sábado, 29 de septiembre de 2007

UNDER THE SIGN OF THE (MINIMAL) BLACK MARK

EL EQUILIBRISTA

Andrés Neuman

Acantilado. Barcelona. Mayo de 2005. 141 pp.

“La vida entera es un ritual muy frágil”, dice Andrés Neuman en un aforismo de su Libro I, una verdad tan entera como revolucionaria, pero tan antigua, como mestiza.

A lo largo de cuatro años, julio de 2000 y agosto de 2004, el argentino nacionalizado español mantuvo dentro de su chaqueta una pequeña libreta que le servía de acusado de recibido, cuando alguna idea o frase llegara a su cabeza, al tiempo que cumplía el resto de labores cotidianas que a un joven autor se le presentan: escribir novelas, poemas, cuentos, reflexiones sobre el arte de la narración, escribir columnas periodísticas, guiones para tiras cómicas y seguir en la labor de atravesar el vacío con el arma inmaculada, y muchas veces atemorizante, de las palabras.

“También nos enamoran las ideas”. Sí. El mayor riesgo que comete Neuman, es el de bifurcar la esencialidad de cada una de estas pequeñas bombas mentales, y –cosa curiosa-, darles la capacidad de estallar tanto en la cabeza como en el corazón.

¿Ideas?, ¿no nos está hablando de la razón, acaso? ¿Enamoramiento? ¿Este condenado neoespañol nos estará tomando del pelo? “Cuestión distinta a la teoría de la literatura (y mucho más feliz) es la teoría de la escritura”. Vale, con ese aporte, Neuman parece responder nuestra clase equívoca de inquietud. Y es la excusa para que mi menda exprese la idea que he mantenido en la cabeza desde un par de semanas atrás, y es que sí, por un lado, muchos de los escritores seleccionados mostraron que no debe haber vergüenza por dedicarse a ser hijos de una época, ¿qué sucedería si dentro de esa época existe un sentimiento llamado Amor? “Pensar el amor ensancha los brazos”. Académicamente, ¿será permitido? La lucha, creo, sería más interesante si el rechazo se hace de una forma subrepticia, incómoda, invisible.

Una de las frases más curiosas que pude escuchar durante una de las intervenciones en ese Encuentro, fue la referida al poco ego que sostenían los escritores convocados y como todo se había llevado a cabo de la mejor manera posible.

Lo divertido es que cuando uno se encuentra con jóvenes promesas del ardiente caldo de cultivo que es la escritura, surge una pregunta común y reiterativa: ¿hasta dónde serán capaces de llegar?

“Todo crítico o artista que pregona el apocalipsis se postula en secreto como sobreviviente”.

Y, ¿cabe la posibilidad de que haya un escritor cuyo ego no funcione lo suficiente como para hacer estallar a los inmediatos colegas que se apuesten a su lado?

Sospecho que esas otras críticas proferidas contra los Viejos Jerarcas del Boom, sólo hayan provocado unas risitas de lástima por parte de los (aún) sobrevivientes de tal movimiento literario. Claro, ellos saben de buena gana de qué va todo eso, y como lastimando, ignorando, mutilando y sentenciando –edi©torialmente hablando-, una ringlera de escritores de vital importancia, pero de menores presunciones y/o condiciones suertudas, fueron vilmente ignorados, para que dos generaciones después, salgan a la luz de los hechos rescatados por los bárbaros representantes de la escritura de la más inmediata contemporaneidad.

¿A qué juega el ego de un escritor cuando del Tiempo se trata?

¿Qué es una persona frente al cúmulo existencial de toda una Historia que involucra a las más variadas especies del orden lateral, mineral, animal, escritorial y vegetal, entre otras muchas?

“¡Traicionemos al autor!”, especie de confesión velada y, ahora, de nuevo, capacitada para hacer desaparecer esa aura incógnita pero demencialmente inmóvil que es la figura del escritor.

Neuman no hace más que tratar de responder con una frase de largísimo aliento: “El lector no tiene la culpa”. ¿Y si no es él, entonces quién? O, ¿cabe la posibilidad de que nadie tenga la culpa en esta nueva era? Y si es este el caso, ¿cómo hemos de actuar de ahora en adelante?

