco, construido sobre el eje de su propia vida, va avanzando de manera cronológica, con algunos libres intervalos de rastreo emocional por encima de su obra que, parece, no la entiende del todo: “No confió en la rapidez de nada y menos de la fotografía, que es un medio en el que se puede hacer una composición inmediata, porque creo que para poder transmitir algo con una imagen es mucha la honestidad que uno tiene que poner ahí”, después de que confiesa, al inicio de la confesión: “me quedé con la fotografía que era el único trabajo que podía hacer de manera individual. Lo único que tenía entre manos era la cámara”, después de vanos intentos por sacar adelante la carrera de mensajero (esos instantes en que Franco narra la unión con su “burra” merecen toda la atención que se le pueda brindar), se ve con una cámara sin saber usarla muy bien, pero era lo que le enviaba el cielo, y como en la canción, tuvo que aprender a hacer limonada.
Segundo Detalle: la importancia de continuar por sobre su propio camino, creyendo firmemente en sí mismo, lanza en ristre contra las desventuras que la vida impone por doquier. ¿No son esos los esfuerzos que todo artista debe afrontar para sacar adelante la esencia de su obra? Franco, el incomprendido, el apartado, el silencioso; cada vez que quiso sacar adelante su proyecto de fotografías que le robaba al tiempo de trabajo como cronista gráfico, algo sucedía, y sin muchas ganas de proclamarse descubridor de sí mismo, dejaba que el río siguiera su cauce silenciosamente, convencido de que algo sucedería.
Bueno, tenía que suceder.
“En las imágenes de Franco se desentrañan la relación férrea y desconfiada que se tiene con lo poco o con lo mucho que se posee en los países en conflicto; la dramática inestabilidad con respecto al lugar en que se habita; el misterio, la sobreposición de apañamientos y de soluciones de urgencia que ocultan lo que ha registrado la memoria; y el sentido lúgubre que imparte aún a las manifestaciones de la celebración una historia marcada por el avasallamiento del más débil y por la diferencia extrema”, dice Iovino, en la presentación del catálogo. La sordidez de “Pacífico”; la ternura de “Interiores”.
Tercer Detalle: La Obra, una búsqueda visceral traducida en un enfoque abstracto, central y minimal.
Algunas de ellas parecen respirar.
Las más, susurran un manto de color que se cuela por los ojos, por la piel.
Son fotografías totales.
La dupla “Agua”+”Desierto”, que apuntan, juntas, hacía el mismísimo viento.
“Retratos de ciudad”, que están a medio camino entre la soledad y la locura de la vida citadina: “en una ciudad hay una gran complejidad de cosas que no permiten desarrollar una vida cotidiana sencilla. Siempre hay una barrera en la que se generan problemas que son indescifrables.”
“Galladas”+”Prostitutas”, enmarcadas dentro de sus recuerdos de segunda línea, es decir, los posteriores al momento del exilio; aproximaciones insólitas a un mundo que, en el primero, dejará de existir no sólo con el ineludible paso del tiempo sino con el acechamiento del peligro junto a las vidas (¿inmortales?) de los protagonistas, y en el segundo, el hallazgo de un camino cuyos estertores se han quedado grabados en los brutales diálogos sostenidos por esas niñas mientras se dan un baño en un lugar donde la ruina acecha su mundo conocido, abriendo el camino para “Demoliciones”, que une tanto a la ciudad como al espíritu, que ve cómo todo va cayendo por el accionar de las bandas de narcotráfico, acentuando el “nunca va a volver a ser lo mismo de antes”.
Y “Amarrados”, el más virtuoso de toda la serie, el más unido a la intención infinita de Franco, como artista, el silencio desde el aislamiento, el miedo del abandono, el último grado de esperanza antes del colapso que se ve venir. “Cuando entré en este tema sentí que deambulaba por esas cosas repetitivas e insistentes, que hacen retroceder en el tiempo y que repercuten en lo que rodea a uno. Lo que veo en el presente es igual a esas impresiones que me quedaron del pasado.” ¿Latinoamérica unida, una sola Raza Dolor?
Y mientras la pena mastica, Franco se divierte: “…”Amarrados” va ligada al misterio, a la luz del misterio, a las cosas sin definir…”
La Luz, ese último alimento antes de que se cierre el telón, quizás, para siempre: “Desarrollé una mirada para la luz de la tarde y con ello, para las sombras”.
El misterio, quedaba, entonces, en un punto central entre el negro y el claro de la sombra.
La diversión estaba incluida en la misma naturaleza, y no había por qué negarlo.
Igualmente, la certeza de un mensaje que tenía que ser expandido, había llegado por medio del accionar de manos de un vallecaucano.
Un tímido instante de luz que terminó difundiéndose como el resultado de una explosión evaluada en megatones.
Y cuyo eco misterioso, apenas empieza a brindar sus primeros frutos.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"