sábado, 29 de marzo de 2008

BERNARDA (CRÓNICAS DE VIAJE SUBJETIVO)

UN BESO DE DICK

Fernando Molano Vargas

Cámara de comercio de Medellín. Medellín. Noviembre de 1992. 166 pp.

No creo en la objetividad. No puedo. Siempre he tenido sospechas desde que empiezan, en la universidad, a introducir vasos comunicantes con la investigación. La llamada objetividad implica un grado sumo de subjetividad, por lo que nadie está limpio.

El primer encuentro que tuve con “Dick” se remonta a 1993, en Bucaramanga; Tunja, Cali, Bogotá…no puedo precisar cuántas veces lo he leído ni a cuántas personas se lo he recomendado. Es una extraña clase de libro sagrado…no sólo para mí, afortunadamente.

Dos puntos llaman la atención sobre Molano Vargas y “Dick”: su repentina muerte cuando apenas contaba con 36 años, y el culto edificado –voz a voz- en torno a su única novela publicada de manera oficial (“Vista desde otra acera” es un invaluable manuscrito que se puede leer en la Biblioteca Luis Ángel Arango). Pero hay muchos más: Molano Vargas entra a formar parte de esa colonia de escritores nacidos después de la década de los 60 que, por fin, pudieron demostrar que el Realismo Mágico era cosa de una sola persona, “sin implicar que sea un fenómeno nuevo, puede decirse que a partir de la década de los 80 (que puede ubicarse de manera laxa como el inicio de la crisis estructural de la llamada modernidad tardía), los jóvenes han ido buscando y encontrando formas de organización que, sin negar la vigencia (..) de las organizaciones tradicionales (..) se separan de lo tradicional(..)”, se lee en Emergencias de Culturas Juveniles, y desde esa consagración temprana, a causa de su prematura muerte, es salvado del largo camino –y muchas veces absurdo- de pasión al que se ha de someter un –cualquiera- aspirante a reconocido escritor en este país. Molano Vargas, también, forma parte de ese extraño cuarteto de muertos que se ha decidido a tocar frente a varias generaciones de escritores: Caicedo Estela, Chaparro Madiedo, Rodríguez-Bravo: todos con una novela bajo el brazo y diferentes causas de prematuras muertes que los ponen en una galería exótica debido a la calidad de sus textos. Lo había preguntado en una ocasión anterior, y lo hago una vez más: ¿a qué se debe esto? Y no, nunca he obtenido una satisfactoria respuesta……………………………………….

La causa para la lectura de esta ocasión, fue la insistencia de Bernarda, una compañera del Café Literario al que asisto con frecuencia inusitada, al haberle dado algunas indicaciones sobre el libro desde el lejano año pasado. Me confesó que no se había podido sacar de la cabeza el título y yo le dije que tampoco me había sacado la enseñanza que ella me dio, cuando le hice aquella advertencia de que se trataba de la historia más bella de amor que hubiera leído dentro de las fronteras literarias colombianas…gay. Me respondió con que el amor era la más profunda expresión a la que podía tener acceso el ser humano y que ella no era nadie para criticar las diferentes maneras que existían para experimentar dicho sentimiento. Fue mágica esa conversación. Tierna y dura al mismo tiempo.

Meses más tarde, es decir, algunas pocas semanas ha, cuando le puse el libro –la tercera edición por Editorial Babilonia- en sus manos, se fue corriendo a la casa a leerlo. Eso me lo dijo después, cuando de manera extraña me la encontré por fuera de los horarios acostumbrados a nuestras conjunciones. Dejé de leer lo que estaba leyendo porque me tiene impresionada el libro, me dijo. Se notaba harto contenta. Y con razón. Es una clase de libro que, como todo clásico, tras cada lectura deja una sensación diferente o nueva. Pero también, como todo clásico, es un libro que fue escrito con una poderosa fuerza de época –retrata los finales de los 80- para que sobreviva al paso del tiempo. Sin envejecer, incluyendo esa manera de dirigirse a ciertas cosas que no deja de ser un espacio congelado en su momento.

Le prometí a Bernarda que hablaríamos una vez hubiese terminado el libro. Pero aún no puedo cumplirla. La ví hace poco a lo lejos, y me sonrío, pero yo estaba ocupado atendiendo otro caso literario, esta vez con un empedernido fumador creador de frases de antología que se niega a publicar con la fe que le tiene al cigarrillo. El tiempo de ella no fue mi tiempo, y quedamos, sin decirnos nada, para una próxima ocasión.

