sábado, 18 de diciembre de 2010

“HERE COMES AGAIN, OUT OF THE RAIN”

PELDAÑOS DE AGUA (Antología personal)

Orietta Lozano

Caza de libros. Ibagué. Julio de 2010. 76 pp.


Orietta, una de las poetas más interesantes de la camada que vive aún, que respira y sobre todo produce, es una voz desconocida, marginal y disidente –por igual-, que no sólo se debe buscar bajo las piedras, sino corriente adentro y según qué condiciones atmosféricas, salir de la orilla del río, completamente empapado, pero con el cogote transformado, menos pálido, erizado, un tanto confuso, disímil o impar, engarzado o engarfiado por esa palabra.

Palabra no débil que forma un poema, y poema no inocente que forma una puerta a una obra que con el paso de cada título ha ido asumiendo un menos discreto porvenir en el enigmático paisaje de la poesía colombiana; tan ciego, tan múltiple, tan hechicero, tan embaucador.


La última vez que la visité, su obra se bifurcaba entre un erotismo denso, de lápiz o carboncillo, y una inquietante búsqueda por lo vampírico, tema del que absolutamente nada tengo para decir.

Su novela –única publicada hasta la fecha- “Liminar” (Editorial Universidad del Valle, 1994), afortunadamente, no fue más que una excusa para explorar otras estéticas de esa segunda temporada de su tarea creadora. Alimentada por su temprana dosis poética, construyó unas bases para un devenir que estaría marcado en el siguiente siglo: aparte de un antología titulada “Poesía para amantes” (Fica, 1996), hay una brecha de madurez entre “El vampiro esperado” (Puesto de combate, 1987) y “El solar de la esfera” (Editorial Universidad del Valle, 2002). Era, a lo sumo, lo menos que podríamos esperar como lectores después de esos 15 años de ausencia.

Un motivo más para prestar atención a este caso.


No deja de resultar curioso que mientras Gerardo Ramírez nombra el “devenir mujer en la escritura”, Eduardo Ospina nos recuerda que “más que con el cuerpo, se escribe en el cuerpo”, sea Graciela Uribe quien opta por la sabiduría de la tercera o múltiple vía: el género es más cultural que sexual.

Ejemplos abundan por montones. Si están esperando a que hable de la escritura femenina de una poeta simplemente porque es mujer, dejen aquí la lectura y busquen algotra cosa.


“Peldaños de agua” es la banda sonora del crudo invierno que azota a este mísero país.

El cuerpo de agua, en este caso pleno y válido, vivo y desgarrador, es esa voz.

Lozano es capaz de sostener ese eco, ese crujir, ese anhelo que nunca llega, esa bendición subterránea o fósil. Aquella que se descubre veinte o treinta generaciones después de sucedidos los hechos.

La laicidad es lo natural. Lo sorprendente sería esperar a que algo ocurriese.

Algunos espectros, como la naturaleza, no tienen voz:


“Soy tu hija, la que ha devorado a tu madre

y a tu hermana,

la que ha desollado a tu padre

y a la descendencia de tus hijos”, parece cantar en ese extraño poema de título “El ángel de fuego”.


La siguiente fisura parece recoger esa voz, la que habla, la que dicta desde dónde.

¿”Dios, una niña enferma”?

Tanto lo temporal, como lo simbólico y lo entomólogo –luciérnagas, cigarras- crean lianas vectoras, fuegos desnudos, habitaciones privadas y diálogos ciegos que oyen con suma discreción cada anuncio:

“Presiento que va a llover

y va a temblar,

más de lo que tiembla el frío

y delgado alambre de la vida”.


En “La ráfaga y el espejo” parece indicar, recatadamente, algunas pistas: “Yo soy él, el mundo”.

Más allá, la grieta, bien la olvidada “donde resurge un jardín que redime”, bien “la que aparta, no te acerca”.

La obra de Doris Salcedo se llamaba Shibbolet, una suerte de contraseña que Celan empleó en un poema, tallando en español sin tildes el “No pasaran” de la Guerra Civil Española.


Para Lucía Estrada, sin perder de vista al poeta de Czernowitz, lo escuchado + lo muerto, forman las dos partes de un triángulo que completa el poeta. El de Orietta, en cambio, lo completan el espejo y el olvido. Como si quisiera, ella, que no olvidásemos que la “fosa abierta” es la respuesta a un destierro.

¿De cuál guerra?

¿A ello también le ponen eufemismos bárbaros de poquísimos caracteres?


La tercera parte es más cruda todavía, ya que tiene al cuerpo para confesarse.

De esa charla privada una de las dos se lleva todo el dolor.

En el medio yace, expectante, la escritura.

Ese núcleo duro no cede fácil.

“Y desea inventar un lenguaje”, escribía en su novela.

¿Para qué?


Ahora, en esta madurez que hechiza desde un oculto silencio, ella es él, Mundo.


“Siente que todo ha terminado,

y sin embargo, siente que apenas

comienza a caminar por el sendero.”


Si la idea es una herida, ¿habrá silencio más allá de la grieta?


Ésta poesía –“la fe de una escritura”-, emparentada con ese denso bosque agónico y oscuro, oscurísimo de Víctor Raúl Jaramillo, es la voz de los que deben cantar, de los silencios ignorados que más adelante, en el resquicio que les corresponde, hablarán.

Poesía de enigmas, capaz de destruir, de expulsar, de opacar, de cubrir, y también del aviso, del equilibrio, de lo solaz en la hoguera que ha quedado a este lado de la grieta viva que aúlla en lenguaje de emoción.


“Peldaños de agua”, o cuando las (Antologías personales) escogen el momento adecuado para salir a flote. Sobre ellas mismas, en cualquiera de los accidentes hidrográficos que ahora vienen a pedir su espacio, lo suyo.

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