sábado, 9 de febrero de 2008

EL GRITO DEL SILENCIO ENTRE LAS PALABRAS

ALFABETO DEL FANTASMA

John Jairo Junieles

Rosebud Ediciones. Cartagena. Marzo de 2007. 204 pp.

¿Cuántos días de los nuestros dura el Sol de Junieles en dar un giro completo a su órbita?

¿Dos? ¿Tres años? Emitir un dato exacto requiere de uno de los telescopios más potentes que puedan haberse construido en el mundo, y el más cercano a Colombia no deja de estar a unos cuantos miles de kilómetros de distancia. Hacer un listado de lo acontecido en la vida del sinceño en el período 2005-2007 va a mostrar un resultado parcial, mírese por donde se mire. Desde el Premio Internacional de Poesía-Ciudad de Alajuela, en Costa Rica 2005 al Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén de México y Cuba a finales de 2007, muchas otras cosas ocurrieron en el firmamento de ese incontinente planeta, como por ejemplo, la Beca Banff de residencia en Canadá, y la participación dentro del Festival Bogotá 39, como uno de los escritores colombianos más representativos de su generación, lo que no dejó de ser una grata sorpresa, puesto que era más conocido por su labor bárdica que por esa tradición de narrador que muchas veces llevaba el rótulo de prosa poética.

Tal es la cantidad de títulos –y contando- que tiene tras de sí este escritor, que ésta, la obra que nos convoca el día de hoy, es su primera antología, oficializando, de alguna manera el largo juego que nos ha, subrepticiamente, propuesto a sus lectores de vieja data, pervirtiendo sus propias pequeñas creaciones para darles, en términos musicales, una nueva mezcla que las haga sonar de una manera menos subterránea. De hecho, sería muy interesante escribir un artículo dedicado exclusivamente a su titulaje, pero para ello necesitaríamos de un espacio mucho más grande que este, así que concentrándonos, poco a poco nos dirigiremos a aquello que nos corresponde.

“Alfabeto del fantasma” está dividido en tres capítulos: “El temblor del kamikaze”, pequeños relatos con el que inicia el recorrido. Lugar sacro para sus más íntimas confesiones de infancia, su quizás adolescencia, sus primeros pasos como independiente en una Cartagena que, en palabras de García Usta, “se le abre en sus rincones más secretos”, tendiendo un invisible puente plateado que comunica su necesidad de “acortar distancias” para llegar a ser él mismo edificando una serie de posibles personajes que rondan una memoria infantil que necesita ser traducida a palabra escrita, y lo hace tan bien, que hasta el mismísimo Rojas Herazo lo felicita sin ambages. El tercero, llamado “Ficción súbita”, es una especie de confesión contenida a manera de experimentación creativa mezclando lo aprendido tanto en narrativa como en poesía, dejando los ecos de pequeñas explosiones dentro de la (in)conciencia del lector al terminar esos renglones que desde afuera se ven tan inocentes. Pero es el segundo capítulo y el grueso del libro, el que aquí nos convoca: “Viajero con pasaje a tierra extraña”, el culpable de que Junieles haya sido premiado en Alajuela. “Viajero..” no es más que un libro de total & absoluta poesía, con algunos ecos proséticos que no estorban al momento de catalogar el asunto como un tanto clásico. Pero no es la forma lo que nos interesa, claro, es el contenido, pero más allá de que puedan ser unos buenos o inolvidables o necesarios poemas, lo más interesante encontrado aquí es que Junieles es otra persona. Es decir, cada uno de nosotros contiene una infinidad de secretos que van, con los años, formando una exquisita clase de laberinto que sirve, algunas veces, de anzuelo para atraer otra clase de misterios insondables. Junieles pueden ser dos, cuatro, quince individuos sueltos dentro de un pequeño ser que no logra sobrepasar el metro setenta, y como escritor, “en el cuento y en la novela somos otros sin dejar de ser los mismos”, tiene el permiso moral de transfigurarse, lo que puede significar que llega a ser el que es, o dicho de otro modo, empieza a ser el que es. Y me permito introducir una brevísima referencia de estricto tipo personal: aunque el una vez joven Junieles fue premiado infinidad de veces, algo de su obra permanecía en ese filo que de vital y básico se torna fronterizo con lo confesional; los reflejos están sin desprenderse de su cordón de melancolía que se utiliza para poner orden en la casa y una vez el ambiente es el apropiado, permitir que las alas se explayan para llegar hasta dónde tiene, el escritor, que llegar. Y el ya no tan joven Junieles abrió sus alas y no sólo sorprendió al jurado del premio costarricense, sino que empezó a crear murmullos como pequeñísimas fugas de agua que empiezan a correr montaña abajo, desarrollando su forma total de río. Sí esa primera voz conectaba con lo íntimo de casi cualquier persona en la clase de recuerdos que se mantenían a flote aún contra el implacable paso de los años, la Voz de ahora convoca una clase diferente de melancolía: la búsqueda de las raíces personales, el grito absorbido para llegar hasta el punto geográfico necesario para alcanzar los bonus necesarios para proseguir en la subsistencia. Heredero de sangre francesa y judío-sefardí, tal como lo acometió en su momento Bob Dylan, va tras sus rastros de una forma latentemente mágica, sin pretensiones de tipo intelectual y, lo más asombroso, sin el tem(bl)or de aquello que va a encontrar. Junieles necesita “preservar los milagros”, y quizás sea esa la debida atención para que la cuestión fluya sin protocolos, sólo él, nosotros, y esa inasible lista de palabras que componen la estructura del poema: el viento, el recuerdo, el aire, el tiempo, la arena, los secretos, lo compartido, la palabra misma. “Cebolla deshojada de mi patria/país de viento y pompa fúnebre/lunática geografía de peces secos” se le oye cantar en “Palestina, luna negra de mis uñas”, en momentos en que por algunos, sería mejor callar lugares. Es parte del riesgo que se corre al volar. El miedo se ha quedado en algún lugar del suelo. La ecuación no se puede fracturar. La lucha, ahora, es a otro considerable nivel.

