LOS HOMBRES INVISIBLES
Mario Mendoza
Planeta Editorial Colombiana S.A. Bogotá. Abril de 2007. 303 pp.
“Una línea marginal de gran potencia lo había expulsado más allá de
los límites conocidos y lo había arrojado a un mundo desolado
que sólo funcionaba para él y para nadie más.”
INTRO
¿En dónde se halla el centro de equilibrio de ésta novela?
Sospecho que se halla en el torrente creativo que ha ido diseminando su autor a lo largo de los últimos 15 años con las obras que ya todos conocemos y que no hace falta nombrar en este pequeño espacio.
Mendoza comienza esta novela con una pregunta: “¿Cuándo empieza realmente una historia?”; tiene en sus manos sólo “unas piezas sueltas que poco a poco fueron conformando un rompecabezas” que lo dejó en el borde peligroso de un abismo, pero los personajes protagonistas de las obras del bogotano, ¿no han estado siempre y permanentemente al borde del abismo?
I.
Cuando en “La travesía del vidente” (Planeta, 1992) el autor confiesa que quiere escribir una obra –que no es una novela- contemplando a Bogotá como la protagonista, inspirado en el caso de autores latinoamericanos como Carlos Fuentes y su D.F., la explicación se convierte en una sustancia aprobada por los escuchas que ha congregado a su alrededor, como si de una fogata nuclear se tratara. Mendoza la emprende contra una ciudad que le ha brindado una incómoda nostalgia desde un punto geográfico en la diáspora e impulsado por el canto de un muasím, sabe que debe contemplar su destino ligado a la creación narrativa.
Y nombro esta anécdota, porque ahí puede estar el comienzo de la historia, de la historia que nos compete con la sexta novela del escritor colombiano.
Y aunque Álvaro Mutis, en “Los elementos del desastre” recomienda que “Desde dónde iniciar nuevamente la historia es cosa que no debe preocuparnos”, lo cierto es que el mapa que pretenda llegar al punto exacto en que una ligerísima conexión neuronal llevó a Mendoza a establecer su destino, siempre va a parecer incompleto, falso, impostado.
“Los hombres invisibles”, vaya, empieza con una frase que se remite a muchos años atrás en el tiempo, en un tiempo que quizás, acogía a un Mario Mendoza que se entregaba al juego de las dudas entre escribir la primera línea o desistir del suicida intento. Y es por ello que el comienzo de la novela es tan impactante como esclarecedor, aunque esté rodeado de incógnitas: elementales, genéticas, codificadas.
La pregunta con que inicia “Los nuevos apóstoles”, el primer capítulo de ésta novela, es un grito que atraviesa el tiempo, y que, bajo la mirada especial de una obra, conecta diferentes estados temporales, dispersos –aparentemente- en el transcurso correcto de un tiempo del que poco o nada sabemos, aunque todos estemos sumergidos en él.
II.
Muchas cosas suceden en “Los hombres invisibles”. Y no me estoy refiriendo a la acción per sé de la novela.
Siempre he pensado que “Relato de un asesino” (Seix Barral, 2001), guarda las claves para entender las cuatro primeras obras de éste acumulativo autor.
“Los hombres invisibles” guarda ciertas proporciones, es un cónclave para afrontar un antes y un después en esa Obra que va construyendo ayudado por el cúmulo de experiencias que se ciernen sobre el autor, y creo que es una de las razones por las que la convierten en, hasta el momento, la obra más lograda de Mendoza.
Mutado esta vez en un actor de teatro, Gerardo Montenegro atraviesa una serie de calamidades: separación de su pareja, la muerte de sus progenitores, que lo llevan a hastiarse de la ciudad en la que vive, de desesperarse frente a la vida que lleva, de no soportar más a las personas que lo rodean.
Busca, así, una salida con más tintes de escapismo que de despedida.
Y aunque la fuga no es algo nuevo dentro del perímetro mendoziano, ahí esta otra de las claves de la novela. La necesidad de un equilibrio logrado tras la pureza que infringe el destino. Tras el dolor, la calma; siempre y cuando la locura no haga mella en el sistema nervioso central del candidato de turno.
