sábado, 13 de junio de 2009

METÁFORA INVISIBLE

EL VINO ROJO DE LAS SÍLABAS
Fernando Denis
La serpiente emplumada + Tortuga Ediciones. Bogotá. Marzo de 2007. 187 pp.


William Ospina, en alguno de los textos introductorios nombra el desconcierto que puede llegar a producir la poesía de Denis. Y tiene razón. Porque frente a esos paisajes de palabras, sentirse perdido o abatido es lo usual, el resultado por atreverse a pisar ese territorio fantástico creado –al parecer- de una nada alimentada de más y más palabras.
Pero contrario al común temporal poético –anotado, antologado, exportado-, su obra late en un luminoso silencio que se desplaza de voz en voz, de piel a piel, derrotando obstáculos o saltando abismos para descubrir más pronto que tarde que las alas que posee también le sirven para -¡oh!- volar.
Es el destino de las obras valiosas, de aquellas que poco o nada necesitan de las personas que habitan el territorio cercano y que creen que son necesarias para alimentar tales o cuales mitos convertidos en favores, en obligaciones, en calderilla.

“El vino rojo de las sílabas” reúne los tres primeros trabajos oficiales de este poeta: “La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner” (Instituto de Cultura y Turismo, 1997), “Ven a estas arenas amarillas” (Universidad Nacional, Colección viernes de poesía, 2004), y la hasta ahora inédita “Alguien enciende las lámparas de octubre”; cada una, como suele suceder, tan disímil y distante, como parecida o cercana.
La palabra: esa nación, no evita que se mute de piel, creencia, pensamiento, credo o sexo, pero tras el suave manto, la esencia imperturbable se mantiene estática y brillante, móvil dentro de su quietud, frágil, entera.

“Muero de luz en esta tarde sola del mundo”, dice en “Sigue soñando, William Turner”.
Muchas veces se les pide a los poetas que demuestren lo que saben, lo que han leído, lo que han experimentado desde y dentro de los libros, como si no hubiera un mañana o un afuera. Y muchas veces se les pide lo contrario, lo opuesto, es decir, la vida vivida en su plenitud, con la pureza de un asombro asomado a la calle, al día a día. Y casi nadie entiende el por qué de éstos preceptos, porque resultan casi como caprichos de personas que cumplen papeles de fantasmas transitorios, seres que no dejan en paz el lento transcurrir de una obra.
¿Pero quién se atreve a enfrentar una hecha exclusivamente de confesiones?
Confesiones esquizofrénicas, quizás. En la que los objetos no sólo son animados, sino que tienen, cada uno de ellos, personalidades bien definidas, perfectas, atractivas.
Los objetos que rodean a Denis son poemas, cuadros, pintores, colores. De aquí o de allá, según tiempo y espacio. Poco se asoma a esta época ruidosa, caótica y cada vez más abandonada a causas irremediablemente perdidas.
El oído de Denis marcha a otra velocidad, y la revolución deja un eco que se transforma en esa melodía que acompaña al poema, siempre, incluso desde la lejanía de la lectura.
Así que leer: “Otra vez lunes, otra cruz en mi cuaderno”, como se encuentra en “Una carta para Magdalena Galarza” no hace sino aterrizar sospechas que se confirman con “Amanece en un poema de Dante Gabriel Rossetti” o “Es invierno en un poema de Ana Ajmátova”.
Palabras tomadas de palabras que caen como gotas de lluvia sobre el papel de tierra de la poesía.

A veces es obligación de los lectores crear el árbol genealógico de la literatura. Quién viene de qué, qué viene de dónde.
Una forma elegante y modesta de atender posibilidades futuras que pueden llegar a algún puerto o simplemente quedarse gravitando una eternidad en el mismo punto, llevado por una corriente de húmedo olvido.
“Y escribo esto porque escribir no es más/que una reflexión sobre la muerte./Ante esta luz que reinventa mi psicología/debo enseguida crear mi propio mito/o me veré perdido en el mito de alguien/ que no conozco.” Y después, de leído esto, comprendemos un tanto más de esa lucha guerrillera entre una persona y su otro yo como creador: Raúl Gómez Jattin, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio…Como si dijeran que vale la pena intentarlo aunque se fallezca en el intento, pero cuando no se sale vivo de la vida, ¿importa acaso algo diferente al propio destino de sangre, huesos y alma de fuego que grita desde lo más profundo del ser?
No esperen la respuesta de otras personas…Es la única indicación que se dice de voz a voz en medio del campo de tiro de algunas clases de literatura.
Después, quizás tras la muerte, se sabrá la verdad.
Pero para alcanzarla, no hay afán. No en vida. No hay afán.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"