viernes, 4 de junio de 2010

PROHIBIDO DAR DE COMER A LOS ANIMALES

AMOR EN LA TARDE

Luis Fernando Afanador
Grupo Editorial Norma. Bogotá. Enero de 2009. 125 pp.

Hay una responsabilidad ética en la gran mayoría de reseñistas; no se llevan a la boca obras que con antelación saben que podrán atender desde el lado negativo. Puede suceder, también, con el autor de turno. Las prevenciones dañan la lectura. Y la lectura intervenida de dicha manera, obliga a torcer la reseña a un nivel inesperado que muchas veces se lee desde el descache. El lector atento lo pilla a la primera de cambio ya que se emplean, muchas veces, palabras soeces.
Afanador, abogado y catedrático literario, es desde hace una década más o menos, el encargado de la sección de libros de la revista Semana, conglomerado que mal que bien reúne a una ringlera de escritorcillos bien parecidos que son –no, no el hazmerreír- la plana mayor de los representantes literarios desde el país que nos compete por fortuna.
No tengo mucho por decir del “único crítico literario de este país de marras”, la verdad no lo leo, aunque destaco su atrevimiento bimensual, cuando le da por colar algún libro raro, serie B o de editorial minúscula.
Como poeta, invitado a festivales poéticos por doquier, ehhhhhh….mhhhhhhh….estééé, lo mejor será decirlo de una vez y por todas: es una peste.
Lo que me lleva a un punto distante de lo que debería ser esta abro comillas reseña cierro comillas, y mi gran amiga, y única lectora de este espacio –uf, por fortuna-, la encantadora artista conocida como MO(n)Q, no tardará en enviarme un par de sugerencias al margen para encarrilar por fin estas ganas por devorarlo todo.

Y empiezo con una pregunta: ¿Por qué aquéllas personas que rondan los Estudios Literarios, con semejante calidad de lecturas, no poseen la capacidad creativa adecuada para salir libres y felices de los problemas que las mismas ganas por dar nacimiento a algo les producen?

Siguiendo de lejitos el caso Afanador: “Extraño fue vivir” (Planeta, 2003) –Y aquí (me) vuelvo a i(nterrumpi)r: este es un caos patético de la idiotez editorial que nos cunde. Cuando el mundo poético no se reponía todavía a la ausencia de la colección de poesía de Editorial Norma, los chicos superpoderosos de Planeta decidieron ocupar el espacio abandonado con una colección que, válgame el cielo, tenía un terrorífico fallo: anteponiendo el valor poético, la gente de la editorial creyó que los nombres eran suficientes para llevar el barco delicado a buen puerto. Un ganador de un premio de quinta categoría en México: Robledo; un joven envejecido tempranamente con ejercicios masturbatorios: Silva; el chico que todo lo puede con su desnudez: Medina; y nuestro comentarista estrella, el William Vinasco de la literatura colombiana: Afanador. ¿El resultado? Sus libros cada vez bajan más de precio y de lugares de venta. De los cinco mil pesos de hace tres años por sobre las librerías de segunda de la décima, ahora se obtienen a quinientos pesos –cambio correspondiente al año 2010- en esos laberintos “culturales” que quedan debajo de la Caracas y para lo cual se requiere de un aguerrido sistema de defensa si se quiere salir bien librado de allá.-; “La tierra es nuestro reino” (Universidad Externado de Colombia, 2008) y una serie de libros por encargo o recomendaciones que no entran acá. “Amor en la tarde” es el tercero en línea del al que hay que llamar poeta.

Tras una interesante cita de Andrei Tarkovski: “la poesía es para mí un modo de ver el mundo, una forma especial de relación con la realidad”, se da paso a un preámbulo prescindible en el que explica de qué va la vaina: su amor por el cine, ese género tan menor, lo ha llevado a escribir(le) poemas a cada una de las películas que lo han marcado en su ya de por sí larga vida. Abro un paréntesis: Jaime Jaramillo Escobar recomienda en su Método rápido y fácil para ser poeta, no escribir sobre algo ya escrito. Alberto Fuguet –y me perdona Mario Vargas Llosa- escribió su peor novela basándose en las películas que había visto en su vida. Por lo que la idea, aunque Afanador la cree original, no lo es tanto. Cualquiera que se precie de poeta alcanzará en algún momento de su desarrollo ese punto de leer para escribir de manera directa y frentera, tratando de darle un mejor movimiento a las alas que se poseen, si es que se tienen. Que haya tipos suertudos a las que editoriales respetables publican de forma latinoamericana es otra cosa. Descaches, lo repito, los sufre cualquiera. Pero una vez adentro, o la sala de cine estaba en medio de un incendio –aunque podría ocurrir el efecto Cheever- o ya había pasado, y sobre esas cenizas ya consumidas, se trato de erigir esta obra.

Va mi segunda pregunta: ¿Leeré mal? ¿Seré un mal lector de poesía? Pero me da la impresión de que los poemas están incompletos o están chuecos o como que algo les hiciera falta. Como un monstruo de un capítulo homenaje a Harry Potter, en The Simpsons, parecen gritar: “¡Por favor, mátenme!” lo que traducido podría ser algo así como: “¡No me lean!” “Huyan de mí cuanto antes” “Este es únicamente un aviso de lo que no se debe hacer”; lo que me –así suene repetitivo- vuelve a hacer decir: Zapatero a tus zapatos los pecadillos se guardan en las cajas de zapatos debajo de la cama en la casa y de ahí no salen. O trata de no sacarlos al aire. ¿Ves cómo sudas cuando te atreves a leerlos?

Y las sospechas vuelven cuando es Silva Romero –a quién le dedicaron un poema en el libro de 2003- quien pone el dedo en esa (pronta) llaga: “Y, ya que estamos en eso, Luis Fernando Afanador, que es mi amigo desde hace doce años, escribe unos poemas que lo dejan a uno sin palabras. Su libro Extraño fue vivir es una maravilla. Y este que está escribiendo, sobre lo vivas que están todas las historias, va a ser útil para todos. Acá va un poema de esos nuevos que a mí me deja siempre con ganas de jurarle que no va a ser así.” Lo dicho: entre amigos del conglomerado semana no se pisan las palabras.

“Para qué dejar/sutiles marcas en los árboles/si no hay camino de regreso”, dice en Qué bello es vivir.
¡Y el hijuemadre ni siquiera puntualiza!

Recuerdo cuando Gómez Jattin decía que con el español le había bastado para desarrollar su labor poética. Recuerdo las penúltimas voces del poeta Paul Celan antes de tirarse al río Sena. Trato de imaginarme la reacción de Nelly Sachs al saber la noticia de que habían identificado el cadáver de Celan. A veces pienso en Whitman, y por consiguiente, en Lorca. Veo con sumo respeto a Eliot y a Pound. No me gusta tanto como debería, pero repaso a Borges cuando toca. Disfruto con Rojas Herazo y hasta me aguanto páginas enteras de Paz.

¿Qué le pasará a Afanador por su cabecita?
¿Qué, dios mío?

Como no tengo más palabras para seguir adelante, dejo justo acá.
Termino con mi tercera pregunta y es: ¿Por qué sabiendo que odia a ese tipo le dedica este tiempo espacio?
Por la responsabilidad, me digo.
Y porque se que de aquí a un par de años cuando el mancito saque un nuevo libro o algún amigo le arregle algún Premio Nacional de poesía, revisaré estas líneas y me reiré con la paz que trae la confianza depositada en aquello que realmente vale la pena leer.

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