sábado, 1 de agosto de 2009

“NADA VA A ACABAR/ACABA DE COMENZAR”

BOGOTÁ: EPICENTRO DEL ROCK COLOMBIANO ENTRE 1957 Y 1975 – Una manifestación social, cultural, nacional y juvenil
Umberto Pérez
Alcaldía Mayor de Bogotá + Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte/Observatorio de Culturas. Bogotá. Octubre de 2007. 144 pp.


“Se considera que la denominación Rock Colombiano
debe escribirse siempre con mayúsculas iniciales ya
que se trata del nombre propio de una expresión
musical viva que continuamente se desarrolla”

¿Importa acaso qué fue primero?
¿Importa, a veces, la rabia juvenil?
¿Y de ese “del afán no queda sino el cansancio” qué queda al fin y al cabo?
¿En qué se transforma esa furia inmisericorde con la que se plantea el cambio del mundo?
¿Quiénes son los agónicos, ellos o nosotros?
¿Es tan fácil crecer y entregarse al Enemigo?
¿”El banquero anarquista”, de Pessoa, ofrecía las respuestas y jamás lo oímos?

Es más fácil creer que las respuestas siempre han estado ahí, a mano, que expulsarlas con el dolor de un parto.
Pero respuesta es respuesta. Y fuera de esa plataforma, ningún lanzamiento tiene sentido.
O no pleno, por lo menos.

Umberto Pérez ofrece la aclaración a los pocos metros de iniciado el recorrido: “una Historia que no ha sido explorada”.
Y contrario a lo creído, el asombro se vive de oídos para ‘dentro.
Es decir, cualquiera que se precie de ser un melómano con bases colombianas de por medio sabrá exactamente a lo que me refiero.
La Historia….¡Ese otro puente que hay que atravesar con las bombas en los bolsillos!

“A diferencia de la música protesta, el Rock Colombiano, que desde el principio se opuso a lo establecido, no permitió que el mismo establecimiento lo absorbiera sino, todo lo contrario, cada vez se fue alejando más del sistema, hasta el punto de casi aislarse, como se vio reflejado en las comunas”

En ese párrafo, está contenido el Under Colombiano. Aquel que no merece ni siquiera nombrarse, pero que por cosas equívocas de los Dioses, ha dejado escapar algunos nombres que han alcanzado a llegar –volando viene de voz a voz- a otras zonas mundiales.

Y es que de Los Speakers, Time Machine y Los Flippers a Reencarnación, Masacre, Akerrak, no es mucho lo que ha cambiado.
Al fin y al cabo, casi todos los protagonistas siguen vivos, y en medio de la sorpresa de verse retratados ofreciendo su reto a la Historia, a manera de dádiva sacrificial, no alcanzan a salir del asombro de que toda esa vaina –perdedera de tiempo lo llamaban los padres de turno- servía para algo.
Fallecidos algunos, retirados los otros, en toques de regreso los más, vivitos y participando del ruido mundial el resto, no son más que enlaces orgánicos de una cadena que se sumerge en esa otra Pasión que nos hace ser como somos.

Del Estado del Rock se puede decir lo que sea, y lo que quieran.
Finalmente serán pocos los que salgan enteros de ese eterno tsunami que mueve al mundo entero.
Pero –recuerdo la revista de la Tadeo # 72: Rock Voz Urbana Lenguaje Universal, en la que muy pocos regresan vivos del tal viaje- de este dicho hay un trecho gigantesco que se abarca solamente con la mirada posada sobre lo impreso; porque lo oído es algo aparte. Un juego de seducción, como se diría ha décadas atrás.

¿Qué se puede plant(e)ar desde este mismo momento?
No sólo de sueños se vive aquí.
Pero para hablar de cosas y casos, es mejor empezar temprano y sumergirse totalmente para después evitar el desperfecto del malentendido.
Pérez cierra la puerta cuando, en el año en que Black Sabbath ofrece al mundo su quinto trabajo discográfico, el invaluable “Sabotage”, muchas bandas que optan por seguir esa senda dura, se pierden en la misma misteriosa oscuridad en la que jamás debieron meterse.
Y el autor sugiere que lo sucedido a partir de ese vacío, corresponde a otras personas, a otros historiadores, u otros testigos activos.

En el pasado Festival Rock Al Parque, se treparon Las Leyendas y dieron un memorable concierto que caló hondo en las actuales generaciones.
Los músicos podrían ser –al cambio de hoy- bisabuelos, y allá arriba la gozaban y hacían de las suyas acá abajo. Aunque bajo otra clase de influjo, es decir, provocando alguna clase diferente de locura, cuasicolectiva.

De eso trata el libro de Umberto Pérez, de las conexiones generacionales, o de esas nuevas expresiones que formaran parte del tetris ignoto de la Oscuridad Colombiana.
Pequeñas carnadas de proteína pura para un porvenir que se anhela un poco…lejano.

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