sábado, 19 de diciembre de 2015

eternally forgotten

EL HACEDOR (DE BORGES), REMAKE

Agustín Fernández Mallo
Alfaguara. 2011. Barcelona. 174 pp

A veces parece que todo no fue sino un mal sueño, ni siquiera una pesadilla, sino esa clase de momentos que quedan en la historia personal pero de la que es imposible escapar aunque con el correr de los años la vaina revista de tan poca importancia que cualquier asomo de recuerdo se queda en una molesta sonrisa por si acaso.

De un lado como del otro..... tanto de esa ofensiva actitud de la Kodama como de cualquier elemento genérico de ese sol apellidado Borges que, con sus últimas fuerzas, logra sacar adelante una primera mitad de una obra, si bien lejísimos ya de su rutilante esbozo postmístico de las décadas precedentes, seduce por el encanto prematuro de una vejez acompasada y bien sabida, jsuto antes de que la hecatombe de la fama, mezclada con su pareja actual y a una senilidad de broma lo redujera a esa sombra que alcanzó a ser justo antes de que el reconocimiento empezara a azotarlo y lo dejara KO en sus últimas dos décadas grandes de vida plena.

Borges estaba ya muerto cuando escribió "El Hacedor", pero como diría el gran Hernán Peláez, toda persona mayor de 50 años ya tiene su cuento para contar, y eso es lo que se lee en la versión original que el carismático Fernández Mallo trata de sacar del estadio a punta de recorrer con google gps cada uno de los pasos que hizo el argentino para dejar por el camino a tanto escritor de otras laderas... y sí... es el intento, es la confiscación de un estado geriátrico que el español, debido a su juventud, todavía no se aventuraba ni siquiera a sospechar que existía y que seguramente le leeremos si la vida lo bendice con que cruce la extraña pero mágica barrera de la cincuentena.

Como jamás fui un gran fanático de Borges, puedo dar fe de que leer su poesía continúa siendo una grosa patada en el advenículo izquierdo, por lo que podré seguir diciendo que semejante tontada inflada hasta con peternina pues lo deja en mejor posición que la vulgar realidad de su fe expuesta, tímidamente y con vergüenza ajena, demasiada diría yo.

En ese caso, Agustín opta por la vanagloriada puesta en escena de la burla total por lo que logra conmover incluso más que la sagrada fuente original... lo que me lleva a pensar que tanta heráclita memoria sajona que busca sus pulgares mochos en la tierra enterrada no es más que una broma de mal gusto de haber nacido príncipe esclavizado en la zona de quejas equivocada.

Para cualquiera que haya escrito un libro y que no se haya dejado conducir por sus maestros, este será el primer tomo de la valentía de afrontar sus lánguidas directrices caducables de la influenza. Porque como ejercicio contraposmoderno es lo de menos, mientras su desangrado se cuela por vertientes del tiempo que escapa a nuestro mutuo entendimiento.

Quizás, en ese sentido, Katchadian también tenga algo que contarnos, y la viuda, y los abogados de la viuda... y la bobada de para cuándo podremos conseguir el libro sin tener que pedirlo a alguien en el DF que nos haga el favor... y el cómo será cuando María la K tenga 165 años y siga tan elegante y dispuesta como suele estarlo y el Boryes tal sea ya agente libre para todo el mundo y tenga que hundirse en la voz a voz de los que deseen agitar su pobre consigna para remodelar(la), para mejorar(la) como especie bifurcada latina pero equivocada europeís

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