sábado, 9 de junio de 2007

MÁSCARA

PERSONA

Juan Gabriel Vásquez

Cooperativa Editorial Magisterio. Bogotá. 1997. 116 pp.

A veces, uno no sabe, como lector, si esta al frente de una broma o de algo que pretende ser la mar de seriedad. A veces, tal como sucede en aquella historia adjudicada a Buda, el Dios chascarrilloso, se juntan dos instancias muy apartadas, que sólo sirven para definir alguna categoría artística: una máquina de coser y una mesa de disección, por ejemplo.

Buda, en un ligero descanso de su enorme meditación, se acerca a un río y les esconde las ropas a las chicas que se bañaban en él; en Colombia, alguien, uno de los tantos dioses menores nos pretende hacer participes de un chiste que, valga aclararlo, empezó 10 años atrás, y que hoy por hoy, en un presente que apunta hacia la escritura de este artículo, luce como un perfecto engaño.

Sobre Juan Gabriel Vásquez, valga la propaganda, ya escribí un ligero perfil: “Oculto tras el misterioso arte de la narración” (orgía de cuerdas, 2007), y no pretendo ahondar más en el asunto; lo que nos convoca en este preciso instante, en este preciso punto es averiguar si es cierto todo eso que leemos editado bajo ese nombre, o sí sencillamente se trata de un sueño sofisticado, o dionisíaco, o perverso, o curioso, o mágico, o…estructuralmente real, por qué, ¿alguien cree que Juan Gabriel Vásquez, exista?

“Persona”, la primera muestra grande que dio el ser oculto tras ese nombre, no fue el primer aviso, ya antes lo había dado con algunos cuentos, con algunas críticas cinematográficas y con ciertas colaboraciones en reconocidos Boletines culturales de (in)ciertos bancos de repúblicas que navegan a la deriva de su propio destino.

Ambientada en Florencia, Italia, lugar a dónde el supuesto autor de esta saga de novelas fue a vivir tras su grado en Derecho. Primer hecho curioso: mientras muchos de los (grandes) escritores que ven como la muerte les roza la piel en países del Medio Oriente toman esta situación como una epifanía para empezar a labrar su destino como tales a partir de la construcción de un Templo cuya primera palabra será Colombia o en su defecto Bogotá, Vásquez huye como si se tratara de la plaga –no me parece un atentado contra la reciente Historia de la Lit. Col., por el contrario, me parece un gesto aguerrido y necesario para su propia estructura-, y necesita esa lejanía, esa distancia, ese océano que lo separa de su tierra marchita para, dar sus primeros pasos.

Y sin embargo, algo se lleva: Javier Del Solar y su pareja Helena, dos atractivos bogotanos que junto a Gianna Alessandri y Stefano Pozzi, conforman los cuatro lados de la extraña figura que forma, sólo con su lectura –no existe un manual de instrucciones y las baterías no están incluidas- la obra en cuestión.

Tiene que huir de aquello que aún siente que vive y que palpita: el puto y para siempre nefasto Realismo Mágico: GGM, que parece ser incansable, en 1994 había expuesto a la luz pública ese sol falso llamado “Del amor y otros demonios”, por lo que cualquier obra presentada por cualquier otro escritor nacido dentro de las fronteras de este país, quedaba automáticamente opacado, y en muchos casos, denostado por la falsa e hipócrita opinión pública, juzgado como un criminal que osa pisar los terrenos que sólo se puede permitir a quien ha sido galardonado con el Premio Nobel, y cuya historia –en 1954 tiene que huir de Colombia para preservar su vida; en 1979 tiene que exiliarse en México para preservar su vida- es igual de trágica que la de cualquier aspirante a seguir el pálido camino de las letras cosidas.

Porque algunas construcciones son pegajosas: “Buscando a tientas la llave de acero en la pared del baño, sin decidirse siquiera a encender la luz por miedo a despertarla, contempló a través de la puerta abierta la escena milagrosa de una mujer soñando”, ¿irá a volar? ¿estará volando en su sueño? “tuvo que detenerse a contemplarla; tuvo que aprovechar la rara situación en que un hombre puede contemplar a una mujer sin que ella se de cuenta.

