martes, 17 de mayo de 2011

"LA INMENSIDAD DE NUESTRO DESAMPARO"

Apocalipsis

Mario Mendoza
Planeta. Bogotá. Abril de 2011. 306 pp

"Jamás pensé que me tocaría a mí la labor de relatar nuestra desgracia", confiesa Marcos Salamanca, el protagonista que cierra la épica Obra cíclica de Mario Mendoza que arrancó a componerse en 1992 -La ciudad de los umbrales fue publicada en 1994- y que con "Apocalipsis" -título directo, seco y llano- da, aparentemente, el colofón final.

Poseedor de, en palabras de Cobo Borda, una "patológica obsesión", el crudo amor que detenta por Bogotá, lo llevó desde tempranísima edad a enfrentarse a desenmarañar algunas pocas fibras de lo que es la megalópolis colombiana, abrazándola de frente, mucho antes de que el cambio acontecido por sucesivas alcaldías pusieran de moda a la ciudad.

Recorrer la obra completa del bogotano ni es obligatorio ni es fácil.
Parapetado en una hiperealidad -la ciudad golpea o daña o provoca de manera indiscreta, sucia, atroz, traicionera-, la traducción que hace de la ciudad no tiene lugar para la metáfora ni para el sueño puesto que todo resulta en acción, sobrevivencia e inmediatez, porque de ello resulta el seguir vivo para el siguiente capítulo.

*

La novela, contada desde el tanático retiro espiritual elegido por Marcos, último sobreviviente de los 12 monos llamados Los Perros Salvajes, descubre la fantástica realidad que yace -palpitante y vital, latente y lista a saltar al cuello del lector- tras cada una de los títulos que conforma el volumen de un oculto -mago de viento, mano invisible, voz oscura, señal del tiempo que corre con esa agriedad de desespero- Mendoza, permite la aclaración de un misterio surgido en medio de la composición: Simón Tebcheranny es el dueño de la aclaradora "La ciudad de los umbrales" y de la maravillosa e inspiradora "Scorpio City". Marcelo Tafur está detrás de la inicial y transgresora "La travesía del vidente" y del díptico La Ciudad Y La Locura: "Relato de un asesino" y -por supuesto- "Satanás". Horacio Villalobos firma la descoagulante "Cobro de sangre". El actor Gerardo Montenegro está tras esa vorágine de cinco puntas invertida "Los hombres invisibles". Y Vicente + Sebastián, se cartean la favélica "Buda Blues".

Pero con la cartografía no es suficiente. El llamado de una ciudad carcome y revienta. Exige y provoca la acción. Desorden, caos, disgustos y misterio tras misterio. El deber al recorrer cada paso, al presenciar cada aullido que la conforma desde una solidez esquinal, las muertes para edificar el recuerdo, ese mágico olor que enferma al mismo tiempo que seduce, "las visiones que no cesan", "la conciencia fragmentada, acuosa y móvil", la "orfandad demencial", la necesidad de "volver a parirnos psíquicamente", es también esa puerta a reconocernos bajo el estigma del fracaso como sociedad, como género, como especie: "El apocalipsis no es un futuro posible, ni una teoría: es un presente continuo, una atmósfera insana que contamina nuestro ser día a día (..) Perdimos, y no queremos reconocerlo".

Lo más difícil no es la soledad, ni jamás sentir un abrazo o una caricia, una mirada cómplice o un beso, la compañía mamífera o una sombra en conjunto -al menos una sola- sino esa barrera racional de reconocernos frente a nosotros mismos en el estado confesional de la agonía última; y la llaga abierta, supurante de la literatura mendoziana, que nunca es capaz de saciarse, incomoda, hace saltar a la crítica, selecciona, indica que la señal negativa de una cruz enterrada en nosotros mismos es la fuerza que nos conduce a un abismo plano del que jamás podremos recibir la bendición de una segunda oportunidad sobre la tierra.

