lunes, 14 de febrero de 2011

"La distancia más recta entre dos puntos es una línea corta"

CUADERNOS GRAN JEFE-DIARIOS DE TRUCHAFRITA

Truchafrita
Número cinco: Días de escuela
Número seis: Medellín en cuatro acto
Número siete: Días de escuela (segunda parte)

Medellín. Noviembre de 2008, mayo de 2009, septiembre de 2009.

Resulta emocionante que cada vez se habla más de cómics, que hasta se reúnen en convenciones nacionales, que revistas varias -Arcadia, Kinetoscopio- abren sus espacios para ritualizar dicha práctica, y como dicen los expertos a manera de chiste, resulta reconfortante que ya no se tenga que explicar qué diablos es un cómic.

De Truchafrita ya habíamos hablado en este espacio, a propósito del libro que recogía los primeros 43 números del impresionante Robot, proyecto "fácil" que propende a la procreación de muestras más personales de sus integrantes cuando se trataba todo de un colectivo, y que en el caso de nuestro protagonista se vio definido por Cuadernos Gran Jefe -Diarios de Truchafrita que, con los primeros tres números + el especial de "Canciones para un día melancólico" ofreció un formato que a partir del issue cinco, y gracias a una beca concedida por la Alcaldía de Medellín, profesionalizó el asunto, descartando de tajo una publicación barata y fotocopiada.
Y aunque así fuera, la querríamos de la misma manera.
A veces lo que entra por los ojos no es más que lo que seduce que como suelen decir los argentinos, "nunca está donde se piensa".

La explicación, por supuesto, la da el mismo autor en la contraportada del número sie7e en un diálogo con Chimpandolfo: "Además, si te das cuenta la edición número seis de Cuadernos Gran Jefe, titulada Medellín en cuatro actos, forma junto con estas dos ediciones de Días de escuela una trilogía sobre mi infancia y juventud."

Haremos caso pues, y diremos lo siguiente:

*

Hay algo tierno en Truchafrita que sobrepasa la carga trágica que exhala por momentos.
Esa densa melancolía o furia, qué más da, que lo cubre como si de una capa se tratase, simula una confusión romántica que lo obliga a expresarse como creador, y más allá de su hecho histórico, el cómic le brinda las posibilidades para desarrollar su manía persecutoria.

No sólo es una clara y palpable manifestación de enfermedad el hacer Fanzines en Colombia, sino llevarlos hasta números insospechados que, para nuestro coloquial trópico recae en el primer número de dos dígitos, así que no entremos a hablar de números desconocidos como el 88 - 89.

La Trilogía inicia con el primer día de Escuela de nuestro héroe protagonista, y nos lleva por esas variopintas rememoraciones de un chico en los primeros ochenta dando esos primeros pasos académicos y sus satélites: los juegos del recreo, su primera admiradora, los miedos, las tareas, finalizando con un recuerdo homenaje a su profesor fumador de cuarto de primaria.

Retomando sus primarios recuerdos, en el número siete nos abre el panorama hacia aquello extracurricular: la salida del colegio, las mañanas o las tardes -según el horario del cole- libres, las excusas para no ir a los paseos programados oficialmente y los hechizos imaginativos de un niño que me late, abre la trocha para lo que sería el número ocho de la saga: ese silencio psicodélico de Chimpandolfo.

El del centro, la miniépica obra dividida en cuatro actos en torno a Medellín, significó mi favorita, a lo sumo por cierta identificación generacional -la prosapia para ver el video tribvto de Cliff Burton en un cine decadente del centro de la ciudad y el obligado pogo en pleno recinto ante la sed de un concierto verdadero-, aunque más por la admiración que despierta el verlo tan callado -o borracho, que no significa apatía- frente a la situación trágica que vivía la ciudad por culpa del narcotráfico.
""Se calentó el parche", es lo que se oirá de ahí para adelante, durante varios años más."
Y esa operada declaración de independencia con la que abre el Cuarto Acto:

"¿Ha pasado la tempestad? ¿Ahora podrán salir después de que se han resguardado durante la borrasca? No lo sé, la verdad es que no me importa. Mientras ellos esperaban a que todo volviera a la calma yo ya había hecho mío el territorio que parecía comanche, me apropié de él caminándolo, bebiendo en las calles y en las esquinas, invadiendo el caos con un toque de parsimonia. La ciudad es mía, me la he ganado a pulso, nunca me escondí cuando se oscureció, quizás porque crecí en esa oscuridad, o también porque en la casa, en el barrio y en sus mismas calles, siempre encontré algo de luz.

¿Ha pasado la oscuridad? No lo sé, aún hay gente que se esconde, porque otros aún quieren seguir atormentando."

Aguerrida declaración de principios, demasiado valiente para dejarla escapar, y de ahi la impronta que le sale a cada página del número seis:

Primer Acto: Pérdida de la inocencia
Segundo Acto: El ascenso del mal
Tercer Acto: Todo me importa poco
Cuarto Acto: La ciudad es mía

Suficientemente explícita desde la intimidad para opacar cierta demencia sangrienta que por momentos no deja ver la violencia.

*

Con Cuadernos Gran Jefe parece que se puede -y se debe- nacer para fanzinerar.
Tal como sucedió con Crumb y su ferocidad de independencia contracultural, acá, en otra escala, cada ladrillo de chircal sirve para crear ese muro inderrumbable que contendrá aquello desviado que poca atención tenía en su momento, pero que como ciertas bebidas, sólo el tiempo será capaz de decir y pesar su valor...



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