SEÑALES DE RUTA –Antología de cuento colombiano
VV.AA.
Arango Editores. Bogotá. 2008. 231 pp.
PUEBLO PEQUEÑO INFIERNO GRANDE
Plata, el editor de esta nueva antología de cuento reciente colombiano (autores nacidos a partir de 1972), es ambicioso: “Con desbordado optimismo espero ver el canon de la literatura colombiana afectado por este volumen en algunos años”, y un poco confundido, afectado, quizás, por esa inhóspita fórmula que anuncia que los habitantes pálidos & fantasmales de esta región olvidada del mundo se encuentran entre los más felices del planeta.
A veces esa pulsión debe ser llevada con una calma hilarante. Jugar con ella, quizás. No tomarse demasiado en serio. Salir a dar un paseito por los parques que pueblan esta ciudad. Estrechar una mano. Beber una infusión.
La labor de un editor siempre va a ser la controversia, el ojo del huracán, la figura sobre la que todos llegan a poner la mirada.
Y como para casi todo, se deben poseer unas cualidades mínimas para soportar lo que se viene encima sin avisar.
Llega un momento, un único instante, en el que la persona empieza a ver con claridad lo que le deparará el destino.
A veces se corre a gritarlo a los cuatro vientos, a veces solamente se hace una taza de café en la soledad de un apartamento céntrico de alguna capital republicana, y se celebra a solas.
¿Quién osa, en cambio, con desafiar al destino?
Un idiota. Un extremista. Un adicto. Un editor.
¿Pero qué sería de nuestra vida cotidiana si no existieran tales especímenes?
McOndo, por ejemplo doce años después, es un invaluable prólogo que resume una época inmensa dentro de la literatura hispanoamericana posterior al Boom. Lo que no quiere decir que como movimiento alguien este particularmente orgulloso de haberlo sido, aunque al hablar de sus protagonistas, se deben rescatar casi cinco escritores que merecen cuidarse en nuestras respectivas bibliotecas en caso de amenazas o conatos de incendios.
Ya Bolaño había profetizado que el Nobel de su generación, según una hipotética respuesta a una afanada pregunta, se lo llevaría un atorrante.
Quizás lo que más me preocupa frente a ese prólogo, sea el aviso que Loza ya previó en su pobre ópera prima, la de que la generación jackass iría a hacer de las suyas.
Plata, no se puede desconocer, es un listillo hijo de puta, así como la gran mayoría de quienes poblaron ese descampadero de 231 páginas.
¿O debería decir, una más?
Es peligroso mentir cuando de recorridos de larga distancia se trata.
Antes que nada, se debe conocer uno mismo, y saber de qué o con qué va la cosa.
O quién marcha al lado.
Como en este caso.
Amigos, frecuentados, descubiertos…se aboga por aquello que uno cree que merece otra oportunidad sobre la tierra, ¿no? Incluso, una primera oportunidad. Ya cada uno se dará cuenta de si sí puede hacer el recorrido a solas o si no es más que una ocasión para compartir con los amigos, y crear, por ejemplo, a seis, ocho, dieciséis manos, no importa. Lo valioso es estar. Figurar. Pertenecer. Participar. Escribir. Tal vez en ese orden.
Plata, de nuevo listillo hijo de puta, se la juega con gente de cierto recorrido, de algunos minutos en el campo de juego, de ciertas entradas al Coliseo de
Curioso, ¿no? Literatura de desmadre en un país feliz….
Viña del Señor, al fin & al cabo.
QUE ENTRE EL DIABLO Y ESCOJA
Creo en la estadística. Me gusta ese absurdo que le imprime a
Por el momento, es decir, durante la primera travesía que hice a lo largo de esta antología, destaco esto: la sobriedad estilística de un Burgos que, me late, condensa mejor en corto que en extendido. El neo costumbrismo de Piedrahita. El pesado silencio femenil de Ospina. La tradición –parece ya un nicho lo suficientemente nutrido, generación tras generación, dentro de nuestro tembloroso límite: Caicedo, Chaparro, Medina- renovista de Ferro. Y la magnitud prosaica de Castilla, emoción contenida y laberíntica, fugaz espejismo de un verdadero futuro, caso omiso de lo que se plantee alrededor de ella, como debe –verdadera finalmente- ser.
¿El resto? Entrego un informe de lo que me tocó o de aquello que se sintió diferente aquí adentro.
Sorpresas, obvio: creí que iba a disfrutar un poco más a Cárdenas; confirmaciones de parte y parte, por ejemplo: no puedo con Álvarez, y escapado en un pequeñísimo lote del grueso del pelotón, el “aventajado” Rodríguez-Bravo; y por supuesto, esos lugares comunes que de comunes, vuelven todo un bostezo: Alonso, Varona, Pineda, Las Filigranas.
MÁS SABE EL DIABLO POR VIEJO QUE POR DIABLO
Hay una trampa en este libro.
A aquellas personas que recuerdan con atención, se les debe venir a la cabeza una antología editada por este mismo sello editorial en 2001: “Inventario a contraluz”. Federico Díaz-Granados. Alguien que aquí poco o nada necesita en cuanto a presentación, lo suficientemente recorrida, clara, espesa. Golpe De Dados, para poner un nombre.