Y algunas figuras: “Cada sonido provocado por su piel le llegaba con nitidez” son, afortunadamente, dignas de ser conectadas con la historia de nuestro idioma español.

Dos parejas que amanecen jugando frente a un tablero, intentando ocultar y descubrir –al mismo tiempo- todo lo que se oculta en los camerinos de las individualidades.

Desde la primera página, subrepticiamente, una historia paralela se va colando, un diálogo o una suerte de confesión va, lentamente, delirándonos hasta que ese riachuelo desemboca en la historia principal, y el círculo se completa; sí se puede uno bañar dos veces en el mismo río.

Lo que encontramos es un mundo maravilloso confesado por su autor: “La ciudad es un gato de tela y alambre, nariz rosada y mujeres de cuero que se lamen las muñecas para limpiar con ellas su cabeza”, “..las mujeres por la calle usan pasos más largos, sus labios se hacen más gruesos: aquellas ensenadas femeninas que dan la bienvenida y gimen”, “mi cuerpo es la comunicación, mis besos son el diálogo, mi sexo es el principio y la palabra”, y una seria intención por despejar cuantas dudas sean posibles para que, limpio, se digne a afrontar su propio destino como creador.

Las relaciones, el silencio, las infidelidades, los entramados de las parejas, el corazón, ciertos efectos sentimentales, el sexo siempre húmedo, la cama siempre dispuesta y destendida, las miradas cruzadas y halladas y combatidas, los recuerdos, las palabras.

Debo confesarlo: me sorprendí con este autor.

Capaz de lograr los resultados que muestra con esta primera novela es digno de reconocer como “talentoso”, y el mago que escribió la contracarátula ya lo prevenía: “anuncia desde ya una obra importante en las nuevas letras de Colombia.

Así que aclaradas ya las cosas, descubierto que tras ese nombre se ocultan una serie de escritores de diferentes raigambres, ocultos detrás del velo invisible de su inexistencia, han dado en proponer a un chico para que de el rostro, las manos, la piel y su alma por ellos, mientras se escriben, se corrigen, se plantean, se despejan las historias que entre las decenas de manos que conforman ese magno cuerpo de escritores se van dando a la luz. “Por un instante, el equilibrio”, esa época en la que el autor era digno de unos cuantos escogidos que lo alimentaban con la certidumbre de que iría a lograr algo grande algunos años más tarde.

Vásquez es, entonces, una máscara; el personaje escogido por un extraterrestre que se hace pasar a su vez, por un fantasmal grupo de escritores de variadas épocas y muchísima intensidad que crea las historias que cree convenientes para llevar a cabo su misión: entender el género humano.

Y no lo hace para nada mal. Los errores son poquísimos. La sensación al terminar de leer una primera novela, es que ha sido grabada en un muy buen estudio bajo las órdenes de un experimentado ingeniero de sonido y mezclada y masterizada en el extranjero; contrario a las aguerridas cintas caseras prototodo de algunos escritores que, estos sí, son reales.

A veces el miedo nos hace confundir los caminos. Y a veces la emoción nos impide ver la historia que subyace detrás de ese maremagnum de palabras puestas una detrás de otra.

¿Pero se es culpable por pretender ir más allá? ¿Mucho mucho más allá? ¿Hasta dónde la sombra del autor se extiende?

La labor de un lector, de un Mal Lector es esa: descubrir, destejer, destapar, y nuestra misión con este título a llegado a su final, porque Vásquez es un invento, un sofisticado holograma, un ser tan parecido a lo real humano que se digna a mostrarse en público, a reír poco, a hacer anuncios y a cumplir, después, profecías que ya han sido abortadas por el mismo Tiempo, inverosímil y simpático en la misma fracción de existencia.

No hay comentarios: