sábado, 16 de junio de 2007

ANIMACIÓN SUSPENDIDA

RECURSOS HUMANOS

ÁNTONIO GARCÍA ÁNGEL

Editorial Planeta. Bogotá. Agosto de 2006. 345 pp.

¿Debería existir la pena de muerte para los falsos escritores colombianos que tratan de embaucar a una nación con fronterizos guiones cinematográficos escondidos tras rimbombantes pero patéticos concursos estúpidos de ayuda y/o autosuperación, para que salgan catalogados como novelas?

¿Debería morir Vargas Llosa al haber metido la mano en este bodrio crepuscular?

¿Es esto lo máximo que puede estirar un lúgubre caleño imposibilitado por su naturaleza a dar en el blanco con obras de largo aliento?

¿Es ésta la más palpable muestra, junto a ese otro condenado al patíbulo Ricardo Silva Romero, de que la mano de la puta burguesía entra a escoger a los autores nacionales que nos han de representar?

¿Y nosotros, castos lectores, hemos de dejarnos mancillar por esos títulos nobiliarios que les dan desde las revistas de más amplia circulación en este país del sagrado corazón?

¿A qué juegan con la Lit. Col.?

¿Y por qué me tomo el tiempo con un autor que necesita vender algo más que su alma, ahora que tiene hij@s en camino?

¿Hasta qué punto ético es perdonable la vida de este escritor debido a qué hace reír a una selecta parte de sus lectores?

¿Quién es el desproporcionado García Ángel, y por qué he de escribir esta columna?

Y más allá: ¿por qué me dejé convencer de dictar, la semana que viene, una charla sobre este brodete colombiano?

“Recursos Humanos”, la celebrada, anunciada, trajinada y ayudada segunda novela del cazador de talentos (son célebres sus intervenciones para aconsejar las publicaciones de Germán Bula (vomitivo) y de Pilar Quintana (en remojo y aún en deuda)), vuelve a mostrar a un autor incapaz de escapar de su más inmediato ambiente; si en “Su Casa Es Mi Casa” (Planeta, 2001) aún trasegaba por los pasillos universitarios, en esta ocasión el alumbramiento de su primogénit@, lo ha llevado a recurrir al acentuado efecto de radicar, como personajillo, a un berriondo chino de meses que hace de las suyas, alejando a la mamá de su esposo.

Pero más allá de estas estúpidas comparaciones, y revisitando esa primera novela ya hace rato publicada, llego a una conclusión: García Ángel se pretendía escritor en esos comienzos del siglo XXI y lograba obtener unos poquísimos saldadores de dudas, y uno como lector, no tenía más que quedar conforme con esos trocitos al final de algún recorrido para decir: “bien vale la pena este sufrimiento”, pero en la obra del 2006, todo vestigio mínimo desaparece y la obra se despliega como una laguna seca que palpita pidiendo su reemplazo, es decir, su final más inmediato.

Quizás, me dirán más adelante mis acérrimos críticos y defensores del caleño, que todo se debe a la necesidad que presenta la novela. Pero no podría haber sido un poco mayor el esfuerzo para hacerlo más emotivo, preguntaría yo. Y de repente empiezo a escuchar la palabra “inocente” de la boca de aquellos oscuros fantasmas que han hecho recientemente su aparición, y no me queda más que ponerme a recordar que todas esas rutilantes estrellas fugaces provienen de la misma fuente brillante y falsa de los demoníacos deseos: el ya nombrado comentarista de cine, el paupérrimo director de la revista de las chicas en la portada o el poeta que se atreve a ridiculizarse semana tras semana en una revista de bajísimo contenido moral, por ejemplo.

Pero es cierto. Soy inocente, sencillamente porque creo que este no es el camino. Porque creo que para ser escritor, con o sin hij@s, se necesita algo que va mucho más por debajo de la piel. Porque para escribir, sin permiso, como debe ser en nuestra realidad cercada por las brumas y por las montañas bombardeadas, nadie debe hacer lo que los demás, ingenuamente, pretenden mandar. Que tal o cual vendieron sus almas a tal o pascual, bueno, allá ellos, pero no me pueden obligar a aceptar esto que se llama Futuro de las Letras, cuando los jurados son los payasos: Collazos, Abad y Bonnett. Sencillamente no lo acepto. Por ética, por mis principios morales, por mi propia estructura literaria formada a punta de lecturas que traspasan ya varios años.

Sí es esta nuestra parte de la representación colombiana para el mundo, sólo me queda decir que forma parte de esas mayúsculas equivocaciones en las que ha recaído, reciente y permanentemente Mario Vargas Ll.