“Estos cuentos, estas palabras juntas, quiero decir, son una profesión de gratitud” confiesa el autor en la especie de prólogo titulado “Desde ayer, hoy es mañana”. No hay nada más que agregar a esa declaración de principios.

“Sé que reina un sentido en todo esto,/pero no sé cuál, tal vez sólo sea mi esperanza”, canta en “Las hormigas del miedo”.

Esa inquietante búsqueda por saber de dónde venimos, para descubrir quiénes somos y así hallar el camino que nos llevará a dónde iremos, se ha volcado en obras recientes como la celebrada “Donde no te conozcan”, de Enrique Serrano. Atravesar la invisible capa que separa el eterno presente de un ignorado pasado reviste de algunas claves de estilo para salir bien librado del viaje. “No es fácil distinguir a los que se marchan de los recién llegados”, nos dice Junieles en el poema que le da título al libro-capítulo celebrado. ¿Cómo saberlo? Acaso por el brillo de sus ojos, acaso por algún gesto que se escapa a una mirada de repaso convencional, o quizás en su forma de caminar o de hablar. Pero no. Una posible manera de descubrir a los misteriosos viajeros es mediante la indeleble huella de la buena literatura, aquella hecha en las profundidades de un cielo que de la confianza que se tiene se percibe eterno, y algunos de ellos, como nuestro invitado el día de hoy, lo percibe desde un pasado movedizo, que desde que se tiene uso de razón, se ignora, se vilipendia, se desconoce, pero que cuando se le oye pronunciar “en murmullos el secreto, la oscura luz de los días venideros” no queda otra opción que buscar la ventana hacia el pasado, única forma de adelantar algunas casillas en el camino que conducirá, y eso lo sabemos todos, a la meta final, que para algunos, es justo el principio de la verdadera carrera.

¿Dos? ¿Tres años? Tal vez el único que pueda dar la respuesta a la pregunta planteada al inicio de este escrito sea él mismo, el (ahora) conocido o descubierto o mapeado planeta Junieles, cuyos ecos lumínicos de la explosión que lo dictó nacer caen sobre las hojas en blanco de una vida que se expone a ser contada bajo aparentes fragmentos cósmicos que (nos) tocan algunas fibras de carácter íntimo de un laberinto conciencial que, a veces, parece necesitar de algún azote lúdico para que no desfallezca en su empeño de continuar conduciendo los pasos hacía alguna diferente clase de infinito.

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