La versión del libro que tengo, es la primera, la que tiene la carátula de la Virgen de las rocas y la que contiene el aviso de novela ganadora del primer concurso literario de la Cámara de Comercio de Medellín, y es de noviembre de 1992. Tengo las otras dos versiones: la ya nombrada que presté, y la de Proyecto Editorial, paso intermedio para lo que sería Editorial Babilonia.

Dije, antes, que había vivido en Cali y fui un agresivo cliente de la Atenas, una librería de segundazos cuya actualidad deja mucho que desear.

Mi primera visita a la ciudad que me albergó durante 8 años, tras enraizarme en Bogotá, me dio ese regalo: la primera edición totalmente nueva de “Dick”. Creo, atendiendo las palabras de Abad Faciolince en el prólogo a las ediciones posteriores, que era uno de los libros rechazados por las empresas cobijadas por la asociación de Medellín, tras el boicot que le plantearon al Premio por exaltar una obra que iba contra natura. Allá ellos. La copia la guardo con el fervor de un apasionado enamorado de una obra que me dice más que muchos de los otros textos producidos por los compañeros de generación, aún vivos, que campean por unos valles fértiles pero artificiales de las letras contemporáneas. Y siempre he creído que a ese cuarteto, no sólo la muerte los salvó de la decadencia que implica el tener que llevar a cabo una obra a lo largo de una lucha constante con la vida, sino que los pone en ese lugar privilegiado en el que se ha de ser un genio para saber cuándo la misión se ha cumplido y es el momento digno de partir. ¿Pero cómo pretender saber hasta qué extremo escribir cuándo ni se tiene certeza del momento de la Muerte?

No deja de haber algo bello en ello.

No sólo en la obra, no sólo en la vida de Molano Vargas, sino en el efecto que tiene una leve obra como “Dick”.

Sin ser intrincada, es compleja. Sin pretender ser una guía sexual para adolescentes, responde a muchas preguntas, dudas e inquietudes. Y siendo una novela que no traspasa la edad escolar, es apta para todo público.

La tarea de difusión de la palabra de Molano Vargas aún es labor de quienes lo hemos leído, aunque siempre es difícil hallar una copia en la mencionada Biblioteca algunos párrafos atrás.

Sí. Ya sé que esto no es nada literario, pero lo dije al principio, quién escribe esto es un enamorado, y ya se sabe, hasta un enamorado es capaz de salir ciego debido a un accidente con el ácido de una batería a verse con su pareja.

Yo quedo ciego frente a las palabras tras leer “Dick” y no sé qué escribir, sólo tratar de compartir una emoción que, de lo potente, me enmudece.

Así que sólo me resta recomendarla con fervor, y esperar a que se presente una próxima oportunidad para entrar en ella y salir diferente, más tranquilo, más completo, más alegre al recordar, una y otra vez y para siempre, ese maravilloso final que, lo repito, no tiene comparación con nada de lo que se haya escrito aquí en Colombia, desde “La Vorágine”, de Rivera, a principios del siglo XX:

“-Te amo, Felipe.
-Ya sé.
-...
-...
-No se vaya.
-...
-...
-No me deje ir.



(Para Diego)"

, porque es un mensaje cifrado para aquella cualquier persona que sabe entrar a esta novela, descargando cualquier asom(br)o de prejuicio ya que se exige una pequeñísima y ligera carga para atravesar tal campo, y permitir, “ese final”, que toque alguna fibra interna del invisible corazón que ha dejado de latir, porque el afán de seducción, que tanto pedía Barthes –un favorito de Molano Vargas- se conduce, en lo que dura leer la novela, de un estado gaseoso e inmaterial, a un eco sólido que tampoco permite una salida apresurada, puesto que la emergencia es, en todo caso, únicamente hasta la página 166. El resto…el resto, mi queridísimo lector, es el fuego que queda ardiendo en el alma tras cerrar el libro.

2 comentarios:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"

carlota dijo...

Ojala...mi mente albergara tanto vocabulario para poder describir la sensación que dejo en mi "Dick". Dejarlo de lado me ha costado tanto trabajo, como contener las lágrimas después de cada vez que llego a su fin. Maravilloso seria devolver el tiempo y mantener una charla con Fernando Molano, escuchar de su propia voz la hermosa describción que hace de mi ciudad.. del frio..del amor.