domingo, 30 de enero de 2011

Yo no vengo a escribir una puta reseña

YO NO VENGO A DECIR UN DISCURSO

Gabriel García Márquez
Random House Mondadori. Bogotá. Octubre de 2010. 151 pp.

Hay muchas cosas interesantes, muchas formas quiero decir, que se forman cuando a uno no le mola un puto libro de Gabriel García Márquez.
Una, es la duda ante una zona creada, aparentemente, para que todo el mundo celebre y goce y salte y admire al ex nobel con ese papagayo de la portada trepado en el hombro, como si jugáramos a piratas, y todos supiéramos que se trata de un juego, un juego de leer y comentar, o de leer y asentir, o de leer y llenarse -como soplando un salvavidas- de ese llamado orgullo patrio.

Otra, y me sucede con sus más indiscretos herederos de una antepenúltima generación de escritores nacionales -quizás parte de la primera generación de escritores consentidos por todo ese andamiaje que rodea a la poco diplomática, aunque tan pulcra sociedad editorial-, es que no todo me mola de él(llos). Negar a un novelista como ese aracateño e incluso a un cuentista, sería una sandez mía. Como periodista, vaya y venga: tengo mis momentos en que un artículo: El de Mutis, por ejemplo, me devuelve la fe en el eterno anciano. Como personaje, es poco por no decir nada lo que puedo decir. Admiro su silencio. Admiro su distancia. Admiro su capacidad senil de olvidarse de todo(s).
Supongo que nada peor que un puto escritor devenido en comentarista radial o presentador de noticias o guía turístico o corresponsal de prensa o embajador o asesor presidencial.

Cruzar esa sucinta cronología, no deja de resultar curiosa por lo que rodea dichas puestas en escena -ojala fuesen puestas en escena, ja!-; los tiempos y sus distancias, esas fisuras que van creando a la persona o que la van llevando a ser lo que fue; los compañeros de panel o los motivos que llevaron a que ese señor se sentara a decir algo; la vía para el Nobel y sus satélites; el planeta o latinoamérica, que para algunos viene a ser lo mismo; una desfachatada figura onal por la amistad, y el amor como resultado de sesudas construcciones verbales, como si fuésemos sólo eso, amor y ya, solucionado todo.

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Revisar el pequeño texto como un manual de escritura o de sus avances, no deja de parecer una obviedad. Ni el más necio de los escritores no cambiaría su estilo en 60 años, o en caso contrario, sería una extrañeza que de inmediato se convertiría, para mí, en objeto de culto, de risa, de calambres emocionales inexplicables.

"La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios."
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"Tal vez su destino edípico sea seguir buscando para siempre su identidad, lo cual será un sino creativo que nos haría distintos ante el mundo. Maltrecha y dispersa, y todavía sin terminar, y siempre en busca de una ética de la vida, la América Latina existe."
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"Dos dones naturales nos han ayudado a sortear los vacíos de nuestra condición cultural, a buscar a tientas una identidad y encontrar la verdad en las brumas de la incertidumbre."

¡Vaya las dudas, don Gabriel!
Casito las mismas que ahora tengo con respecto al paisaje que se me presenta frente a mí cada vez que me asomo a la ventana. Eso que Gabriela Amar llama "lo latinoamericano (con todas sus variantes)" y que me late es parte del juego que arde por una carrera que pretende seguirlo a sumercé.

Afortunadamente pasado de moda, ahí está y en ello reside el encanto de Roberto al hacernos y obligarnos a ver el horror sin mediar nada entre las diferentes fronteras.

Seguramente al amor se le va la mano en algunos momentos.

*

De búsquedas y aproximaciones, pues, don Gabriel, estará colmado el destino. Seamos o no escritores. O lo que sea que esa figura represente ahora, cuando las anclas del orden del XIX se sueltan para mover esos trastos de madera podrida pero que tanta gracia le hacen a las personas ávidas de un poco de ese mandamiento que se perdió, dice los especialistas, tras el Holocausto.
Yo a sumercé, en ese punto y aparte de la historia, se lo perdono porque le tocó lo que le tocó.

"A ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos descomunales".
¿Pero, y si somos el musgo que crece tras la perdición total?
¿Y si buscamos ser las fichas descolocadas de la Historia?
¿Y si buscamos romper todo, así como sumercé planteó con esa debilidad que caracteriza a su generación lo de la ortografía?
-Qué curioso, por cierto, Maestro, hoy en día mantener en alto la bandera de la impecabilidad ortográfica es un gesto pirata, lo anómalo, lo vergonzante-
¿Y si anhelamos que las cenizas de este mundo sean nuestra hoja en blanco a partir de la cuál forjar nuestra obra?
¿Y si nunca llegaremos a un agente literario?
¿Y si cuando nos cometan el horror de publicar nuestra primera obra doña Carmen ya ha fallecido?
¿Y si ni Anagrama nos convence ahora?
¿Y si ni para tener una puta amistad servimos?
¿Será nuestra parte de la ecuación para la vaina esa de la identidad?

*

Hoy en día ni los colores sirven para anunciar una celebración.

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