viernes, 7 de mayo de 2010

FUERA DE LUGAR

AUTOGOL

Ricardo Silva Romero

Alfaguara. Bogotá. Junio de 2009. 399 pp.


Vuelve y juega la crítica literaria colombiana. Con las palmaditas en el hombro todo queda resuelto. El escritor yace plácido después de los intercambios de rigor, y sus compañeros de trabajo conservan la –en cualquier momento necesaria- amistad. Porque, vaya, hay que aclarar algo: todos pertenecen a la misma línea: la revista semana; Arias, Afanador, Jiménez, Samper: “Catarsis de una tragedia colombiana”; “Notable rigor y sarcasmo en dosis exactas”; “Prosa aguda, implacable”; “Trabajo literario impecable, minuciosamente documentado. Una novela inolvidable.”

La mejor manera de entender a Silva Romero –a quien El Espectador, por allá en 2003, declaró como el escritor menor de 30 años en quien las letras colombianas debería poner sus infatigables esperanzas- es por medio de las cualidades que La Bobada Literaria le endilgó: Le cae tan bien a todo el mundo que después nadie es capaz de hablar mal de él.


Silva Romero no es culpable de nada. Simplemente de pertenecer a una clase privilegiada, de tener los contactos adecuados desde su más tierna edad –estando en el colegio ya le publicaban en Lecturas Dominicales sus tempranos y evasivos poemas-, y desde diferentes orillas: Arango, Alfaguara, Seix Barral, ha lanzado sus dardos perfectamente armados, impecablemente presentados, hermosamente ordenados.

Silva Romero, lo repito, es víctima de los inventos de los tiempos que corren: eres joven, hablas en público, fijas la mirada en las emociones fáciles de manipular de la asistencia, cuadramos las ventas de los libros, entre menos te lean mejor, lo que vale aquí es el nombre, la imagen, la presencia, la invasión. El riesgo, el misterio, la verdad, la sobrevivencia se lo dejamos a la literatura, pero eso en este momento, Dios bendiga este negocio, no cabe aquí, no tenemos tiempo para ello, el siguiente por favor, apúrele Ricardo que estamos colgados y usted hace catorce meses no saca nuevo libro.


El libro recoge la muerte del futbolista Andrés Escobar.

Recuerdo que los prolegómenos indicaban el –por fin- enfrentamiento con la cruda realidad colombiana.

El narcotráfico, los grandes apostadores, la miseria del deporte nacional, USA 94, la dupla Bolillo-Maturana –dicen los que saben que volvieron a lo mismo, a maldecir a un país ya de por sí maldito-, El Tino, El Tren, Peláez & Mejía –lo único bueno que tendrá la historia de nuestro fútbol-, “El problema no es el juego, la uestión, hermano, es cómo vamos a celebrar”.


El problema, es que lo escribió RSR, esa ya temprana marca registrada, lo que para un escritor es como si un locutor de radio se quedara sin voz justo en el partido definitivo de su selección en pleno mundial.

Será, supongo, el problema de hacerse amigo de la editora.

Si la comunicación no es a través de palmaditas, ¿entonces cómo vamos a hacer? ¡Haber Señor Silva! ¿Cómo vamos a hacer?

Por eso su ya mañida manía –y estos cabrones que se quejan de Mendoza esto y Mendoza lo otro jamás miran el ombligo de sus amigos que incurren en lo mismo pero de peor forma: Porque, ¡qué diablos!, Silva se caga la novela jugando a buscarle la peor situación a sus personajes. ¡Por favor! ¡Qué uno de sus verdaderos amigos le diga que ya estuvo bueno eso, que ya conocemos el truco, que ya no hace reír, que hay otras alternativas!- lo hunde en una ruina creativa de la que será mejor no hablar de aquí a dos o tres libros.

Claro, diez años y contando con una columna de cine –esa apología del mal arte- en la revista de sus críticos, y X número de años como columnista de la última página de la revista más leída –después de TV & Novelas- por los colombianos, hacen mella. No lo crean. La estabilidad, más si es desde temprano, es cruel con el paso de los años.

Aquí entre nos, miren al autor fijamente a los ojos en la próxima ocasión que tengan, y se darán cuenta de lo que digo.


Ante la ausencia de Misterio –que es lo que queda finalmente de la Literatura-, no queda más que una siguiente pregunta: ¿Es obligatorio practicar la novelística hoy en día?

Suele ser extraño, pero es la vida la que va poniendo las cosas en su lugar justo y extendido.

Y Silva, mal que bien, lo encontró en las páginas editoriales del odiado diario oficialista El Tiempo, llevando la política, junto a Carolina Sanín y Catalina Ruíz-Navarro, a una esfera posmoderna coloreada de mil colores y sutilmente indolora.

La culpa, vuelve y juega, no es de la generación susodicha, es de la sociedad.

Ellos se crían, y la sociedad los junta.


¿Qué hace falta para que un autor colombiano logre salir de la esfera nacional?

Simple y sencillo: escribir algo que valga la pena.

Y esperar un ratico.

Así se nos vaya la vida en ello.

Así el autor que nos representará yazca por los treintas, silencioso, alejado, activo, desmarcado de las señales fatídicas: los comentarios de sus compañeros de trabajo –que no es que no existan, el problema es creérselos-, a lo sumo desempleado o luchando hipotéticamente contra una ecuación que contendrá la energía humana, mal alimentado, con pelo y con visitas a casas de prostitución de cuando en vez, adicto a algo prohibido, mal vestido, con muy pocos amigos y uno de ellos capaz de decirle las cosas de frente: “Vea Fulano, escriba bien y creo que ese truco ya lo había probado en un título anterior, ¡arriésguese! ¡Mienta! ¡Robe! ¡Mate, si es necesario! ¿Quiere o necesita poner sus huevos sobre mi cuerpo moribundo para alimentar a las larvas? ¡Tómelo, carajo! ¡Pero siga haciendo las cosas bien! ¡Jueputa!”


¡Ah el daño que le hacen a esta generación petardo de bajo poder puesto entre bolsas de basura en un sector de baja circulación y estallado a las cinco de la mañana con el resultado de ventanas rotas, paredes desgajadas y las alarmas a todo poder!


Ricardo, hombre, a lo bien, salite de ese cuento de jugar con el personaje.

Dejalo ser, hombre. Dejalo ser.

En esta obra casi lo lográs, pero esa puta manía tuya….

Vos estás muy lejos de ser un Vallejo, todavía.

Crecé.

Dejate crecer.

Pero haz algo valioso, algo que trascienda, y deja de pararle bolas a tus amigos, que si lo son, te dirán las cosas claras en la cara.

¡Y buscate una editorial de verdad con editores de verdad!

Pa consentir ¿no tenes una pareja?

Deja de ver tanto cine, quizás ese sea el problema, el daño.

Creo, y lo digo en serio, que no es obligación hacer reír en el país más alegre del mundo.

Lo que se necesita ahora es gente responsable y que escriba cosas serias, perdurables, misteriosas.