lunes, 7 de abril de 2014

Exorcizios

LOS ONCE

Jiménez, Jiménez, Cruz
Laguna. Bogotá. Febrero de 2014.

Sigue habiendo un vacío, sin duda.
Una suma vacía más a una lista de espera que sigue creciendo a la par de la ausencia.
Una voracidad generacional que cunde de pánico a cada nueva memoria que llega para poblar la sumisión.
Y los unos presos, y los otros en un silencio apabullado, sin que logre colarse la verdad para darle parte la un capítulo más de la Historia que, recordando a la inmensa Beatriz González, quitó la sonrisa del rostro.
Porque como de tétradas sucesivas, una en cada tantas almas volcadas al plano suspirante, ese final de un país cafetero para darle paso a la voracidad inminente del impacto paraliberal y alcanzar la cuotas altas de necro organismo que al día de hoy solicitan asilo de la manera más cruel posible e imaginable no es más que esa muestra de cuando se cruza a una otra zona, con o sin nuestro consentimiento.

Una semana después sería Armero, vestigio inmarcesible de que todo quedaría cubierto a partir de ahora, mientras la asfixia mutua en el alma inmaculada ya haría de las suyas.

Tras novelas como "Noches de humo" de Olga Behar o "Las horas secretas" de Ana María Jaramillo, y libros de periodistas como Jimeno, Castro, y tantísimas más versiones desde tantísimos ya frentes iguales, sin que nunca se pudiera conocer la verdad aunque dentro de tantas páginas escritas, posiblemente leídas, exista, viva y respirante, aquel padecimiento del fallecido que nunca será jamás oído.

Esa sed de agonía se siente en las voces de los autores de esta novela gráfica.

La decisión de contar el duelo desde un roedor, también entra en crisis justo ante la hecatombe de los chigüiros en el Casanare por culpa de la mala planificación ambiental de la zona.
Por lo que cualquier embate alternativo para pretender hallar un paliativo será abrazado por la crudeza de una realidad colombiana de fe en la sequedad y el politraumatismo ad infinitum

Me queda en la memoria el juego temporal de la pretendida salvación de los ratones por parte de una paloma de la paz destrozada por las fauces de los perros del oficialismo, y ese no tiempo del borde familiar de frente en medio del Holocausto, agujero negro que devora toda alma al no saber nunca jamás qué ocurrió, qué sucedió, que le pudo haber pasado.
Amén del tenaz paso del tiempo que se va haciendo mella en cada hueco ya sin arreglar dentro de cada uno de nosotros, sentido a más no poder contra la obra 5 y 6 de noviembre de Doris Salcedo.

Esa magia única que nos cose vivos al costado con el otro por la tragedia.

Eso, y la figurita de la hija, nieta ratona que sale a la misma Plaza, a la Plaza del Caballero de la Fe, de Restrepo, a contar la historia tal como aconteció en una suerte de superación del dolor amalgamado bajo capas y capas de una tenaz procesión de salida del huequito a la luz.

Como cuando uno vuelve a leer los "Cuentos pintados" de Pombo y ahí ya está el aviso de cada una de las barbaries destinadas "por cien generaciones" a eso que tenemos la ferocidad de tener que ser.

*
Aparte, por su importancia, extraído del epílogo: "discurrir por la historia a través de preguntas y no de posturas"
Ya la voz de una otra generación

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