miércoles, 10 de abril de 2013

"EL INCENDIO DEL SILENCIO"

RUTA 34A MEISSEN

(Penúltimo capítulo de "Opio en las nubes")

Rafael Chaparro Madiedo

Colcultura. Bogotá. Noviembre de 1992. 196 pp


"El día anterior a la destrucción de la ciudad estábamos con Amarilla y sus gatos en la Séptima"

Pido un segundo de respiro, y dedico mi vista a repasar lo único que se conoce de Chacón Guarnizo: "despertar y no tener voz para gritar al / vacío eterno que cuelga de mi esencia"; "despertar sin prisa / lavar mi piel herida a muerte"; "Morí. / Lejos de la vida"; "La noche devoraba"; "A lo lejos escucho la voz de la ciudad / se queja constante / escucho su lamento".....

Esa sensual crudeza, esa anfetamínica muerte cruda que, no obstante, no excluye al permitirse seguir adelante, caminando y atestiguando cada secreto cazado desde la organicidad de la descomposición... mientras, la rutina no se desvanece sino que acoge, permitiéndo nos: "y las ventanas de aquellos edificios grises donde a veces se veía un rostro asomado por la ventana mirando hacia afuera"; donde ya no había nada que ver. Callar. Inmaculado silencio lascivo. Cru Cru Crü do. Lo suficientemente olvidado para reconocerlo como parte nuestra. A-F-U-E-R-A!

La cortina de necroseducción está ahí, latente, tele o fútbol, o bares o estudio. La hiperealidad. El caminito que se escoge para seguir insistiendo en una aventura a la esperanza, al posible cambio a la dejadez de una ru(t)ina:

"Creo que todo estaba tocando fondo. El cielo estaba azul, pero no daban ganas de mirarlo. Los peces negros volaban y producían una estela de ruido y grasa que permanecía cerca de las nubes y del sol. Caminamos con Amarilla por la avenida Blanchot. Los cafés estaban atestados de muertos que no cesaban de hablar, fumar, reír, murmurar, llorar, gemir. Aquella tarde los habitantes parecían más despreocupados. A pesar del ruido que producían los peces negros a su alrededor, continuaban hablando y no paraban de incrustarse besos cerca de sus palabras gastadas (..) Nos encontrábamos llenos de silencios por todos lados"

¿Morir lejos de la vida es mejor callar? ¿ Traspasar el velo oscuro es cambiar el modo de ver la vida de los días? ¿Cruzar el más allá sincero del fin en abrazarse al des desamparadero? ¿Respirar con lo poco de pulmón negro que me queda? ¿Abrir bien duro la bocota para probar el ácido ocre del musgo pálido que cuelga del hechizo citadino? ¿Oler cada silencio ya pronunciado? ¿La dejadez de la sombra para revelar el estado de rompidez? "y por el ruido de los peces negros que continuaban volando sobre la ciudad dejando caer bombas" ("Había visto los aviones volando en el cielo había visto los cielos del futuro colmados de aviones de negros aviones y ahora veía el horror abajo"), el horror al lado, el horror soy yo.

Colmarse de muerte en vida para después despedir con la mano del guiño de la distancia la misma vida que se va exhalando algún tierno suspiro de bonus, algo más que se permite solamente al sí mismo del espejo, azul, sin que ninguna otra pluma cerque el aspaviento, inmovilice, acaricie no sin el permiso desde la involuntaria manera de descoser el calostro de la tibieza.

Y así, entre tanta palabra vana, extinta, vacía, ya todos esos escritores muertos, recupero el recorrer un tiempo, un minuto de silencio que sigue insistentemente en permitirse ser mío para hacerme uno con él, lo último, y servir al viento, a esa Madre Océana, que todo el líquido será de ella, antes de como el mismo inicio con el conocimiento del círculo, mientras la banda estrena cantante y ella, casi sin darse cuenta, fallece en los brazos de una soledad lo suficientemente artificial como para decirle a ello Am♥r

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