El desgaste, no obstante, es de parte y parte. La pregunta del ahora -nuestra era de la inmediatez, al fin y al cabo- es: ¿Y ahora?

¿Ahora? A descomponerse, seguramente.

Nabokov hablaba del interés que despierta la biografía del estilo de un escritor.

¿De qué naturaleza estaremos hablando?

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"Porque somos la vanguardia: estamos en la difícil obligación de reflexionar sobre el horror que nos rodea".

En una reciente revista cultural colombiana, abrían el issue con una doble propuesta que apuntaba a esa dificilísima carga que implica el ser identitario colombiano desde dos novelas que abordaban una suerte de pasado: "35 muertos", de Sergio Álvarez; y un fugaz presente: "El ruido de las cosas al caer", de Juan Gabriel Vásquez. ¿Pero el futuro? Completar la carga, a veces, implica meter la cabeza en lo que menos nos gusta, en los no bendecidos, en los Cristos que siguen de pie aún con las extremidades quebradas. El fuego de la voluntad, la voz del carcomido, la letanía del suicida, el núcleo seco del cierre untado de sangre. "Apocalipsis" aquí, "Apocalipsis" allá.

Discriminar para formar un esbozo de nación no es una buena manera de digerir las cosas.
Incluso desde el bando enemigo o contrario alguna respuesta puede servir para curar, parcialmente, las heridas:

"Si nuestra violencia no era de raza ni de religión, como tantas otras en el mundo, de repente el panorama se iluminaba con una luz nueva: era una violencia de sangre, ancestral, atávica, mítica, pues nos acercaba a las grandes tragedias de la antigüedad. La nuestra era una violencia entre hermanos, unos acomodados y legítimos, y otros miserables, ilegítimos y productos del espurios y la concupiscencia clandestina. Unos eran hijos de la luz y la legalidad, del altar, del matrimonio, de la decencia, y otros eran hijos de la noche, del adulterio, de la lujuria y de los callejones oscuros en barrios pobres y malolientes."

Fin de la cita, ¿comienzo del problema?

*

Pero con vanguardia, y esa construcción pretendida a partir de la ruina, se esboza la misión -"Uno nunca sabe dónde lo está esperando su destino"-:

*Bordes de la contemporaneidad
*Viajes por la periferia
*Caminante de los vectores abiertos
*Viajero sin puerto
*Aventurero de las puntas de fuga
*Dirigirse a ninguna parte
*Avanzar en la oscuridad
*Viaje por las profundidades del inframundo tercermundista
*Recorrido por una marginalidad

El espiral descendente nace del crack que rompió a la humanidad. Sin guías posibles, todos somos potencialmente dioses héroes de nuestras propias vidas. Del polvo venimos y convertidos en cenizas quedaremos. En una época el planeta escupió durante milenios la potencia de sus volcanes. Nosotros, ciegos, mediante nuestros propios hechizos. ¿Pero cómo huir que no sea la muerte? ¿Hacía dónde corregir el rumbo que no sea la miseria?

"Que no seas recordada por tu belleza sino por tu fuerza", le dice Marcos, al final, a su Bogotá querida. Que la "geología urbana" no opaque lo demás. La sección de respuesta múltiple ofrece lo siguiente: Exilio, Locura, Tumba.

Desde él mismo se hace la visión: "Cuando aparecería un escritor capaz de oír los aullidos bogotanos, alguien que no temiera convertirse en médium y plasmara esas palabras angustiantes que provenían de gargantas atravesadas por la desilusión, la soledad y la muerte."

Y es cuando uno recuerda los mapas que iba construyendo Samuel Sotomayor en "Cobro de sangre", o el inquilinato al que acudía el padre Ernesto a atender a la niña poseída en "Satanás", o los pasos de Gerardo Montenegro destruido emocionalmente tras la muerte de su padre cerca a los cerros, en "Los hombres invisibles".

