VV.AA.
CALIBRE 39
Villegas Editores. Bogota. Marzo de 2007. 237 pp.
Quien es el libero del equipo, quien el capitán. Me atrevería a decir que Vásquez, quien ostenta, con sobrados meritos, un cierto reconocimiento que ya empieza a dar sus frutos en esos pequeños detalles que finalmente son los que conforman lo maravillosamente extraliterario. Pero como entrenador, podría tener mis dudas, muy profundas, por cierto, muy propias y personales, pero duda que finalmente se pudiera ver reflejada en algún momento clave dentro de la cancha, cuando los sentimientos estén completamente despojados de cualquier atisbo de racionalidad clásica.
Mi voto, pues, seria por el silencioso y autoexiliado en la banca Noriega, lo que me llevaría a apostar por un jugador que no tiene –aparentemente- toda la experiencia que carga el bogotano de la generación B39.
Pero quien soy frente a estos elegidos, para cambiar o modificar o pretender pervertir alguno de los nombres.
Al principio creí que era Rubiano –quien escribe el prologo- el D.T., pero pronto me di cuenta de que no pasaba de ser un asistente de mucha confianza del verdadero líder de las riendas literarias / deportivas.
Villegas, si nos atenemos a lo que dice la letra pequeña, es el editor, lo que no deja de ser sorprendente, porque lo que construye, lo hace con una delicadeza total, como si cada una de las jugadas fuera hecha con hilo tejido en medio de alguna tensionante jugada.
Villegas, como todo buen editor / D.T., conoce muy bien a su equipo, y puede llevarlos hasta el límite de cada uno sin que por ello se den por enterados. En eso radica la magia. O alguna clase de magia que solo se ve en estas estancias.
Así que si Noriega es el capitán, Vásquez puede ser el libero en esta linda historia, y sin saber los resultados de los juegos hipotéticos, podemos aventurarnos a proponer algo.
Son pocos, realmente, son muy pocos los que vi que me gustaran. Cuando el juego empieza, y quizás en esto tiene que ver el D.T., algo atractivo empieza a penetrar el cuerpo. Las decisiones, quizás, no lo se, pero esa primera línea de defensa, Noriega, Silva y Sanin, lo logran. La chica, por ejemplo, parece salida de una serie japonesa de dibujos animados con una belleza desbordante y un estilo que de caótico enamora. Los quise al instante para mi y me atreví a decir que era, ya al final de este ciclo, la mejor selección a la que hubiera podido acceder, contando con los precipicios naturales en los que se convirtieron estos tiempos. Pero después, esa vieja conocida angustia hace su aparición y es difícil esbozar una sonrisa, cuando no es provocada de forma natural, por mas que cámaras de luces brillantes apuntan a la cara. Algo empieza a suceder, el eco de una imposibilidad, y hasta ahí llega el encanto, la relación, la dicha del juego.
A los tres ya mencionados, hay que sumar el nombre de Constain, quien empieza a ser cada vez mas solicitado por diversas firmas para pruebas demostrativas de su talento. Uno de los pocos jugadores que permanecen en ese limbo diasporico del que salen las mega estrellas, lo que no quiere decir que sean los mejores, a las grandes canchas del mundo.
Todo empieza con un asesino en serie, figura que se va a encontrar en algunos otros cuentos, pero el D.T. propone muchas mas líneas que cubriran las falencias en casos de penuria táctica.
Esos dobles inconclusos, por ejemplo. Noriega vs. García los muertos –el menos malo-, o Sanin vs. Ungar el ritmo –cuyos trece circos comunes cada vez toman un tinte de imperfección lumínica que ponen al autor en boca de un destino bizarro cubierto de su energía adolescente-, o los patéticos Seligmann vs. Garay, cuya definición de elegancia tiene una fuerte contraindicación para nuestros propósitos.
Color Me Blind, decían a finales del siglo pasado en una canción del grupo Extreme.
Que pasa aquí. Es esto una muestra de nuestra realidad. Debe la puta literatura ser así. De ese color. De esas clases sociales. De ese ritmito auto impuesto para caer bien en el exterior.
Si. Si se quiere lograr algo.
No. Si se va tras una verdad que de tan real asustaría a D.T. tan curtidos como Villegas.
Pero se requiere un Abramovich que haga de la locura un estilo, un estilo que se necesita y se tiene que llevar a cabo para entregar una selección de volley no bonita, no aparentemente astuta, no exclusivamente blanca, sino manchada con algo impuro, con algo satánico, con algo que desentone con esa pálida línea que se ha venido cociendo desde épocas de la conquista.
Y se puede lograr. Se debe hacer. Nombres hay. Mucho más capaces que por el lindo hecho de ser así o asa. Vivos o muertos. Auténticos o copias. Imaginarios o reales. Digitales o análogos.
Pero tras repasar no solo esta sino otras tres antologías de diferentes concepciones, una conclusión es fácil de extraer. Aun falta terreno para provocar un movimiento telúrico emocional. Hay material para hacer un hibrido, un muñequito franky que haga reír y provocar ligeros olvidos. Pero estamos condenados a ese fraude a la nación. Estamos condenados a esa mentira poética.
Quizás.
Yo soy más desencantado, si se puede emplear ese término, que mi amigo el coleccionista de arte.
Menos optimista. Menos políticamente correcto.
Un libro nunca va a entregar una verdad. Mucho menos una antología.
Esfuerzos, hay muchas clases de. Pero resultados solo vale una.
Las excusas o las charlas previas, son bonitas para quienes apenas empiezan en el camino, que no deja de ser un juego al fin y al cabo, donde se puede llegar a una fractura. Pero son las probabilidades. Es parte de la ecuación.
Valdrá mas comprar el cuento o el libro o el autor.
Supongo que este ultimo. Aunque no creo que se vendan tan fácil o tan pronto o tan baratos.
Ya hay quienes han cambiado de apellido o a quienes les han creado apodos: Juan Gabriel Márquez, lo que no deja de tener un nombre de coronel de algo pasado.
Somos los hijos reales de esa inculpación pecadora. No tenemos para nada que ver en, pero nos lo endilgan.
Quedan pocos suspiros, es cierto. Después viene el tan poco querido silencio. Lo que, para mi, por ejemplo, significa futuro.
El ruido esta en uso en estos momentos, los mic abiertos, casi cualquiera puede llegar hasta esa mesa de centro, convocar a algunos asistentes y empezar a hablar.
Ellos oyen. Y empiezan a creérselo.
Es la ecuación.
Aunque no se vea la fractura.
Existe.
Y pronto, el colapso.
De eso no hay duda.
La apuesta, sin embargo, sigue su curso.
1 comentario:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
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