sábado, 21 de febrero de 2009

UTOPÍAS ABSTRACTAS

BITÁCORA DESDE EL CAUTIVERIO
Gilberto Echeverri Mejía
EAFIT. Medellín. Abril de 2006. 255 pp.


En Colombia, a diferencia de otros países con crueles y generacionales conflictos, la verdad prefiere ocultarse desde las altas esferas del gobierno. Por un lado, para evitar que esa verdad ofenda a algunos; por el otro, porque aquí no hay conflicto de ningún tipo. Alucinaciones colectivas que vienen desde el siglo XVIII, a lo sumo.
Y aunque la guerra o la violencia es narrada desde algunos puntos centrales (Mendoza, por ejemplo) o marginales (Daza, por ejemplo) y definitivamente temporales, el posible cansancio de estar diariamente siendo atacado desde los flancos comunicacionales con atrocidades de bando y bando, hacen que la gente busque en la literatura aquello que no quiere oír, ver, reconocer. De ahí las voces en contra de aquellas publicaciones que recuerdan lo que sucede a diario. Y es cierto, así como ir al agua a refrescarse, a veces basta con tomar un libro que nos ayude a abandonar esa orilla en batalla continúa. Sin que eso signifique que sea malo del todo. Es decir, la literatura es libertad, quizás uno de sus últimos reductos. Y lo cierto es que nadie puede implantar lecturas ajenas a las propias. Es un camino que se ha de recorrer con un paso tan silente, como el de la mismísima lectura.
El problema es que de la indiferencia a la ignorancia hay un paso, sumado a eso el canal exclusivo que alimenta a los noticieros de los canales privados de TV, y un bombardeo de boletines oficiales apagando los incendios con soplidos, convenciendo a la población de que esa es la única manera, la verdadera de desamarrar el barco.

El año pasado se sucedieron algunos hechos mágicos o milagrosos en una época en que los especialistas se niegan a seguir alimentando el fuego del Realismo Mágico. Allá ellos. Morirán antes de lograrlo, y como la manigua, en el primer descuido, las lianas bárbaras de ese gesto inmortal tomarán de nuevo la maquinaria que ha sido pulida y limpia. Y ya para ese entonces, estarán muy viejos o cansados para arrancar de nuevo.
Parte del requisito de la liberación parecía en que debían contar sus experiencias en cautiverio a través de un libro editado por alguna de las pocas –una o dos- casas editoriales que tienen su asiento acá en Colombia. ¿Diez, doce títulos? El escándalo fue mayúsculo o alguien ebrio empezó a miar y mojó todo el baño, el único. Así que las voces no se hicieron esperar. Aunque, cosa curiosa, todavía espero una reseña o un ensayo que implique la lectura de por lo menos un 70% de los publicados y no esos chillidos agudos de los firmantes quejosos de fin de año. Rituales al fin & al cabo.
En lo personal, sigo sin entender esas críticas.
Está bien que estemos en un mundo globalizado y etcétera etcétera etcétera. Esa clase de blablabla que repugna trae sus ciertas consecuencias. Recuerdo a una académica de cierto renombre contando sus experiencias frente a sus colegas cuando anunció a viva voz –todavía no había red- que le dedicaría el resto de su vida a la Literatura Colombiana. Es curioso, pero desde este rincón del universo, empiezo a sentir los murmullos de los graduados posmodernistas negando la Lit. Col. porque sencillamente es un absurdo territorial o geográfico, lo que es peor. Pero esa ausencia de conocimiento histórico lleva a creer que la generación que vemos por televisión en festivales y festivales es la única y la que empezó todo.
Al mismo tiempo, desconozco lo sucedido en Japón tras Hiroshima y Nagasaki; en Francia tras la invasión nazi; en el Oeste europeo cuando la sombra de la Unión Soviética dejó respirar al sol; en El Salvador cuando se logró ese acuerdo de paz; en Estados Unidos tras las dos guerras mundiales, o Vietnam, o Irak. ¿No hay un libro que cuente lo vivido? ¿No hay una pintura? ¿Una carta? ¿Una frase?
De lo primero que fui conciente fue de los libros de Fabio Castillo, en los ochenta: Coca Nostra y Los Jinetes de la cocaína. Así que hay un colchón de veinte años en torno a un problema que no ha tenido solución. Y como suele suceder acá, en este país, cada quién modifica la Constitución a su antojo, para beneficio propio, claro está. Es una verdadera nación DIY. Y por eso no es gratuito que la cabeza del cóndor en el escudo de la patria, cada año parezca más cadavérica. No hay marcha atrás. Cruzamos el punto de no retorno, pero la fiesta continuó en reversa. Las quejas, vaya, apuntan a otra parte. Se quejan de que miaron el baño, pero por pelear no se dan cuenta de que están mojándose los pantalones o los zapatos.
Y mientras en algunos muchos otros países hacen comisiones de la verdad, o relatos de las atrocidades que quedan consignados como parte fundamental de la Historia que no se debe repetir, acá el silencio sigue mandando. Porque hablar incómoda. Porque lo que se puede decir es algo que se supone debe estar quieto.
Es por eso que los liberados tienen que poner a funcionar su propia Comisión de la Verdad. Y ese libro editado por quien sea, es parte del duelo que llevan a cabo.
La diferencia es que todos esos libros resultaron hechos por personas vivas.
¿Pero qué sucede cuándo la gente muere en cautiverio?
¿Dirán lo mismo?
¿Los habladores repetirán el discurso empleado frente a los vivos?
¿Primará lo económico sobre lo humano?

