domingo, 2 de mayo de 2010

MAGDALENA

LA DOSIS MORTAL

Adriana Cantor

Cali. 2008. 66 pp.

De pronto todo el mundo empezó a hablar de esta obra, de un libro autoeditado o para precisar, mandado a editar por la misma autora que tenía el pequeño subtítulo de “relatos”, en las poquísimas ventanas abiertas para el diálogo o debate literario: las mismas revistas de siempre y los blogs de peaje obligado. Las primeras, halagando más a la autora que a la obra, los segundos, intentando aterrizar un aparato mal construido con las pocas herramientas de las que disponen. Habría que recordar algo. Escribo esto desde Colombia, el país que reúne la más variada muestra de medianía en cualquier campo literario, lo que provoca dichas muestras más dignas de reunión para chismear, diálogo apresurado subiendo las escaleras para la siguiente clase o un entretenimiento mientras se espera el bus en tal o cuál peligrosa esquina. ¿Algo habrá tenido que ver en todo ello el espinoso Romero Rey? Es posible, si se recuerda el intento de incontención que provocó con Pilar Quintana, al comprar casi la totalidad de su primera obra, la incongruente vacía y evitable en todo sentido “Cosquillas en la lengua”; excepto que en aquellos días la red no era del tamaño que tiene hoy.

El libro no es valioso en sí. A lo sumo por un par de frases infectas que crean cierta llaga emocional. El resto, sin embargo, es predecible y pantanoso: ese territorio lastimero que se oye entre cuenteros de plazas quevedianas, con tragos de más, malas hierbas, intoxicaciones estomacales y compañías patéticas que en sano juicio se evitarían a toda costa. La soledad hoy en día es verdaderamente vergonzosa amén de refugio para la debilidad.

Lo corto, tampoco es bueno creer en El Malpensante, resulta difícil y traicionero: Harold Kremer, Umberto Sabogal y pare de contar. Es un arte del que Monterroso y Arreola dijeron ya casi todo, y cuya máxima exposición: “Zapatos talla seis a la venta” convierte todo lo demás en un vacío peripatético digno de –lo repito- cuentero de mala gana.

Pero hay algo que rescato y que me hace escribir, con suma pereza, esta entrada: recuerdo con placer el momento en que la agrupación Cabuya presentó una canción cuyo título ignoraba por completo, y que apodé como 180 millas por hora, en una noche de orgía sónica, cuerpos embadurnados del sudor del prójimo, calor asfixiante cuando afuera se debatían los 5 ó 6 grados centígrados de temperatura, y Edson Velandia ya no estaba con la que había sido catalogada como la mejor banda colombiana de 2004.

“Ya se oirán las sirenas cantándole a mi gloria” es el cuento del que se basa la canción que llevaría por título “Bang Bang” y que cerraría el primer álbum de la agrupación Malalma –evolución natural de la ya citada Cabuya-. Se lee, en las notas interiores del disco, algo así como “Versión libre de Fela Kuti inspirado en el cuento de Adriana Cantor” y se lanzan a ciento setenta millas por hora, diez más veloz que la última noche. Lo que me hace pensar en la musicalidad de la autora, o en la influencia de la agrupación bogotana que me hace seleccionar –inconscientemente- las frases elegidas para componer la canción y gozar artificialmente con la lectura.

Hay un error o un acierto. Y como suele suceder, la ganadora siempre será la música ¡y por goleada!

Sin ni siquiera transpirar, cierro el libro gris y pongo la canción a un volumen más elevado que el permitido a la hora que se sucede dicho presente.

Quisiera hallar otros caminos, creer en algo más, ubicar una fecha de salida o por lo menos de caducidad, pero me resulta imposible. La banda prepara su siguiente álbum, mientras de la Cantor poco o nada se sabe. Lo que importa en lo más mínimo. Ya habrá queridos amigos, amantes de ocasión, figuras de dudosa procedencia, enemigos jurados, absolutistas y hasta retardatarios que se ocuparán de eso.

¿Pero cuándo es que sale el otro álbum? Y me pierdo por esos caminos, menos transitados, es cierto, pero más cálidos, y sigo hasta el final de un sendero que lleva a la parte que realmente me interesa, el lugar en el que las palabras asumen la importancia que se merecen y en medio de un sudor hipocondríaco, pieles frías de bailarinas eróticas de ocasión -¡y vestidas en su totalidad!-, tropezones aquí y acullá y una que otra fotografía de perfil, las vainas resuelven el equilibrio perdido. Porque, cosa curiosa, el mejor álbum de 2008 fue “Malalma”.

Desconfiados que somos, creemos que no todas las voces (de)vienen de la literatura narrada. El canto, mágico en este caso, es el Poder.

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