sábado, 3 de mayo de 2008

EPIC PROBLEM

SÁLVAME, JOE LOUIS

Andrés Felipe Solano

Alfaguara. Bogotá. Agosto de 2007. 245 pp.

I. EX – SPECTATOR

Nos es, como colombianos, aparentemente imposible desligarnos de la adusta melancolía.

Encerrados en una condena que parece no tener límites posibles a la vista, la salida o la luz –es lo mismo- se antoja invisible y por lo tanto difícil.

Grossman decía que la labor del escritor era la de ser capaz de documentar aquello que pasaba en su tiempo, aun a costa de lo más horrendo que pudiera ser. Tenía razón. Y es una de las características más debatibles en cuanto a la labor del intelectual. Casi todo el mundo sabe eso.

Pero ser colombiano es algo diferente. Algo que se escapa de la razón, aunque haya aproximaciones –los libros de Yunis, por ejemplo-. Algo que es, lo repito, difícil.

¿Qué somos?

¿De dónde venimos?

¿Para dónde vamos?

Y la más trascendental de todas: ¿quiénes somos?

A Gauguin nunca nadie le respondió eso, y ya saben cómo terminó su historia.

Pero era un hombre, no un pueblo.

Empezar a pretender respuestas es, quizás, alguna de las misiones que se tiene o que se acepta al empezar el camino de las letras, sea cual fuere.

Ignorar lo invisible puede ser una opción. Pero aceptar la misión de averiguar lo que yace tras esos telones que no se ven, puede ser perfectamente interesante.

Lo aclaro de una vez: no voy a dar respuestas en este artículo.

O por lo menos, no conclusiones. A lo sumo, aproximaciones. Que son lo más importante en este momento.

Ahora, si ser colombiano es un problema de marca mayor, ser escritor colombiano lo es aún mucho más, y mucho mucho más lo sería el ser intelectual colombiano.

Pero me remitiré a lo segundo.

Alguna vez le preguntaba un colombiano a Guy Picciotto sobre el álbum The Argument (Dischord, 2001) y él respondía que la canción “Epic problem” se debía a que era una composición que les dio hartos líos para su culminación. Así que se sentían escalando un monte cuando el terreno era una planicie. Y bella por lo demás.

Así me sentí frente a la obra prima de Solano.

Sí hay tantos verdes en este bello país, ¿por qué me tenía que confinar a una escultura de humo poco pretenciosa?

Hace poco habíamos visto que “¡Caviativá!” se une a un coro de obras que, expulsadas desde el centro mismo de espíritus acérrimos e individuales, creen que son lo maravilloso que ha sucedido en esta época. Pero no es así. Margarita Posada, Andrés Burgos, Antonio García, Ricardo Silva, Antonio Ungar, Juan Correa, todos tienen unas ciertas características y unas personales ideas de lo que representa o significa ser escritor colombiano en Colombia y escribiendo sobre Colombia.

La nostalgia se nota en esos ecos por atraer la niñez a sí mismo.

Y es bueno, porque necesitan quemar unas etapas para poder llegar a algo más maduro.

Es parte de la labor de reconocimiento de un terreno que a duras penas han explorado, y que ni los títulos en literatura ni las crónicas fugaces que acostumbran a hacer para revistas del corazón desnudo les ayudan.

De repente es como si se dieran cuenta de que ser escritor no es eso, sino que es algo más misterioso que ni siquiera les enseñaron en las escuelas por las que pasaron.

Y por eso inclinan la cabeza con humildad escribiendo obras de niños.

Lo que no es malo.

Porque hay resultados que seguramente cruzaran algunos tipos de fronteras y llegarán hasta el centro mismo de un núcleo nicho específico para ellos.

El porvenir, tendrá el nombre de aquellos que hayan hecho bien la tarea.

Pero no puedo dejar de divertirme asomándome a ver los repetidos errores que se comenten como con tanta premura.

Abraza el error dice Buda.

Pero también del error se aprende o el que no acepta el error lo comete dos veces.

II. ARGUMENT

Boris Manrique, fotógrafo de una revista mediocre llamada “Control Remoto” de la sección de sociales, tiene 22 años y un problema con el paso del tiempo que se ve expuesto frente a su imagen ideológica cuando descubre que Cornelio Zubizarreta murió en España a los 117 años.

No es que la noticia del anciano le haya causado los pesares que carga –y que nosotros hemos de leer- sino que desde muy chiquito, todo aparentemente apuntó a eso.

Y creo que ahí radica lo más importante del relato.

Porque lo que expresa Manrique, por boca de Solano, es la desfachatez de encontrarse inconforme con todo aquello que habita alrededor de alguien que traspasa la línea universitaria y se va de bruces contra la Vida misma sin ningún mecanismo de acción para pensar, detenerse, aprender en la calma o disfrutar.

Que esté bien o mal hecho, aparentemente no tiene ninguna importancia.

La labor, en veces, del escritor, es la de ser cronista, aunque se sume a un lánguido coro que de tan poquísimas pretensiones que tiene, aburre.

A veces se necesita la exquisitez, y –lo repito- eso no lo da el leer a clásicos rusos, o alemanes, o argentinos, o norteamericanos. –Lo repito- el ser escritor es otra cosa, muy diferente a la de escribir artículos bien pagados para revistas que con el paso del tiempo –aquello que tanto temen algunos- se convierten en los centros falsos de una generación que, desafortunadamente, se acostumbra a escribir en esa extraña clase de inmediatez.

Como la equivocada “Control Remoto”, por ejemplo.

Al final, cartas a la Doctora Corazón de turno, conquistas bizarras & añejas, confesiones alcohólicas de por medio, dudas al tener frente a sí a las verdaderas explosiones que conforman el mapa de la vida, Manrique se une a la experiencia de su compañero de trabajo Santos Bustamante, y se aleja de su propia miseria capitalina.

Otra de las coordenadas repetidas por tantos jóvenes mozuelos que –lo repito- necesitan darse un pase de cordura incordial, socialmente hablando.

Esa huida, que Fresán disfrazaba de Pánico, es la clave de toda una generación, además del consabido miedo a enfrentar el amor. O lo que podría ser igual, una relación.

El sexo, decía Bob Dylan, es un parpadeo de ojos, un “hola & adiós”, algo fácil incluso en la práctica; pero el Amor, vaya, eso si que es complicado y hasta raro de describir hoy en día, porque eso ya casi no se usa. A no ser que, esta pinche generación de mozalbetes nacidos en los pálidos años 70 –lo siento, pero quizás la culpa de todo la tuvieron sus padres biológicos que tuvieron que defenderse a sí mismo de esa década-, tenga lo que tiene que decir a partir de una madurez lenta y sosegada, cuando algunas heridas hayan sido curadas con el paso de ese monstruo tan temido pero tan inconsolablemente bello, como es el Tiempo, y, al igual que sus superhéroes escritores norteamericanos, nos endilguen el placer verdadero de gozar con una lectura pausada, aunque sea cruelmente de naturaleza veloz. De una lectura que viene con ese regalo –aunque debería decir don- que es la verdadera complicidad entre el autor y su labor, por no decir vocación. Porque a veces, y sé que parezco destinado a la miserable perplejidad de la furia, es la esperanza lo que me motiva a ser así. Esa vocecilla que no se quiere callar, y que dice: “¡agúzate!”, aunque todavía hoy en día pocas cosas valgan por ahí.

III. FULL DISCLOSURE

Esperemos, pues, como se desarrolla esa historia personal de Solano….

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