El 21 de abril de 2002, los promotores de la Noviolencia en Antioquia, entre los que se encontraba el gobernador de ese departamento, Guillermo Gaviria y su Comisionado de Paz, Gilberto Echeverri Mejía, fueron secuestrados por las Farc y fueron fusilados por el grupo subversivo el 5 de mayo de 2003, en momentos en que el ejército nacional adelantaba una operación de rescate. Casi tres años después, la familia del Consejero, permite que se publiquen los diarios, las cartas y el repaso de lo sucedido escrito durante su arbitraria retención.
¿En qué se diferencia de los otros?
¿Se puede entrar a leer un libro de estas características con un ojo crítico literario?
¿Se trata, realmente, de un género endémico?

A lo largo de todo el documento, Echeverri Mejía no deja de lamentarse por las condiciones desiguales en las que la sociedad colombiana ha edificado su Historia. Y repite esa culpa por verse secuestrado mientras su familia no sabe absolutamente nada de él.
Ocultos en alguna parte de las montañas del oriente antioqueño, los mensajeros llevaban y traían no sólo correspondencia, sino medicamentos, libros, utensilios de uso personal, amén de la labor que efectúa la radio, un “bálsamo” en palabras del propio Echeverri, como única forma de comunicación unilateral con los seres queridos, extrañados, recordados.
La lucidez y la fuerza son vitales. Al principio del cautiverio no da su brazo a torcer y se va lanza en ristre contra cualquier atisbo de depresión o de melancolía, pero compartir un espacio de 60 metros cuadrados con otros 12 individuos retenidos en las mismas condiciones, hace desistir a cualquiera.
El amor que siente por su familia, por su propia vida pública y sobre todo por Colombia, llenan espacios posiblemente vacíos en cada una de las páginas que se van recorriendo. “Nunca nadie nos preparó para esto”, dice. Y tal vez lo que se puede leer más allá es que ese Nadie quiere decir Todos.
La vergüenza de esa práctica como instrumento de una guerra infinita & indefinida. Y la nomenclaturización desde los cómodos despachos de quiénes tienen entre sus manos el poder.
Aunque las prácticas fueron extendidas durante un largo trecho temporal, actualmente las cifras indican una reducción del mal.
El pueblo colombiano espera/aspira a que desaparezca o en el peor de los casos las cifras se conviertan en insignificantes números, para que se abandone el tema, y la vida siga su camino “cantando i riendo”.
Y esa velocidad –sentida también por Echeverri en el cambio de gobierno de Pastrana a Uribe y en el que una noticia tapa la anterior con un desparpajo inaudito- forma parte de nuestro cómodo código genético.
¿Así que qué se puede esperar de cualquiera de nosotros? Si los supuestos expertos están lengüiatados a las lianas subterráneas del poder.
Destacar la labor editorial, claro está. Abastecer las páginas o las columnas o los espacios con más mala leche o con aquello que parece ser lo único que exudan los colombianos. Esa especie de visceralidad de tonos profundos & pasteles, capaces de volver light lo más sórdido del lado oscuro de la orilla apagada del ser humano. ¡Aplausos en el congreso para los genocidas!, por ejemplo.
¿Qué será de estos libros en una década?
¿Alguien los leerá y los tomará como “nuestra propia y desautorizada Comisión de la Verdad”?
¿Y servirán para escribir algo que les guste a los reseñistas o comentaristas culturales y fijen su vista en ese texto hipotético contando absolutamente toda la verdad para ser tomado como la más absoluta fantasía? –Sucedió una vez y nada raro que vuelva a pasar. ¿No? País del Sagrado Corazón….-

Las sospechas recaen única y exclusivamente sobre este país de miedo.
¿Radicará en la genética?
¿Significará algo para las siguientes generaciones?
¿Será sepultado por el olvido generado por una incontenible y apabullante avalancha de noticias?
¿Moriremos todos nosotros –límite menor: 15 años (+ 60)- antes de ver solucionado, de alguna forma, el conflicto?
¿Quitarán el DIY constitucional?
¿Y después, entonces, qué quedará?
¿Qué seremos sin guerra?
¿Sin masacres?
¿Sin bandoleros de izquierda, centro o de derecha –incluyendo los aposentados en las cadenas radiales o televisivas, o en los palacios de o en las fincas con-.
Echeverri a veces mira las posibilidades frente a frente, totalmente desnudo y sabe que existe una que dice que no va a volver. Le preocupa su familia, es sobre todo, un hombre de su familia. Pero prefiero señalar en esta ocasión, el deslumbramiento frente a la naturaleza. 23 ó 24 sitios diferentes en los que estuvieron, junto a ríos cristalinos o en bosques indomables, aparentemente. Ver las huellas de los tigres, comer carne de venado, cazar guaguas, oír a las ranas en las noches, asombrarse con las tormentas, huir de las serpientes…Él se pregunta cómo diablos podrá sentirse eso desde la ciudad. Y sin responderlo del todo, continúa maravillado frente a lo que llegó a pensar como su lugar de muerte. Lo que, siendo atrevido, puede entenderse como un bello regalo.
¿Lo habrá escogido él?
Y de ser así, ¿lo recordaría?
¿Es este libro una forma de hacérnoslo saber?
Y nosotros como lectores, ¿lo entenderíamos?
¿Respetaríamos esa, su decisión?

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