Decir, como en este caso “Antología de cuento colombiano” es muy distante a decir “Antología de una nueva poesía colombiana”.
Rodríguez-Bravo decía que la literatura no tiene nacionalidad.
Pero esa una hace la diferencia. El vacío creado es otro tiempo-espacio.
Ya se sabe que a veces es difícil hacerse a un lado.
Sobre todo cuando se dan los primeros pasos.
Experiencia, la llaman a esa figura en algunos casos retórica.
Aquí, por ejemplo, la antología es más del tipo Plata que del tipo autores o, lo valioso en una de esta clase: del tipo obra. Como en Contraluz, valga la reiteración.
“Con desbordado optimismo espero ver el canon de la literatura colombiana afectado por este volumen en algunos años” dije que dijo el editor en el prólogo del libro. Hagamos una dinámica. Juguemos con las palabras. De hecho, existe un juego bastante divertido para inicialistas en la bella natación. Para abrir los ojos bajo el agua, impedir que el líquido se inyecte por las fosas nasales y saber contener la respiración, se tiran letras de colores al fondo de la alberca. Tres, cuatro o cinco que formen una corta palabra: mamá, amor, olvido. Cuando la persona es un tanto más experta, y generalmente en equipos, se trata de formar una frase. Así que imagínense a algunos de los participantes de esta antología, a sólo aquellos que no teman mostrarse tal como son, al borde de una piscina -uno de los últimos sitios reales donde se demuestra cada quien como realmente es- listos a la orden de partida para buscar palabras al fondo de la pileta (digamos de uno ochenta de profundidad). El juego transcurre con absurda normalidad. Con respeto, incluso. Risas, claro esta. Algunos tiemblan. Hay alguien que quisiera, definitivamente, estar en otro lado, o por lo menos, seco. Y listo. Conforman la frase. Que dice. Lo. Siguiente. “Con desbordado optimismo espero ver el canon de la literatura colombiana afectado por un@ de est@s autor@s en algunos años”. Genéricamente correcto, claro; pero lo repito: atención a las damas de este tomo. Una, y ojalá sea así, clase diferente de futuro.
NO ES LO MISMO LLAMAR AL DIABLO QUE VERLO VENIR
Finalmente, y obligado por las circunstancias, debo cerrar este espacio con la consabida imagen musical de la sesión.
(Sí Plata ve este issue, tal vez me llegue a ganar un –otro- enemigo.
Pero es parte de la ecuación, fracturada, que se debe llevar a cabo.
No se puede desconocer su labor.
Indagar, buscar, viajar, escarbar, recordar, mantener, avivar, rechazar, pelear, amenazar, instigar, acelerar, bromear, acechar…
Editor por naturaleza. ¿No?)
Busquen un espacio cálido o cómodo, y amplio. Sobre todo, amplio. Iluminado, también.
Extiendan vuestras respectivas colecciones de álbumes de los Stones, desde 1981, es decir, el “Tattoo You” (Virgin), cuna de la sapiencial “Start Me Up”, hasta el peculiar “Bridges To Babylon” (Virgin, 1997), cuna de la gorda, funky y manejada en reversa “Might As Well Get Juiced”. Hay ejemplos de perfección. Hay buenas canciones. Hay genialísimas canciones –aunque haya algunos irreverentes que osen decir lo contrario-. Pero no hay un álbum completo bueno. No. No lo hay. Por más Stones que sean.
El peso de los años, he oído decir. El negocio, alguien lo dijo por ahí. Incluso, el “Exile On Main Street” (Virgin, 1972) se aventuraron los más expertos. Me adhiero a esto último.
Alguien preguntó hace poco en una conferencia a la que asistí, ¿la edad influye? Claro, respondieron. Y dieron el ejemplo clásico: no todo el mundo es Rimbaud.
Cuando se ve esta antología, se ve una foto de un grupo de ciclistas que apenas empiezan a subir el premio de montaña de primera categoría. ¡Ojo! Pude decir de segunda categoría, pero –lo digo una vez más- ya hay muchos que figuran en cierta clase de arbitrarios listados. Y todos, como suele suceder, se cuidan los unos a los otros, simplemente porque es una escalada más, antes de bajar, planear, subir un par más, y finalmente emprender ese pico final de Extremada Fuera De Categoría. Donde ya son poquísimos que aguantan el ritmo endiablado que la vida, el destino o la misma carretera les exigió.
Las “Señales de ruta” a las que se refiere el título de esta –válida- antología, son esas indicaciones del comienzo. Esas que se toman como una alegría efervescente de ese presente de arena de las primeras huellas. Quizás lo que no se explicó en el prólogo, es que con el correr del tiempo, algunas de ellas cambian.
Mientras tanto, mientras los aquí escogidos siguen ascendiendo, estaremos leyendo a otros autores, oyendo otras músicas, cambiando canales de tele, poco importa, como poco importará, en algunos años, lo que aquí se expuso, porque seguramente lo superarán. Lo habrán podido hacer. Y entonces, sí tendremos que estar al tanto de los kilómetros finales de tan lenta, sangrienta, despiadada y desoladora carre(te)ra.
1 comentario:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
Publicar un comentario