jueves, 27 de agosto de 2015

Hunting & Gathering (Cydonia)

ERROR HUMANO

DeBols!llo. Barcelona. 2006. 250 pp


Por momentos me sentía confundido creyendo que estaba ante la aventura de leer a Foster Wallace... ese país gringo del demonio que no me interesa conocer ni poquito y que desde aquí se describe también con esa ausencia de distancia, marcada por la temperatura lista a hervir en segundos de la próxima prontitud.
Me había sentido un tanto alejado en "Nana" y en "Diario", y no buscaba algo exacto dentro de este libro que reune material para revistas, que llamo.
A veces la espera es la manera más pronta de estrellarse con una verdad construida desde tan patética subjetividad, y si debía cansarme a más tardar sería algunos títulos después, pensaba, mientras leía sobre Juliette Lewis y la recordaba en "Wayward Pines" o sobre Marilyn Manson y lo recordaba en That Metal Show y me daban ganas de recordar su ya ahora sí extensa biografía y me quedaba pensando en esa escena que describe la actriz junto a De Niro en "Cabo de miedo" y pensaba en el espacio de tiempo para dedicarle un ciclo a Manson, ¿realmente el enemigo número uno de la sociedad?
En fin, que arte es arte.
Escuchaba, porque Manson nombra el "Let it bleed" en algún momento, escuchaba el "Sticky fingers" y el "Let it bleed"... sabía que el tiempo no me alcanzaría para el "Exile" y fue cuando sonó el teléfono. Por alguna razón sabía que era ella. Y hablamos un rato. Usted me encanta, gonorrea, y ese tipo de cosas que se dicen. Y cuándo nos volvemos a ver, y el plug anal de la vez pasada y lo que dice su novio y lo que dice mi esposa, y si cae al siguiente toque, y ese tipo de cosas. Ella estaba estudiando y su mamá la afanaba para que estudiara y yo tenía que seguir leyendo.
Entonces fue cuando llegué a la parte final del libro, la que Palahniuk denomina "Personal" y no es solamente lo de la necesidad de estar solo, casi hundido, para escribir. De hecho en la introducción trata algo a lrespecto, y el ciclo, el ciclo de los escritores que alguna vez le oí a Mendoza y que hace poco alguien me preguntaba en una clase y pensaba en esas fotos de escritorios de Eterna Cadencia o en esas fotos de escritores del New York Times, sino por esa forma tan cercana a la persona humana que va contando, como cuando tiene que buscar esa radiografía de la espalda para identificar el cadáver quemado del papá, y una cascada de recuerdos que creí olvidados aparecieron de repente, haciéndome creer que toda mi familia muerta estaba muerta, y que pronto iba a estar muerto, y pensé en mis cachorros y seguía leyendo, y no lloraba ni nada de eso, sino que pensaba en mis cachorros y en la manera en que quedarían si me pasaba algo, que siempre lo pienso, mientras los camino por arriba por la Circunvalar y por esos costados de El Cerro que dan a esos ríos todavía por descubrir.
Fue raro sentir desde un libro un dejo de la emoción constante pero olvidada, enterrada, de sentirme vivo por si acaso.
Al rato, después de comer, la llamé y le dije que lo más chévre de estar con ella era que no había nada de amor ni esas maricadas, que era únicamente sexo por explorar los límites de cada quién, y que si alguna vez se metía con alguien que escribiera de verdad y no simplemente usara tal oficio de fachada, fuese paciente con esa persona hipotética y estúpida y hundida y jodida, porque iba a ser una persona hipotética, y estúpida, y celosa con su tiempo, y hundida y jodida, a menos que fuese profesor, y alguito de guita le llegara al final del mes por sus clases con ancianos que están que estiran la pata.

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