ENCUENTROS EN LOS SENDEROS DE ABYA YALA
Miguel Ángel López Hernández
Editorial Travesías. Barranquilla. 2009. 96 pp.
Meng dice: “es necesario encontrar un maestro, una persona que pueda ayudarnos, corregirnos, orientarnos: sus enseñanzas deben seguirse con atención y respeto.”
Alguna vez, hablando al calor de una hoguera, escuchaba la necedad de cierto sector narrativo en no oír lo que se dice muy lejos de la orilla de la velocidad, algo que se oía en la gente atenta y oculta entre la muchedumbre. Los vivos entre la tierra de los muertos.
Esa, a veces, resulta la verdadera misión: no sólo hallar, sino anunciar.
Y aunque desde hace más de diez años, desde las páginas fugaces del MD hicieron la advertencia, lo cierto es que ver a Vito Apüshana recientemente (re)editado y al completo con ese magnífico volumen que le valió el Premio Casa de las Américas en 2000 era un regalo especial, de esos inaplazables y encantados, que recorren la vía láctea propia con la sonrisa de la sensatez ante el próximo vuelo.
Quizás, seis vuelos o viajes o encuentros.
*Sendero de Caburgua, buscando a Leonel Lienlaf, un Mapuche, en Chile.
*Hacia el Cementerio Familiar, en una travesía con Satuaira Pushaina, un Wayuu, en la Alta Guajira colombiana.
*En el umbral de Nujuei, de la guía de Nicolás Shivaldaman, de los Koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta.
*En la recolección de los pobladores, Casa de las aguas, entre el Canaima venezolano y el Vaupés colombiano.
*Con las Runas de Atuntaqui, en la cultura Kichua, en Ecuador.
*El diálogo entre Nezahualcoyotl y tecayehuatzin, entre los Cedros, de los Chichimecas mexicanos, en un viaje temporal al siglo XV.
Lo fundamental, a veces, es tropezarse con recuerdos de corte genético: los familiares idos, el respeto por lugares sacros, inclinarse ante la verdad, el valor de la palabra la noche el silencio o la compañía.
La poesía de López Hernández se oye suave, como el palpitar del viento que anuncia un lejano porvenir de regreso.
Es decir, viva, mágica, vital, atenta, directa.
Cuenta cantando, y mantiene vivo el vilo de cada paso.
La arena, la lluvia, la noche, la casa.
“Sabemos que el relato no tiene vuelo final
y, así, nos dormimos en una sonrisa circular”
O el juego, el sueño, la búsqueda, el encuentro.
Como un manto que quita cierta sombra, que beneficia y cura, protege e impulsa.
La palabra, el vehículo-vínculo.
Es decir, el séptimo encuentro, y de ahí, los que seguirán.
¡Ah, esperanza!
(Gozo De Poder)
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