sábado, 25 de abril de 2015

Вот и мне исполнилось двадцать

TAXIDERMIA

Álvaro Bisama
Ediciones Alquimía. Septiembre de 2014. 239 pp

Considero tres maneras de leer esta obra. La primera es la de hundirse en las historias y deshilvanar el hilito que va formando remolinos de cuartos dentro de los pasadizos que cada una de las situaciones que se van desmigajando al descubrirse atravesando tal lectura, en este caso, ese juego con el libro, la forma, ese mapa del castillo que leemos dentro del castillo en el que nos hallan leyendo.
La segunda manera es la verdadera teoría de los infranzines, esa manía por comunicar sin más pretensión que la constancia de dejar la cosa hecha, dicha, escrita, dibujada, en blanco. "Pequeño fanzine fotocopiado", "Hagamos un fanzine", "en un fanzine que salió en el año 1995". "En uno de sus cómics, en un pequeño fanzine fotocopiado de 1992, un hombre dice: Esta es la literatura del futuro, esta es la literatura del presente"
La tercera, la más interesante, por supuesto, es la grafía galáctica que se haya, cuando el texto lo permite, al costado izquierdo del libro, fomentando el libre albedrío de la pérdida de constancia, la "no hay narrativa posible (..) No hay un relato" que finalmente nos devorará como constancias de esa historia tonta que conformamos tejiendo uno tan contra uno a lo largo de algunos pocos siglos de existencia tan frágil humana.
Pido un tacho para decir, expresar más bien, que entonces Álvaro en qué lugar de su propia galaxia está ya tan alejado de cualquier costumbrista vivo ex humano xe como cualquiera de nosotros que todavía bregamos por mantenernos habitados alternativamente por medio de un cuentico como si de hace muchos años, de hace tantas épocas atrás todavía fuésemos.
Tras erguir la yerba para poder ubicar el agujero para poder más que sea hablar, se llega al silencio, la finalidad maestra de toda índole.
Esa tercera forma de leer "Taxidermia" es la de, más allá de congelar la historia para después contarla, es dejar la última señal, que también desaparecerá, antes de que cada uno de nosotros los lectores desaparezca a su antojo.
Esta novela es el reflejo del polvo.
Es el estado estático de cuando algo que ya no es humano reside en un tiempo que no está planeado para ser entendido por la gente que habita el corriente río de las personas de este planeta habitable hasta ya casi nuevo aviso.
El siguiente estado es el del sentido. O el sin, de acuerdo a las coordenadas.
"Intentó volver a coserse la boca una y otra vez. Nunca   |pudo hacerlo del todo. Quedó lleno de cicatrices, de agujeros, de cortes. Nunca pudo porque si no lo detenía la persona que estaba al lado, lo detenía el dolor. Ahí, decía, que su cuerpo terminaba rebelándose, se detenía antes de actuar, paralizado por un miedo que no sabía de dónde venía pero que estaba dentro suyo. Cuando le preguntaban por qué lo hacía respondía: quiero dejar de hablar; aprender a callar, a convertir al gesto en una lengua; a la piel en un papel, a la sangre en tinta; rasgarme la cara y el vientre como quien escribe una historia; tarjar lo erróneo; mover los ojos como los signos de puntuación; eliminar la letra; comerse las sílabas como quien se llena la boca con carne cruda; habitar la noche; hacer de la sombra un relato; del iris de los ojos una pantalla; dejar de escribir para volverse escritura; dejar de hablar para no ser más que un signo perplejo, sin sentido, esperando su significado"
El efecto Bisama arde porque seguirá ardiendo: el vómito de luz, los momentos sueltos, los fragmentos rotos, un fanzine circa 1995, lo chido de lo anónimo, la desaparición sin ruido, el desastre, el azar, la vejez, la mudez, lo que se debate entre ser contado y no contarlo, el cómic en fotocopia en la universidad, los recuerdos, la ciencia ficción, la imposibilidad de establecer un curso que dirija a un sitio específico, la ausencia de historia, el sin fin de algún tiempo, las desapariciones, Chile, los muertos, sus muertos.

Es el cuidado con el recuerdo lo que vuelve ingrávida la vida. Es la manifiesta sensación de tener que accionar el recuerdo para que el pálpito maltrecho ralentice lo humano y así haga funcionar con decoro la fundación geométrica de ninguna salvación. Es el coro del tiempo que aúlla a ciegas cuando no logra discernir cuál movimiento desde la partitura del destino ha de erigirse al tocar alguna sonata inmóvil a causa de la redondez de su plural velocidad . Es aquella luz del pasado que ya fallecida hace creer en una señal que alumbra nuestro común futuro.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Escrito para El Independiente