jueves, 9 de junio de 2011

¡El horror!

ADIÓS A LOS PRÓCERES

Pablo Montoya
Grijalbo. Bogotá. Diciembre de 2010. 166 pp.

Suelo agradecer que al finalizar cada uno de los libros de Montoya Campuzano las coordenadas están ahí; uno abre los ojos y ese tiempo espacio marca un ritmo que uno ha acabado de leer; y por más que digan que cierto espacio/tiempo es lo de menos, lo cierto es que aquí es tan significativo el asunto, que permite la compañía o esa clase de anexos que hacen más especial y pulcra la lectura.

El de esta oportunidad, por ejemplo, expresa lo siguiente: Medellín, febrero de 2008-París, abril de 2010, y hasta ahí las buenas noticias. Seguir adelante es ofuscarse un poco, perder un tanto el equilibrio, romper aguas y ponerse a llorar.

La frialdad que manifiesta Pablo en cada uno de sus libros le permite caminar por una cuerda floja temática: hablando de sus libros de cuentos claro está, que acá, gracias al Bicentenario -es que leo la palabra y me da una carcajada tras otra- y a su labor como reconquistador del desorden histórico que deja tras de sí la literatura colombiana ídem desde 1988 hasta veinte años después -entre la pompa y el fracaso- (resultados parciales en los que él se cita pero apartándose no sin cierto respeto).
23 semblanzas que no otra palabra que rompen, como mandan los cánones de la época, toda pretensión de verdad y fidelidad y orden y cronología, asumiendo las posturas del cuento, del ensayo, de la propuesta, de la columna de opinión, de la confesión, de la hilaridad, del sarcasmo y de la alejalidad de la verdad a ver si en estas el azar nos da una mano y damos en el mero centro del círculo junto a la flecha. Una vez en esa antiestaticidad, de a puchitos, como una raíz o como un insecto, empezar a descorrer el velo para darle a entender a la vida que lo nuestro va en serio, disfrazado de búsqueda.

Búsqueda que bien puede llevar otro bicentenario.

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En la introducción a "Novela histórica en Colombia" (U de A, 2010), Montoya menciona el caso de "El general en su laberinto", al ser motivo de escándalo por parte de las academias de historia del país, al humanizar a un Bolívar en sus últimos días: lo escatológico del libertador era un regreso al imperdonable qué galicado de "Cien años de soledad"; y por eso, el aviso al inico del libro: no se escandalice si violamos algunas normas sacras.

De respetabilidad estamos hechos como colombianos, y basta abrir alguna página virtual de diario nacional para enterarse de qué va la cosa.

23 ejemplos parecen ser suficientes para salir corriendo a querer o buscar refundar la patria, pero lejos o en otra parte, o tras quemarlo todo, arrancar de cuajo desde las cenizas; pero a partir de esa imposibilidad de escape, el martirio es nuestro sempiterno ángel de la guardia.
Víctimas de Pablo Morillo, salidos del respetable Colegio Mayor del Rosario dos veces: como leguleyos -ante una posibilidad de ejercer su oficio, lo mejor era echarse a las petacas de las armas- y como cadáver: hoy en día los colegios son los refugios de las víctimas tanto del delirio como de la furia natural. Y es que eso de que 200 años esto y lo otro, no es que cambien mucho las cosas. Triste, pero así es: "Otorgó patentes a corsarios (..) favoreció a ricos inmigrantes extranjeros con las mejores tierras baldías para que hicieran crecer sus industrias".

¿Ocho años fueron suficientes?

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Como sentarse a repasar la Historia del planeta, ocho años en doscientos, y vuelta al inicio!

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Al repasar la exquisitez prosaíca del barrameño, lo de menos es creerle. Surgir del simulacro de sarcasmo, de la distorsión en clave apócrifa, me resulta una cuerda respuesta para la vivisección que padecemos a diario. ¿Qué es y cómo se descubre lo real?

"Repetía que el peor enemigo de los colombianos eran los mismos colombianos"

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De razón aquí a todo el mundo llaman doctor.

Para evitar confusiones, al nombre le sigue su indicativo: Antonio Nariño, traductor; Camilo Torres, rábula; Antonio Ricaurte, polvorero; Jorge Tadeo Lozano, zoólogo; Simón Bolívar, bailarín; Manuela Sáenz, amante; y así por el estilo.

Descreer que da miedo y con una sonrisa en el rostro, aunque pálido por la perplejidad y las coincidencias atípicas y temporales, funciona...

¿Se acuerdan de las entrevistas a los afrocolombianos de más de treinta años que nunca se sintieron identificados con la Historia oficial?

"Pero, ¿ha escampado alguna vez en la historia de Colombia? Nunca"

Y Sábados Felices sigue siendo nuestra cuota identitaria.

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Las risas se oyen al mismo tiempo que las motosierras tumban el monte y cortan vivos los cuerpos de los enemigos.

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Álvaro Miranda pone a follar el cadáver de Manuelita en la fosa común en que fue enterrada.

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Tras ese silencio hecatómbico postholocausto, erigir esculturas de la sanidad mental hoy en día resulta sumamente imposible, desgastante y sobre todas las cosas, mentiroso.

Pero tras el silencio, me preguntaba que podría venir ahora, ahogados en el subnúcleo del ruido por doquier, de las conexiones hiperveloces que nos lentifican, de la desidentidad y la confusa confusión, surge el devenir del sarcasmo como vocablo a atender la desfiguración, la inconsistencia, la amargura, la insensatez, la prueba de resistencia y la incertidumbre.

¿Quedamos en.....?

(El indómito silencio se hizo carne en mí)

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"Un país que ha pasado casi toda la vida gastándose su plata en guerras y más guerras -contra federalistas, contra centralistas, contra liberales, contra conservadores, contra radicales, contra draconianos, contra gólgotas, contra comunistas, contra guerrilleros, contra paramilitares, contra narcotraficantes, contra terroristas- qué va a tener dinero para la investigación"

No tengo nada más para decir acerca de un libro que se ha de aplaudir de pie

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