Agobiado por las dolencias que se ciñen sobre él, recibe el mensaje de un enfermo mental llamado Jesús Castelblanco, un antropólogo que enloqueció en Chocó, para que alcance ese territorio que lo esta esperando, que Montenegro tanto anhela, pero que ni siquiera intuye.
Con el manto de pérdidas, parte de la capital, siguiendo las indicaciones que Castelblanco le ha dado, hacía el Pacífico colombiano, introduciéndose en una serie de intrincados laberintos que terminan dándole a conocer ese único lugar donde necesita estar: Noanamá, en Chocó, un leprocomio que hace parte natural de la selva.
Otro punto esclarecedor de esta novela: una extraña forma de “pánico de la huida considerada” con coordenadas que van en pos de aquel “lugar que vibre mejor”. Con una respuesta, hasta el momento, desconocida por todos los lectores del bogotano: el amor.
Porque sí con “Cobro de sangre” (Seix Barral, 2004), el final llamativo y enmarcado por la vitalidad causó un impacto bastante comentado y repasado en diversos entes explicativos, con “Los hombres invisibles” logrará, quizás, crear una revolución que hace presagiar una ringlera de artículos dedicados al tema: Montenegro es salvado por ese sentimiento que tanto miedo causa a algunos de los seres proclives a sentirlo.
III.
En algún momento, Bukowski se sentía cansado de estar siempre tirándose por los abismos que la vida le presentara. Ya tenía 70 años y una cierta nostalgia por acometer esa serie de actos suicidas que lo mantuvieron, sin embargo, con vida, mientras vió a muchos de sus compañeros de infortunio morir.
La madurez va alcanzando a un Mario Mendoza que signa sus coordenadas en algunos puntos varios, incluyendo el zen. Nada extraño para un escritor que tiene una seria motivación por los elementos místicos, fácilmente rastreables a lo largo de su obra.
El equilibrio, o esa aceptación de las diversas circunstancias que hacen parte del cuerpo espiritual humano, no tiene porqué fastidiar a quien ha tocado, y esta novela lo muestra así.
Atrás ha quedado una mancha, quizás un dolor, a lo sumo el camino que llevaría a la muerte inminente, el rastro que Simón Tebcheranny ha creado, ha sido mutilado. Mendoza, aparentemente, ha escapado de ese oscuro y feo signo de nuestros tiempos.
Ahora busca la claridad, el silencio, la contemplación.
Su cuerpo, su ser, esta preparado para estar acompañado de otra persona, y eso lo dice todo.
Algo ha cambiado.
La mutación sigue un camino que poco o nada va a conectar con un pasado de angustia, encierro y locura.
El espíritu ha salido. Busca la libertad. Brinca buscando espacios dignos de ser vividos con toda la fuerza de la que se pueda tener razón.
El mensaje de pureza que transmiten los hombres invisibles es a los ojos contemporáneos, opaco, difícil de traducir, imposible de asimilar.
Y el grito que presenta esta novela va en pos de esas palabras pronunciadas con la mirada, en un silencio natural, antiguo, silente.
Mendoza, creo, contiene la fuerza brutal que puede llegar a producir una epifanía, congelado entre las paredes poco santas de la novela.
Por eso la verdadera lectura se halla tras las líneas.
Supongo que para despedirme sólo podré decir que una vez más Mario Mendoza lo ha hecho.
Su afán de transmitir una fuerza secreta a partir del lenguaje, ha sido sobrepasada por el mensaje que transmite la novela en sí.
Pero logra conmover.
No hay marcha atrás.
Si contamos a cada uno de nuestros muertos, veremos que cada uno marca una señal exacta y precisa para nuestras vidas, encaminadas como quisieramos que fueran.
La velocidad de este tipo de cosas es la carrera hacia el centro de la vitalidad.
El rompecabezas, finalmente, se halla armado en un punto medio, central eterno, que cobija a los otros. Otra de las claves de la novela.
El “yo” desaparece y todo ese aspecto zen que no voy a nombrar aquí, por respeto a esa tendencia vital.
“El rompecabezas estaba armado y las fichas componían las verdaderas líneas de mi rostro.”
Así que bajo este desconocido paraje dentro de la obra mendozioana, quedábamos, sus lectores, con el alimento suficiente para acometer, luego, ese siguiente número de la saga que, supuestamente, tendría que estar más del otro lado que del anterior.
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