sábado, 25 de octubre de 2008

JIGSAW FALLING INTO PLACE

DONDE NO TE CONOZCAN

Enrique Serrano

Seix-Barral. Bogotá. Julio de 2007. 300 pp.



“El mal es ineluctable; todo

nuestro oficio debe consistir en acopiar

bondad a almas que de otra manera serían

siempre zafias, incapaces de belleza alguna.”



Serrano confunde. En tiempos en que –principios del siglo XXI- la Literatura colombiana empezaba a crecer de manera informalmente desproporcionada, en parte gracias al sugestivo apoyo de algunas cuantas casas editoriales, y la temática parecía ser la obligada revisión o repaso de esa clase de terror que se saña contra la nación, el barramejo dirigía sus navíos hacia el pasado, un sitio al que pocas veces se llega, lo que no quiere decir que, literariamente hablando, sea nula.

Tras dos obras de corta distancia: “La marca de España” (1997) y “De parte de Dios” (2000), sorprende con su novela de aprendizaje: “Tamerlán” (2003), señalándolo el ave raris de ese selecto (?) grupo de participantes en la carrera artística contra la voracidad del tiempo. Poco a poco, y sin que la mayoría se diera cuenta, formalizaba su obra sin tener que romper el hechizo en el que había vertido su alma. Se podría, fácilmente, empezar a decir cosas en contra del historiador, pero cuando los ríos navegan en silencio….

Esa posible contradicción, la seguridad en la misión vs los informes presentados de la misma, obligaban a no pocos entre lectores, escritores, autores, reseñistas, a preguntarse por el momento en que Serrano brindaría el espectáculo del salto al tiempo presente, por no decir real.

Así, entre vaivenes, entre luces, entre algunas conferencias dictadas aquí y allá, sale su cuarta obra, una novela que trata sobre dos familias judías que, desde 1346, cuando muere el abuelo de los Méndez Pinto –farmaceutas y sabios para con los remedios y las curas- se desplaza con una terrible suavidad a lo largo de los siglos hasta que los Cardozo – hábiles navegantes y feroces constructores de barcos, naves, naos, carabelas y demás- huyen de incógnito de su parcial Lisboa a constituir las primeras líneas del frente que se radicaría en Brasil tras ese año de 1492.

“Donde no te conozcan” es el dolor señalado por ser judío. La incontenible intolerancia que palpita en las venas de los que se dicen católicos o seguidores del bárbaro Dios verdadero. Portal para la envidia puesto que sus médicos, sus farmaceutas y sus tradiciones, por ejemplo, obligaban a la higiene lo que evitaba que muchos cayeran víctimas de la peste negra, lo que equivalía a que fueran condenados de palabra a que tenían tratos con el demonio. Más de un siglo atrás de la travesía de Colón, las familias buscaban la forma de salir de ese territorio que se antojaba ya resbaladizo. “Era un indicio cierto de los tiempos por venir; la panacea del olvido parecía ser ahora el único sedante frente a la sórdida fatalidad, callar el único remedio y no recordar las ofensas todas, el único consuelo.”

Y así es que empiezan las piezas del rompecabezas a caer en su lugar.

A veces, muchas, por cierto, el destello de la obra reduce la lectura a un vago recuerdo de algo que sucedió en algún capítulo, y después parece que no quedara nada. A veces, puede ser, el afán por llegar a una meta obliga a un despropósito llamado falta de distancia o ausencia de tacto o afán por protagonizar –estallido-. Es entonces cuando – “(..)devoción al saber y al comprender que tanto requerían los tiempos que corrían”- los descifradores de las ecuaciones contenidas en el olor de la era suben ese escalón que los separa del resto del heno que se apeñatra allá abajo.

¿Serrano es conciente de lo que escribe?

En cada libro del santandereano, las señales para profundizar huellas aparecen latentes, escondidas, pero a la vista de los cazadores o lectores o recolectores. Esa sabiduría (re)transmitida exige una pasión diferente a la señal de (nuest)los tiempos, produciendo un siniestro choque que, lo repito, termina no pocas veces engarzando en el lugar correcto aquellas figuritas que de otro modo jamás hubiesen logrado acomodo.

“Bucear en el pasado como en las profundidades del océano no deja de proveer algunas perlas, por escasas o magras que parezcan. Y el brillo que de ellas se desprenda dará luz a los que vivimos hoy y a los que vivirán mañana. Es misión de la literatura retratar con mano justa, traer al presente y hacer nítido lo que estaba helado detrás de las escombreras del tiempo”, dice el autor en el “colofón”.

Serrano confiesa que el introducirse en los corredores del pasado le permite saber en qué lugar terminará su historia. Por lo que el riesgo de cierto azar no existe.

“En verdad el conocimiento es luz que guía, da calor y cobijo…”, y saber a veces es necesario. Comparar también.

¿Por qué se le exige a Serrano aterrizar en estos tiempos? ¿Para que cuente qué o cómo? ¿Ya no hay suficientes escritores fotografiando este instante? ¿Se sentirán incapaces frente a los callados resultados de su obra?

Pero aparte de la historia de los judíos, de las costumbres de una época en la que se vivía la multiplicidad, de esos mensajes subrepticios a los que hay que poner tanta atención, las situaciones son tan espectacularmente similares a lo que vivimos hoy en día, que algunos personajes de la novela lucen preparados para salir a ofrecer una charla en televisión, discursos cambiados aquí o allá y sin desentonar.

“Es preciso, pues, buscar y ahondar en nuestro pasado para hallar allí la causa de las tribulaciones por las que atravesamos”.

¿Pero cuál es la respuesta cuando ese gen arisco, tenue y olvidadizo permanece entre los que hoy plagan el mundo?

¿Cuántas veces se puede equivocar una historia?

¿Qué es realmente eso que se da en llamar tradición?

¿Vale la pena repasar los hechos del pasado para saber que se repiten casi al calco 600 años después, y que se vienen ritualizando cada tanto desde mil y pico de años ha?

A veces sólo podemos hacer lo que somos. Y dejo aquí el espacio para que cada lector lo utilice a su antojo para proclamar su conclusión de acuerdo a sus creencias. Porque por más fe que se tenga en ellas, colores, religiones, genes, etcéteras y demás, todo siempre va a resultar incompleto, fragmentado, bifurcado, chueco, abstracto.

Y esta novela lo permite ver así, lo que me hace pensar que cumple con su cometido, así no tuviera ninguno, así los tuviera todos.

Lo inevitable, en definitiva, es que por más cuidado que se tenga al asomarse a la orilla, las olas de la era saben los trucos más tremendos para alcanzar los pies de la distancia. Y una vez todos están mojados, los genes de la electricidad son encendidos por algún Dios Bufón que se solaza descuidado bajo su propia risa. Y sí, es que somos sólo seres humanos, hija, “casi pájaros”.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"