martes, 25 de mayo de 2010

INFORMANDO (CRÉDITOS PARCIALES)

HISTORIA SECRETA DE COSTAGUANA

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara. Bogotá. Mayo 2007. 292 pp.


Necesitaba confirmar esta novela que por motivos que no vienen al caso no había podido ver de frente en mis días de tan pocas horas para hincarle el diente y probar aquello que tantas y tan respetables publicaciones decían, anunciaban, dijeron en algún momento de sus bien pagas ediciones. Me alegré, inclusive, cuando la pequeña república francesa lectora de traducciones sudacas la elogio, aunque mis sospechas siempre estuvieron a flor de piel: ¿quién puede creerle a la Francia lectora hoy en día? Ciudadanos que merecen una suerte mejor en dichos campos.


Vásquez, la cabeza visible y el cuerpo semipresencial de una generación sedienta de poder, de gloria, de rapidez y con cero tolerancia para la humillación, me incomodó en esta novela que no pude leer a plenitud. Lo gracioso de la lectura: lo que para algunas personas fue lo máximo, genial y atractivo, fue lo que me jodió para siempre, puesto que la falsa voz de Altamirano, tan siglo XXI en plena ejecución del XIX me rompió el encanto. Así que no podré hablar de la importancia histórica que tiene un tema que ha sido tratado hasta la saciedad por elementos colombianos en artículos –Gaviria, el economista prestigioso devenido en crítico literario; lo que demuestra que el toderismo no tiene estrato social-, en cuentos –Constaín y su juicio profético, por lo tanto, ignorado- y en novelas –GGM y….esto es un chiste: Los Informantes se devora Autogol de Silva en un par de hojas, de la misma manera que Cólera se devora Costaguana en dos párrafos-, amén de artículos, ideas, esbozos y partituras.


Ya habíamos expresado acá nuestra incomodidad (para) con el lado “ensayista” del bogotano, de la misma forma que desatraen sus columnas de opinión, lo que no quiere decir que las ignoremos o no las leamos con cuidado: hará un par de meses alabó la reedición de Historia Argentina en la colección “Otra vuelta de tuerca”, lo que tiende a explicar una pequeña parte de los agradecimientos finales y su nombre en la ringlera de colaboradores para tal fin.

Lo decimos porque lo experimentamos, Fresán es una suerte de Celine: una fuerza imposible de controlar, y más en un escritor –créanlo- todavía en ciernes –capaz de borrar de un plumazo sus dos primeras novelas- con todas las capacidades para demostrar una Obra.

Ese nosabismo que tan bien identifica a esa generación límbica: nacida en los sesenta y parte de los setenta -sin el chip del porvenir tecnológico-, Fuguet es su máximo representante obligado a –en una oración- proferir tres y hasta cuatro posibilidades para escapar de alguna vana situación, es la marca de agua –invisible y de aparición súbita- en Costaguana.


Ya Arcadia, la revista cultural colombiana, la había reflejado como novela del año, pero ante la serie de chascos, choques y truenos: sumo a Yolanda Reyes y a Adriana Cantor, ya no puedo confiar sanamente en los juicios inquisitoriales de la Ponsford. Es decir, creo, puedo equivocarme, oh, cómo decirlo, aunque yacemos en la misma cancha pelada nos estrellamos en la distancia con nuestros propios gustos y juicios, lo que hace que el juego sea cada vez más aburrido. De hecho, lo ha sido desde hace tiempo. Rayos de sol colados en esta manigua contados con los dedos de una sola mano: El silencio, el vacío, la mismisidad.


Así que sin instrumentos oficiales, sin créditos extranjeros, sin –por favor, lo dije en serio- amigos con poder de prensa, sin arcadias ni revistas que van tras la estela de uno o dos escritores, sin bloggers que finalmente no dicen nada, y solamente con el libro en las manos –Santo Tomás de aguerrido nihilismo- podremos aventurarnos a decir la verdad, la nuestra, la que, recuerdo a Steiner en este momento, ni siquiera existe!, será la responsable de decidir qué a quién, en dónde y cómo; razón más que suficiente para devolver al desamparado Vásquez al costal junto a los Garcías, Silvas, Fulanitos, Menganitos, Zutanitos, y ese molesto blablabla cultural de un país Hazlo-Tú-Mismo-O-Muere que merece, de verdad verdad, una segunda oportunidad sobre la tierra.


Novela culpable: Vásquez no puede pisar suelo colombiano, convierte el chiste panameño en Historia, así sin mayúsculas.

Dedicada a sus mellizas, me hace pensar en una posibilidad que –de haber leído la novela con juicio hipotético tres años atrás, en su fecha de lanzamiento- no habría pensado: Lewis Carroll contó Alicia a las hermanas Liddell en un paseo, lo que me haría pronosticar –lo siento, en estos escritos nunca soy yo- una Santa Locura en el camino a seguir por el ya no tan joven escritor colombiano que, cercano a los 40 –esa edad decisiva- ha de estar lidiando con su Obligada Obra Maestra –requisito indispensable para cualquier escritor colombiano que pretenda pasar a la Historia –esta sí con mayúsculas-, que leeremos en un par de años, si las cosas siguen el camino normal.

Lo que no saben, es que la maestría le llegará –y le tomará- un lustro más, por lo que será cercano a los 50 cuando veamos al genio de Vásquez reflejado en una obra inconexa, suelta, libre, perfecta: algunos amigos, afortunadamente, ya habrán fallecido, y otros no tendrán ya la fuerza yódica para levantar sus dedos y dominar un teclado; la mayoría, sin embargo, le dará la espalda o simplemente una palmada en el hombro a lo que seguirá el susurramiento a sus espaldas.


Es la Historia que nos corresponde. En un país que lo tiene todo, pero en el que, finalmente, no pasa nada: el miedo al qué dirán, al cambio, al lado izquierdo es tenaz, mutilante, masacrador, perpetuo, lánguido, fisural, estático, blanco, horrible, profano.


No deberíamos haber nacido acá, pero qué le vamos a hacer.


No deberíamos haber leído esta novela, pero tras ese brillo llamado Los Informantes creímos que…


¡Oh, la culpa!

¡Literatura de mierda!

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