*

Me llama la atención la reciente creciente fuerza que ha venido tomando Mendoza dentro del panorama narrativo colombiano. La multiplicación de sus lectores -jovencísimos sedientos de letras impresas- como de sus títulos reeditados en cuanto formato lo permita la editorial.
Tras el doble concurso lanzado para esta novela: la carátula fue escogida entre el público con la condición de no haber leído la obra -Fred Solís fue el ganador- y la presentación estuvo a cargo de la líder de fanáticos suyos en FB, un profesor de colegio y un lector lo suficientemente perspicaz para completar la mesa, el acercamiento entre esa figura lejana, ahuyentada, siniestra, poetiana, insómnica, cubierta y sentada tras las pesadas cortinas polvorientas en una sala a la que le ha sido vetada la luz del escritor -Mario no contento con su creciente fama se fue lanza en ristre a poseer Facebook, Twitter y Blogspot a modo de empate -¿obligatorio?- con la época que tiene el turno al bate en las manos para tener un contacto más surreal con sus lectores -¿pero quiénes son? ¿cómo son? ¿de qué están hechos?- y desde ese ahora gesto de rebeldía llamado lectura, agita las banderas de una resistencia civil.

Fiel a su estilo, y por estilo también deberá entenderse forma, -¡cómo extraño los diarios de sus personajes!-, las cartas recuperaron una fuerza -negada a desaparecer-

Vila-Matas tiene un ensayo preciso para explicar una parte del sistema presentual literario de nuestros días llamado "Un tapiz que se dispara en muchas direcciones", refiriéndose a las posibilidades que brinda la novela para unirse a la topografía biográfica, al sugestivo ensayo, al estado dietario, a las confesiones, al legado epistolar...en una suerte de "mestizaje de géneros" que provoca una fauna variopinta o de opciones múltiples al que Mendoza acostumbra desde el principio de los tiempos de su primera novela, agregándole las recomendaciones tal cual de obras que van alimentando la presión por salir a la palestra pública desde ese ignoto mundo interno del escritor.

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A manera de colofón, recordando El Umbral y el aullido del travesti enganchado a un puñal que susurraba "Mamá", Marcos reflexiona sobre la ausencia de una fuerza maternal -"Madre, madre por qué me has abandonado"- que permite cerrar o correr o revelar ese encantador círculo femenino, ciudad al fin y al cabo, que indaga en la incógnita, que recupera la duda, que oscurece el misterio.

¿Cuál será el poder femenino que tanto celo le brinda al ámbito contrario?

Aclararlo no nos corresponde a nosotros y mucho menos en esta reseña impresionista...Pero la posibilidad que planta este autor, de ese poder bruja, ritualístico y seductor, potencialemnte peligroso para los lindes contractuales de un sistema que ya dio todo de sí, no deja de ser una respuesta al pretendido ocaso al que tantas veces, una y otra y otra vez, el propio escritor echa mano.

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Ebrio de desgracia, con la mirada puesta en un enfermo presente, digno de un estilo crudo y minimal, Mario Mendoza escribe, para fortuna de sus lectores, a contracorriente, inoculando -sorprendentemente desde cada vez más temprana edad- ese virus, el más peligroso de todos, del que, puesta la marca o hincado el diente, las personas elegidas no sabrán recuperarse, y a expensas de un devenir, la incógnita, por el momento, permitirá recuperar en relecturas el paisaje hipereal y anunciar los no tiempos mejores por venir, tanto para ellos los vivos, como los acá, los muertos.

Exudar vitalidad, a veces, también desgasta, pero cuando se trata de seguir en la dura búsqueda de las señales, la arquitectura del laberinto no permite alcanzar otra salida diferente a la que ofrece el paisaje.
Frente a murallas de ese tipo no queda más que escribir...desangrarse y escribir hasta más allá del final, es decir, de la es decir, de la gama dura de posibilidades que cada quien se ofrece…”porque en el fondo, ser feliz era lo de menos”…

(¿Seguirá viva esta Historia?)

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