sábado, 12 de abril de 2008

LA LETRA AUSENTE

AL PIE DE LA LETRA

John Galán Casanova

Universidad Externado de Colombia. Bogotá. Marzo de 2008. 71 pp.

Siempre es una emoción cercana al honor ver a un poeta joven en una colección –Un Libro Por Centavos- que tiene tanta fuerza de convocatoria -12500 ejemplares publicados por cada título- y a tan variadas firmas –de generación, distancia & calidad- en sus anales.

Desde el revolucionario “Puerto calcinado”, de Andrea Cote, son muy contadas las firmas de jóvenes a los que se les puede llamar de tal manera, sin el apelativo de viejo, acompañando a esa palabra, que sería el caso de (Don) León de Greiff o de Rojas Hérazo para no ir más allá. Lo curioso es que al haber empezado por algo tan huero, no me queda más que introducirme a una primera puerta que veo abierta en esta reseña y seguir la luz que de allí emana: la poesía no tiene edad, mucho menos sus exponentes, sus mensajeros, sus esbirros.

¿Es, acaso, la poesía, una esclavitud? ¿Un motivo que tiende más al sufrimiento que al gozo épico? ¿Un formato inútil en la incomprensión que le prodigan la mayoría de especímenes a los que –por respeto y otra clase de resultados evolutivos- se les ha de llamar humanos?

El poeta que nos convoca hoy en día, es un viejo amigo conocido de esta casa. Respetado, leído, admirado y seguido por los ardientes vericuetos de ese llano plano y sin orillas (Rulfo dixit) que es nuestro sistema feudal de periodismo cultural. Pero ya que no estamos interesados en tener a mano el cúmulo periodístico de Galán Casanova, baste con decir que ha participado de ello, y no con eso quiero decir que sea algo malo, al contrario, la distancia que se ha mantenido entre nosotros desde ese (ya) invisible 1993 es lo que ha hecho que lo nuestro funcione de la manera más fluida y libre que se pueda esperar. Y no exagero. Pero si no me quieren creer, pongo un ejemplo. Qué mejor pensado, podría ser una anécdota. Estoy sentado en el escritorio de la oficina de Patiño Millán en la Universidad del Valle, y me da unas indicaciones que he de seguir –aparentemente, no son obligaciones- tras publicar formalmente mi primer libro. De poesía, claro esta. He sido un ferviente fan de Patiño Millán desde que vi reseñado su primer libro “Canciones de los días líquidos”, en la vieja página de rock que dirigía el señor Troller en la miserable revista Cromos en, ¡vaya coincidencia!, 1993. Aunque el título, reseñado como un álbum musical, tenía un año más de antigüedad. Y sale Galán Casanova en la conversación. Me pregunta sí lo conozco. Le digo que lo he leído. Y era cierto. Recordaba cómo trataba de captar un ligerísimo gusto de su columna dominical de El Espectador, sin que casi nunca se diera un resultado feliz, porque siempre, por alguna razón que ya no recuerdo, faltaban unos pocos centavos pa’l peso. Y claro, el problema era mío. Un amplio domingo, solo, en una ciudad sitiada por el tedio, solo, sin otra posibilidad que entregarme a la burbuja deleitosa de la lectura. Algo parecido a lo que me había tocado leer -¿vivir?- con “Almac n Ac sta”, su ya premiado primer libro poético. Pero como ya lo expresé. Nunca pude entender el porqué, y sin pruebas leídas a la mano, no enviaré vectores al pasado. Patiño Millán me miró con rostro de sospecha. Pero le afirmé que sí lo conocía, de mera leída, pué. El director caleño lo nombraba como ejemplo de lo que podría hacerse con un poema, ya que Galán Casanova pertenecía a una banda de rock, y en mitad del bullicio, se ponía a encantar a los presentes con su propia obra. Lo que le causaba ciertos peligros de rechazo. Y era la conclusión a la que llegaba Patiño Millán. Tenga cuidado mijo, tengo que atender otros asuntos académicos muchas gracias por su visita, chau.

