martes, 23 de diciembre de 2014

Under the Knife

RELATO DE UN ASESINO
Mario Mendoza
Booket. Bogotá DC. Julio de 2005. 275 pp

La cantidad de cosas que rescato tras la brevedad que otorga la relectura, una, cualquiera que ella sea. La trampa, como dije, de releer, es que al saber que va a pasar más adelante, escojo cuál camino de mi vida he de tomar.

De lo que trata el libro, por supuesto, es de una obsesión que posteriormente se desborda para untar cada una de las subsiguientes obras.

Siendo la tercera novela, firmada en el año 2000, publicada en 2001, resulta determinante para recuperar ese primer asombro ante un autor que, desde una novela 'autobiográfica', exhibe el rédito de cobrársela a la vida misma por aquella apendicitis devenida en peritonitis. Entonces, el motivo de la vitalidad estalla como una explicación de todo lo que se huele en el ambiente de una de las obras más emblemáticas de una PostColombia más fiel aún a la original.

La excusa de la infancia, intervenida por supuesto, para sentar la claridez ¿clarividencia? que conducirá a la exigencia insalvable de la escritura no deja de ser curiosa: de entrada, su hermana mayor ha fallecido en el momento del nacimiento, siendo casi todas las personas que han tenido que ver algo con Tafur o bien alejadas de la vida misma, o bien distanciadas para delimitar lo ético dentro de la garita desde la que apunta el tal francotirador. O mueren para la vida o mueren para el escritor.
Lo que me lleva a pensar en dos cosas. El caso de Bruno, su amigo de infancia que, pasados los años, es un abogado dedicado a abrirle camino al paramilitarismo; y el caso de Ismael Buenaventura, uno de los tantos magos, videntes, combustores de viajes y hoyos atemporales interdimensionales que también han acompañado desde el inicio de la travesía al escritor bogotano.

¿Por qué el apellido de la ciudad que tantos libros después iría a ver morir a uno de los alter ego del inicio de la saga, Simón Tebcheranny?
¿Es la amarga limpieza que acompaña a ciertos estratos altos la incapacidad de que las relaciones más sinceras se cuecen sin tener que tener abogado de por medio?
¿Cuál será la diferencia de esa escena en la casa, esperando, hablando con la esposa de quien fue su mejor amigo de pequeño y esa tribu microinfinitesimal conformada en las residencias del Barrio Las Cruces?
¿Por qué Lulú, por qué sus amigas golpeadas con la tranca con la puntilla oxidada? ¿Por qué desde siempre los travestis son los enviados? ¿Por qué son los ángeles? ¿Por qué ocupan un delicioso, aunque tan peligroso punto cercano a la parábola de los primeros verdaderos y únicos cristianos? ¿Qué tendrán de especial que ni siquiera a Mendoza le es otorgado el don de decir por ellos para que nos comuniquen a nosotros?
¿Y esa escena bárbara de Ana, cuyo aborto es uno de los tantos que se topa uno, incluso, por la calles de cualquier ciudad, en las bancas de cualquier iglesia?

Entonces el libro habla, como en ese epílogo de "Scorpio City" de la búsqueda clandestina del poder de la escritura?
"Ya despojado de ilusiones y sueños de grandeza, puedo enfrentar con sinceridad, por primera vez, el conmovedor equilibrio espiritual que causa la escritura"
"Las palabras son como escudos que me protegen de la demencia"
¿De ahí que únicamente tras asesinar el escritor se siente invitado a aceptarse escritor?
¿Así de grave es la vaina, tenaz hermano?
¿Si no es la sangre de uno mismo la que emula a la tinta entonces será la de lo escritural uno de los peores destinos que jamás recomendarán padres a hijos ni saldrán en el top de los consejos de las revistas carrusel?

¿Duele escribir?

Había una broma pequeña. Pequeñita, pero que no quería dejar pasar por alto. He de volver a "la prisión de Hyderabad" para ese cuento que dedica a Joseph Conrad. Porque algunos de los más grandes escritores que ha nacido dentro de estas cuatro plagas a las que hay que llamar, como bajo un manto espeso de sospecha, Colombia, hablan dialogan imaginan inventan en torno al polaco: GGM, Vásquez, Constaín...
¿Cuál es la tirria que le cargan a Mendoza las élites de los altos estratos lo suficientemente acomodados para dejar de seguir engordando con toda lo polución de lo que escriben?

Pero más allá de Conrad, he de confesar que hay otra clase de polacos más interesantes y afines a nuestros intereses, siendo en Melville en quien recaigo, por razones ajenas a esta reseña, porque esa ballena blanca tan prometida a lo largo de las casi 700 páginas de fundamental novela, emerge al final, sostenida por el odio del Capitán.
Como saber el final de una novela que apenas comienza, "Crónica de una muerte anunciada", el terrible asesinato ocurre únicamente al final, en las últimas dos hojas, como si matar fuese lo menos importante, como si Fernanda, ex prostituta -una obsesión más de Mendoza- rescatada de un centro de reposo -y aquí el paréntesis será más amplio porque habrá de ahondar en esa reiteración que ya genera avisos de reclusión por parte del escritor, ¿acaso un llamado a la permanencia invisible inevitable de la madre?, fuese una excusa apenas. Una ayuda, pero muy grande y vital, al fin y al cabo.
Explosión del cosmos de la novela que se repetirá en "Satanás" dentro de lo poco que recuerdo; lo que me remite, vuelvo a insistir, en las excusas que conforman el grueso de la obra del colombiano.
¿No es "En busca del desierto" un librillo que todo aspirante a protoescritor ha de leer para siquiera pregrabar lo que ha de llevar a cabo a partir de una única decisión?
¿Alguien todavía se acuerda de Fresán al decir que al terminar primero de primaria ya se tenía todo para ser escritor?
¿Una habitación propia?

No ha mucho, en una caduca columna de opinión de una revista de regular contenido, un esbozo preliminar de la compulsión escritural de éste autor. Al menos, existe, también, una respuesta: "Siento terror de la soledad que me espera más allá de la escritura". 

La aventura de releer, implica quizás, atender cada canto de pájaro que osa trinar a destiempo para cubrir de azar 

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