LIBRETA DE APUNTES
Gustavo Adolfo Garcés
Universidad Externado de Colombia. Bogotá. Diciembre de 2006. 70 pp.
No se puede ser un poeta del desespero si todas las amarras de la vida están atadas al calor de la familia. No se llega a ser un poeta del desarraigo si todos los cauces navegados a lo largo del estrecho marco de la vida, están lejos de los límites peligrosos del desastre. Y no se puede ser un poeta apaciblemente oscuro, cuando la esencia está construida de otra sustancia; mucho más tranquila, algo más sabia, e imprescindiblemente más ritual de luz.
El poeta antioqueño Garcés, pertenece a una casta de poetas que tiene la necesidad de expresar pequeños coágulos de la realidad circundante, traducidos bajo los leves parámetros del haikú. Y aunque los resultados poéticos no se limitan a un entramado de 5, 7, 5 sílabas, lo más significativo resulta ser el mensaje que el autor provoca dentro del marco, quizás confuso o épico del lector.
Porque lo extraño de este poeta, es que se aleja de los parámetros que persiguen con afán brillante y mínimo, los vacíos litigantes del mensaje bárdico de estos tiempos. La serenidad por encima del ruido; la contemplación antes que la grosería; la lucha por asomarse al paraíso de la memoria antes que estar tirándose al primer abismo innecesario que se halla en el camino.
Hay un rompimiento. Una manera de fracturar el panorama cultural colombiano, donde las luces falsas apuntan a quien esté más enterrado en el fango miserable de la nueva constitución mediática, esa nueva religión gigante y reptil, que incide en los espíritus de sus creyentes, más fieles que en cualquier otra creencia históricamente hablando, tornando a la poesía en un ser lejano, ajeno, miserable, diaspórico e ignorado, como si de minúsculos mamíferos en pretéritas épocas se tratara.
El alcohol, los burdeles, las opacas fuentes del deseo se confunden con la vegetación estática, con algún espejo de agua, con algunos ecos que han quedado registrados por la infinita memoria de la infancia, alargando la mano para brindarla a amigos, compañeros, amores, hermanos.
El resultado es la atemporalidad dentro de la cotidianidad de pan en la mesa para el desayuno, la luz brillante de un televisor encendido, el gesto del cielo reflejándose en un charco o una reunión entre colegas misteriosos que encuentran en esa misma compañía las respuestas a inquietudes más formales, apuntando, a lo sumo, al antiguo enigma de la poesía.
Precisamente, uno de los focos que más se repiten dentro de la obra de Garcés: poeta, poesía, poema.
A los tres, por supuesto, dándoles el lugar que se merecen dentro del acumulado de cuestiones que se le tienen a la vida.
Las palabras asentándose en la memoria para designarse poeta.
El grupo de amigos reunido en torno a una hoguera líquida, la poesía.
Y el poema…dependiendo de las distintas naturalezas que compongan los ejemplares desfachatados y humano de esta selva de imaginación que es el mundo que poblamos, el poema es la única forma de comunicación de un poeta, siendo, el poema, desde un artilugio escrito hasta los colores de un sueño no interpretado acaecido en la noche anterior, tras una fugaz farra eléctrica.
“Nada de licencias poéticas”, dice, sin embargo, el autor en “Fábula”, para aclarar una parte del motivo: “sino unos versos sutiles/que den cuenta de cierto cautiverio/de cierta resistencia/de cierto forcejeo.”
¿Qué es, pues, la poesía?
¿Vale, realmente, la pena averiguarlo?
“Una voz seca
limpia
empieza otra vez
sopórtame”
, dice en “Poema”,
“La roca
el sauce
el río
se desvanecen
fineza
de la niebla”
, dice en “Fuga”.
Muestras estáticas de un paso del tiempo peligroso e innombrable, prohibido y caótico.
¿Pero quién se encargará de rezar la oración para despedirnos del paso horárico que nos convoca a su rededor?
¿La naturaleza?
Y si es el silencio el que va a reinar, ¿con que forma de memoria se albergarán los recuerdos?
Pero, ¿valdrá la pena, en ese entonces, recordar?
“La última invención
fue la lluvia
esa noticia hermosa
del cielo
entonces la nostalgia
cambió de bien perdido
y las voces del agua
cantaron la oración”
, dice en “Las Voces Del Agua”.
En alguna parte de toda esta fantástica historia de la frugal humanidad, los antropólogos alienígenas, tendrán que (re)descubrir el paso del tiempo de esta (¿caduca? ¿innecesaria?)
especie, y la hallarán en los pocos verdaderos versos leídos y traducidos bajo complicadas máquinas que sólo entienden la luz.
La poesía, esos minúsculos mamíferos que caminan a su antojo, ignorados por los increíbles y brillantes reptiles gigantescos que pueblan este estrecho universo, serán los convocados a representarnos frente al Universo, frente a ese haz de luminosidad que no entendemos, que nos causa alguna piquita o escozor, que no nos calma la sed corporal, porque su sustancia sólo sacia el espíritu, olvidable elemento constitutivo de la ecuación humana hoy, pero centro de atención de esos seres misteriosos, breves, callados y rodeados por puñados de dioses pequeños que tienen la misión fortúnica de escoger quiénes merecen esa segunda oportunidad sobre este vasto elemento gaseoso llamado Planeta de Arena.
Garcés, vaya, se constituye en una aventurera forma de aviso para ese futuro incomprensible.
Es deber nuestro leerlo, para conservar esas proteínicas palabras instauradas dentro del microchip que nos señala como habitante de este veloz universo.
Ya están,entonces, avisados.
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