“Recursos Humanos”es una novela de la que salvo la aparición de Conrado Pérez Ramírez, muestra a un autor que debería ser cualquier otra cosa relacionada con las letras, excepto el hecho de ser escritor.

¿Quién lo ayudará a hacer su siguiente capítulo?

Para ese entonces ya toda esa línea que marcó tantísimo a la Latinoamérica de los años 60, estará felizmente fallecida.

¿Hará uso de escritores fantasmas recolectados durante sus fugaces apariciones en talleres de lectoescritura?

¿Cuál escritor lo secundará ayudándolo en la breve y sinuosa alimentación de carne joven y aún no descompuesta?

¿Y cuál o cómo llegará a ser ese resultado?

Creo, al igual que sucedió con ese ladrón bufón del Franco Ramos, que la inevitabilidad de un choque con la estructura del vacío cinematográfico que se vive en Colombia, en el sector de guiones, exige que el autor se confiese consigo mismo y no se confunda de material expresivo. Ya que “Recursos Humanos” será adaptada al cine, y dadas las facilidades múltiples que les brindó su autor, ¿por qué no rechazaba aquel premio de la ayuda con el Papa Peruano y se dedicaba a desafiar sus falsas leyes gravitatorias y producía, directamente, el guión él mismo?

Se nota, ahí, la ausencia de nobleza para con el oficio nada fácil de la escritura.

¿Pero quién soy yo para denunciar a este elemento excesivamente nocivo para la realidad que rodea a la verdadera Lit. Col.?

¿Alguien me oirá? Lo dudo. Mi voz es demasiado lenta y suave como para ser tenida en cuenta, así que deposito mi esperanza en los años que vendrán…

Aunque corra el riesgo de que la inmortal Ángela Becerra logre dar con el Nobel después del 2014 cuando su producción sobrepase los 10 títulos; o que el políticamente correcto de Ricardo Silva Romero, víctima de una accidente de automovilismo logre ver la luz y termine gobernándonos con sus libros convertidos en material obligatorio en algunos grados de nuestra sosa secundaria; o que García Ángel llegue a ser condecorado con la nefasta Cruz de Boyacá por su labor creativa.

Tal vez, después de todo, mi intento por darle orden a este mapa de poco calibre valga la pena como forma opuesta a lo que esta sucediendo allá afuera. Sé que me iré a la tumba marina con el corazón, quizás muy cansado, pero bello y limpio de cualquier atisbo de compra y/o venta a la que se han sometido los muchos otros que han de convertirse en adictos a las luces flageladoras de la farándula.

Sí mis cábalas se toman la molestia de acertar que el puente que comunicará a esa generación valiosísima pero ignorada de nacidos entre los 30 y los 40, es la que nació en la década de los 80; y sí mis esperanzas están sembradas, genéticamente hablando, en aquellos seres venidos al mundo después del 2005, todo este encierro habrá valido la pena.

No me queda, afortunadamente ya sin tristeza, más que cerrar la puerta para que ese mundo externo que tanto busca lo rutilante en opacos seres, prosiga con su infinita e inmunda labor hasta el final de los tiempos que nos dignamos a rellenar con nuestras vidas corporales.

Aquí, en este encierro, me encuentro con lo verdadero y válido que nos señalará para esas futuras sombrías épocas de mayor capacidad lectúrica, encabezada la lista con la siempre efectiva poesía: especie de pequeño mamífero en medio de los gigantescos dinosaurios narrativos que, tras un micrófono o frente a una cámara, se creen hermosamente inmortales, perversamente seguros.

Soy un guerrillero zen futurista, y mis venas están llenas de luz de poder y estoy condenado, por la vida misma, a rescatar lo valioso de quienes se hallan, cronológicamente, cerca de mí. Y desde esta invisible página, no me queda más que reafirmarme en mi propósito y decir, como dictan los manifiestos de l@s chic@s vegan alrededor del mundo: “this is a fucking war”, y en mi casa, empezando por eso, no entrará ningún maldito exponente de esos que he nombrado hoy, y hasta que no demuestren lo contrario, o hasta que no sean capaces de desprenderse de esa lama agria que los acompaña desde las páginas centrales de la revista Soho, no pisarán mi territorio.

La inocencia, vestida de un transparente traje negro, apunta desde mi corazón.

Mi camino, entonces, lucirá dicho atavío.

No desde ahora, porque siempre lo he tenido puesto, sino que desde hoy el compromiso será mayor.

Mi marca me lo exige.

Y fallarle a ella, sería traicionarme a mí.

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