“El equilibrista es sabio: le teme a la caída pero ama la altura”. ¿Y si no es él, entonces quién?

Dedicado, parte del libro, a Vallcorba, su editor –“Los editores tienden a elegir entre admirar a sus autores o pagarles”-, el libro se divide en dos tendencias tan antiguas como actuales: los aforismos y los microensayos, siendo los primeros, divididos en tres libros cuyos contenidos se pueden explicar o catalogar de la siguiente forma: I. Vida cotidiana y costumbres; II. Estética y arte; III. Literatura y escritura.

Es una aventura delicada y deliciosa introducirse en cada uno de los apartados, eso, sin contar aún con el paisaje que nos provoca el asomarnos a la segunda parte que completa el texto.

¿Quién es Neuman, o a quién representa en este planeta de arena?

A veces, frente a estos seres brillantes –lo digo en sentido de iluminación-, no se sabe muy bien como actuar. Es decir, escribe una novela a una edad cuasi adolescente pero de una madurez asombrosa que, vaya, no cabe más que darle una dura crítica, y por cualquier linea medianamente astillada, descartarla para las cinco estrellas –puntaje máximo dentro de mi constelación de orden crítico y memorial-. Pero tras dejar a un lado poemas, cuentos y una serie de artículos periodísticos, este libro, este texto, este tomo, ES. Y no me avergüenza decirlo, me subyuga, me conmueve, me pervierte, me ayuda, me acompaña, me sana, me enamora y me insta a compartirlo como con pocos títulos se puede hacer hoy en día.

Creo que es muy fácil apostar por autores ya fallecidos o por los grandes individuos que continúan como olvidados por La Parca publicando y ansiando o anhelando premios Nóbeles y Reconocimientos Varios. Pero es muy verdaderamente difícil presagiar qué va a pasar con los más inocentes y poco precavidos autores que apenas asoman cabezas, extremidades, ideas, abrazos, gestos o sonrisas que ya empiezan a provocar ecos en los lectores.

Bolaño, por lo pronto, confesó que le preocupaba que algún conductor borracho los atropellara.

Y aunque es muy sucio tener que decir esto, creo que con “El Equilibrista”, y de una forma muy temprana, Andrés Neuman logró colarse a la Historia de la Literatura quizás, dentro de un nuevo articulado tan antiguo como la Literatura misma: la verdad imbuida de santidad, y claro, cuando conjugo estos dos sustantivos, no me estoy alejando del humor, elemento indispensable si se quiere sobrevivir al Apocalipsis, y de ahí al Amor, hay un solo abrazo.

Así que esta columna es de confesión: Amo A Neuman, bueno, Amo La Escritura De Neuman, porque me amo a mi mismo en medio de la tenaz lucha que ejecuto contra un vacío que, a riesgo de consumirnos, habrá de darnos la razón más tarde que temprano.

Y es curioso, pero aprovecho para agradecer a las nuevas tecnologías y a estos nuevos caminos que permiten que estos ejercicios expresionales sean llevados a cabo y diseminados por los territorios virtuales, infinitos y eternos de la Red.

¿Pero quién soy yo para aprovechar así estos espacios supuestamente objetivos y críticos?

Un hombre. Un guerrillero zen. Un lector que considera a la vida como un ritual muy frágil. Un amante de las palabras. Un amante de cruzar una página de un libro verdaderamente valioso y que vale la pena comprar o robar. Un confesor que se desnuda a cada tanto para que nadie lo lea. Un sobreviviente del Apocalipsis. Un hijo de una época. Un esposo. Un melómano. Un espíritu que con el arduo paso del tiempo, se halla cada vez más cerca de su destino imbatible. Y, para finalizar, un Equilibrista, un muñequito, un payaso, un lagarto disfrazado de palabras, un corruptor de la gravedad, un inocente individuo que tratará de elevar la bandera del Amor (Freak) bien alto hasta que me llamen a rendir cuentas más allá de esta frontera corporal.

“Esta misión no tiene final”.

Gracias Bro.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"