¿Respeto puede ir de la mano con distancia? Claro. Quizás en ese punto radique la veneración. En algún punto ya olvidado pude ver su “Coraz´n portátil”, pero reconozco que en el momento del diálogo con el profesor de la UV, no conocía su “Ay-Ya”.

Pero para todo esto sirven las antologías, ¿no? Y son más creíbles aún si es el mismo autor el que las produce. Aunque quizás existan registros de que nadie peor que el propio poeta para antologarse a sí mismo. Ego mata al ego.

Aquí, en “Al pie de la letra”, el resultado es interesante. Agradable. Lúcido. Quizás no tan provocador como me gusta a mí el asunto. Pero saca risas, y pensamientos, esos gestos que no dejan de verse como una intrépida mudez en contra del absurdo mundo. Quizás todo eso sea también parte de esa sugestiva ecuación llamada poesía. Una incógnita que tiene el botón encendido desde la mismísima creación de la humanidad.

Pero las sorpresas no pararon ahí. Porque Galán Casanova también incluyó poemas de inédito corte. Más espeluznante, que vayan y le piquen caña. La completud del asunto es cosa bárbara, y –de nuevo- se le agradece pálidamente desde la distancia. Como esta reseña perdida dentro del mágico, brillante y profundo –por inabarcable- océano virtual de la red.

“La edad aumenta lenta con los años”, dice en “Numerología”, y eso es dar fe de lo leído. Porque cada época, que significa cada texto, y que tiene –me late a mí- mucho que ver con la tradición lírica colombiana, es radicalmente diferente, sin perder su consistencia, su frágil esencia. Algo familiar, por ejemplo, en el primer título. Luego la desesperanza del amor o ese engaño físico que se quiere hacer llamar como tal. Para luego huir hacía una convocación más sideral, más plural, lo que no es otra cosa que la madurez de un escritor.

¿Cuántas voces puede representar un poeta? O mejor, ¿entre más voces represente un poeta, mejor? No lo sé. Y dejo la pregunta abierta para que bien lo quiera hacer, responda.

Lo más impresionante que me dejó esta lectura, es que la moda, la plegaria de insanos comentarios, la no soledad, la repulsiva vista contra una aletargada luz falsa, el nombramiento para tal o cual representación fatua, por no decir fatal, es un daño grave, casi una especie recóndita de cáncer que ataca a quien lo toca en unas pocas miserables obras, que serían meses para una persona normal. Galán Casanova, aquí, demuestra que el paso de los años es firme en su poética, en su resultado, en el camino que eligió contra el tiempo quizás, o contra sí mismo, por qué no. ¿Ser poeta? Por Dios, no te entiendo. ¿Eso pa’ qué!

El tiempo es el único que puede ser solidario con el bardo. Nadie más. Todos los seres, empezando por el primer círculo de consanguinidad que rodean a quien escribe, desaparece tarde o temprano, y no le queda más, a la obra, que defenderse por sí misma, sola, ante una maraña de invisibles ojos desconocidos que se posarán sobre ella de tanto en tanto, sin que medien manos físicas entre las dos partes que puedan impedir decir o hacer tal o cual cosa. Una agresión física, o un mensaje como “revocate the agitator” o cosas aún peores y más estremecedoras que no traeré a colación por si puedo asustar a alguien que pretenda meterse al charco como escritor.

Dueño de una serie de palabras cotidianas, posee una extraña retórica que se adecua a las capas del tiempo, o del presente, o del más temprano e inmediato porvenir, y eso ya es mucho. Así que desde este espacio lo convoco a que en un par de años a lo sumo, o gracias al impulso que adquirirá con esta colección, en un poco menos, lo tendremos de vuelta con algún otro título que no haga sino aumentar esa voracidad por ocupar espacios y talar árboles que es otra condición sine qua non del poeta, o del escritor, mejor dicho.

P.D.

Sí fuese otra clase de persona le diría, palmeándole la espalda, ¡hombre, Galán, te felicito!, y lo diría de verdad. Porque no hay nada mejor que eso. Que alguien a quién uno respeta, tenga las oportunidades de seguir adelante. Como ahora. Como hoy.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"