sábado, 1 de enero de 2011

CAOS: MAREA DE ESTÍMULOS

TURISMO ORGÁNICO

Andrea Rozo. Universidad Nacional de Colombia + Cooperativa Editorial Magisterio. Bogotá. Marzo de 2010. 114 pp.

Tengo prisa, cantaba Octavio Paz es un poema de su juventud.

Dick El Demasiado en una entrevista, en su visita a Colombia, en 2008, decía algo bastante atrevido: dejémosle lo tradicional y conservador a la juventud y a la madurez o vejez se podrá experimentar, jugar y explorar.

Al personaje de “París no se acaba nunca”, quizás el mismo Vila-Matas, Marguerite Duras le pregunta muy temprano en su vida si se decide por Mallarme o por Rimbaud.

El año pasado en una serie de charlas en torno al afán de la literatura, Ángela Robledo pedía más riesgo formal –si es que eso se puede dar- en las publicaciones que posiblemente se avecinarían, puesto que las ya editadas parecían costreñidas.

Pere Ordóñez, en la Feria del Libro de Madrid, del 94, decía que la labor del escritor actual era muy distante de los de antaño, siendo los más nuevos, demasiado obedientes.


El miedo al rechazo, se traduce en el miedo a romper los platos, a quedar mal, a no alcanzar a estar en la mesa de centro, a ser olvidado.


No recuerdo quien decía que esperar ganancias desde la vanguardia era tener que congelarse y esperar cien o doscientos años para ver, quizás, algunos resultados, en todo caso pequeños, mediocres, de mediana estatura.


¿Cuál será la vanguardia en Colombia?

¿Existirá acaso?

¿Llegaremos algún día a dicha orilla?


*


Gustavo Faverón expresaba un listado de escritores anómalos sudamericanos: Macedonio Fernández, Armonia Sommers, César Aira, Osvaldo Lamborghini, y hasta se atrevía a meter en la lista a Andrés Caicedo, ese autor recién descubierto para el mundo que no es la más acérrima juventud colombiana.

Me atreví a sumar a Miguel de Francisco, a Albalucía Ángel y a -¡oh!- Lucas Ospina.

Más allá, bordeando la rutina, la intrigante Carolina Sanín, y desde “Cuentan” (Sílaba, 2010), Andrea Rozo.

Su cuento, “Colibrí”, parecía un paisaje onírico quebrado en la mesa de centro de una borrachera. Lo mejor de todo, es que al día siguiente ni siquiera se lograba extrañar.

Los vericuetos de la creación, del gusto y de la proximidad al filo del abismo.


*


El epígrafe de “Turismo orgánico”, de Darío Jaramillo Agudelo apela a la quietud de una fisiología que no entendemos.

Jorge Cadavid cita a “algún filosofo naturalista” que planteo que los imposibilitados para el nomadismo eran los seres humanos.

“La prisa sutil de su corteza/ para ser madera/el ritmo de los frutos/para caer y levantarse”…las risas, lo sé, corren por vuestra cuenta.

Hechos, nómadas o no, de contradicciones y de tiempo, no queda más que atestiguar esa semana que va del miércoles al martes, y respirar con calma para afrontar el rompecabezas que Andrea construye desde su novela.


Atada ferozmente, recorremos el desafío de Daniela por una contrariedad de amores, un escapismo obligado –alcohol, cigarrillo, sexo-, la ternura de alcanzar una orilla a la cuál aferrarse –lleva un diario bastante adictivo-, cada paso y cada recorrido que provoca seguirla, los accidentes que nunca faltan, y esa preciosa ciudad que es cada una de las costuras, ese paisaje absoluto, ese aroma a humo diesel, esa herida que busca por todas las formas posibles de no cerrarse nunca, ya sea por la costumbre, ya sea por la adicción.


Sin confundirse, ayer no más confesé que Don Quijote era la apertura al siglo XXI de la novela latinoamericana, Andrea tiene una fuerte conexión con lo pasado: Arreola, Cortázar, Sabato, Durrell, Saramago.

Excepto que no repite.

Excepto que explora y juega y convoca esas nuevas formas tan solicitadas, tan escandalosamente apabulladas por el afán de consumir una normalidad que termina consumida por el tedio, lo abstracto muerto, la rutina o el fuego.


Que sobra el apéndice formal de Azriel Bibliowicz, y ese prólogo fantasma de Rodrigo Parra Sandoval, puede predecir que realmente en la literatura se yace solo.

Literatura, ciudad, cine, Bogotá, música, la capital, más canciones, ventanas, mesas de centro, las confesiones, un arma, timbres, la calle, el rigor del olvido, algún agrio dolor, ese ruido copular de fondo, sexo cuántico, sexo labial, sexo oral, la maravilla de la confirmación de una obra que rompe esquemas para abrir nuevos caminos para ir aumentando nuevas listas inútiles en todo caso pero que confirman –es lo trascendental- que efectivamente hay gente capaz de romper el hechizo de la obligatoriedad, de la fama, de las lucecitas en la cara y de la cara en la página de colaboradores de ciertas revistas que sólo hacen chupar la razón y algo más –aunque bien paguen las hideputas-.


*


A veces, como con ciertas bandas, sólo queda dejarse permitirse llevar por los nombres, por los títulos de la canciones:


-Cruces arteriales

-Decisiones viscerales

-Origami en adrenalina

-Osteoporosis cerebral

-Goces genéticos

-Diálisis peripatética


Seguramente con dicha confesión, aumentaremos ese pequeño nuclear tesoro de álbumes que tratan el tema –como sin prestar tanta atención- musical.


Parra Sandoval dice, en el prólogo, que esta obra “entra con derecho propio a dialogar en el concierto de la literatura colombiana”.


No nos queda más que oírla, una y otra y otra vez…En este azul sur del cielo de todos los colores…


(Para una mayor información sobre la obra: http://totopteca.blogspot.com/search/label/Rozo%20Andrea)

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