PAÍS DE PLOMO-Crónicas de guerra
Juanita León
Aguilar. Abril de 2006. Bogotá. 326 pp.
Dice Alma Guillermoprieto en el prólogo, que una buena crónica “bien reporteada, equilibrada y bien pensada, aporta algo de calma”. Se refiere, obvio, a ese ente llamado lector que no vive de cerca eso que se cuela por sus ojos, y que puede llegar a molestarse por lo descubierto, por lo compartido por el/la cronista.
Guillermoprieto pretende salvar a Juanita León, pero ese espacio de duda que deja en la palabra “algo”, es la trampa que empieza todo, que deja correr todo, que filtra todo.
Después de empezar la inundación, nada volverá a ser lo mismo.
Nuevamente, advertidas las partes y las posibilidades, comenzamos.
Juanita es delicada. Cuenta los colores, los paisajes, los trajes. Mira los rostros, cuida su lenguaje, se acerca, vuela, se posa sobre cada individuo, a veces sin que él se dé cuenta exactamente de qué sucede o por qué ella está ahí, a su lado.
El eterno conflicto colombiano parece no tener una razón única o exacta. Arisco, como sus promotores, finalmente todo se reduce al estado de ánimo en que se encuentre. Pero eso sí, siempre dispuesto a jugar con todos aquellos que se lo propongan.
Once crónicas que sirven para recorrer gran parte de un país que parece esconderse de sus pobladores, de sus mismos gobernantes.
La clave está en mirar la persona que no ocupa un titular de prensa, el lado del conflicto que poco o nada importa a la nación, a la otra.
León aprovecha su puesto en esa cabina de mando suelta llamada semana.com para buscar, indagar, preguntar.
Resultados parciales publicados en dicho portal o en la revista que lleva ese mismo sello, hacen que el espacio muchas veces sea insuficiente y “decir la verdad incluye necesariamente contar toda la verdad”, agrega.
Así, ¿quién se le niega?
Castaño, por ejemplo, el líder de las AUC, le respondió un correo a las dos horas de habérselo enviado: le respondo esa entrevista el sábado; llegue al aeropuerto de Montería, allá la recogen.
Pero lo único complejo no es el conflicto del país del “Hágalo Usted Mismo”, es decir, del “Sálvese Quién (Y Cómo) Pueda”, es el territorio mismo.
¿Alguien se acuerda de las promesas del precandidato Uribe tras el cierre de los diálogos con las FARC?
¿Alguien se acuerda de lo fácil que pretendían llegar hasta el mismo corazón de la esencia y tras arrasar con todo(s) entregarle la paz a un país que quizás no está preparado para asimilarla?
¿Cuántos gobiernos bastarán para alcanzar esa esquiva esencia?
¿Cuántas cabezas más?
¿Cuántas pieles?
¿Cuántas sombras?
A veces lo único que vale es el intento y la naturaleza de cada quien.
Las crónicas –nada fáciles- de León, son una fotografía que no cuenta lo posterior.
¿Quién murió? ¿En qué paró todo eso? ¿Qué hay de fulanito o sutanita?
Y al mismo tiempo todo parece tan irreal, que el mecanismo de defensa hace que todo se vea como tras una pantalla de un televisor, como tan lejos, tan desvanecido, que no logra tocar lo que siento justo aquí y ahora.
¿Pero no se supone que es a otra institución la que corresponde seguir el rastro del abandono?
“El conflicto colombiano es más sencillo de lo que suelen revelar los informes periodísticos. Matar y no morir es un ritual de paso para miles de jóvenes pobres. No es el odio ni las ideas y a veces ni la codicia: el motor de esta guerra heredada de generación en generación es la falta de imaginación y de oportunidades. Por eso abundan los traidores. Nadie aspira a ganarla.”
Ella ya los ganó a ellos y eso es suficiente por ahora.
Muertos los unos, ya llegará más población para alimentar los molinos.
Apuntar a erradicar la memoria parece ser el mejor negocio de todos, siempre se va a poder construir desde cero y según qué condiciones.
¿Después?
Quizás mañana sabremos la verdad.
Pero si no, no importa.
Los pequeños ejes oásicos en medio de esta Jungla de Desespero seguirán corriendo por cuenta de elementos valiosos como León.
¿Pero cuándo el oxígeno se agote?
1 comentario:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
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